Fiasco Review!!: Cavaré de The Northagirres

Si escuchas los veinticinco primeros segundos de "Cavaré" y te quedas igual, como si tal, tampoco te voy a crucificar; no se crucifica a nadie por estar en el sitio confundido. Lo mejor: te das media vuelta y busca en otro hoyo, en otros surcos. Pero si, como a mí, en esos veinticinco segundos, se te eriza la piel, no te lo pienses otra vez: empuña la pala y ponte a acompañarles, cava, que llegarás a la veta.   

Son veinticinco segundos que ya te dicen que estás ante una buena canción y, por extensión, te imaginas que un buen álbum. Tensión. La inician los teclados y la base rítmica. La siguen las guitarras y todos esos sintagmas que forman la letra sin un hilván grueso. El estribillo coreado habla de alguien que cava con ímpetu para llegar a abrazar los pies de otra persona. Y durante toda la copla, esa tensión. Una tensión eléctrica y poética, oscura y luminosa, intensa y sosegada, que acaba por explotar al final. Cavarán y acabará, pero desde los veinticinco segundos que la inician hasta el mismo final, una de las mejores canciones que ha escrito esta peña: "Cavaré" en Cavaré. Y ellos son The Northagirres, que ya lo sabes porque lo he dicho arriba, en el título.

Y seguimos cavando: han escrito unas cuantas canciones ya, desde 2012. Aquí, desentierran seis más. Siempre me ha parecido un tanto ridículo hablar de madurez para referirse al trabajo expuesto en un disco, así que tampoco lo haré en esta ocasión, pero está claro que, en esta breve colección, se aprecia una vuelta de tuerca. El rocanrol es menos de raíz y más de la copa del árbol, desde donde ven todo en panorámica. Por ello, la mirada es más abundante, compleja. Las estructuras son densas, con más recovecos; la instrumentación más poderosa, con más significado; las cuerdas siguen teniendo peso, pero han ganado volumen y ascendencia tanto la percusión como los teclados. Y toda esa intensidad y florecimiento se nota también en unas letras más elusivas, que ofrecen el diccionario para descifrar el texto más que el texto descifrado. No sé si es madurez, eso nadie lo sabe; probablemente ni ellos. Lo que sí creo es que se aprecia una progresión, una mirada nueva. 

En "El Don", bombo a tope, efectos en la guitarra, un sonido añejo y psicodelia por momentos para una canción que se clausura con largo cierre instrumental. De hecho, si sumamos también el intervalo del medio, en total es prácticamente minuto y medio en una canción de cuatro y pico que se ocupa en notas, sin más verbos y sustantivos. Yo lo leo como una reflexión sobre la subjetividad; tú en el reverso de los demás: ni Pili ni Paco ni Bruno, desde sus divanes, consiguen convencer a la voz principal. "LaLaLa LaLa LaLaLaLa LaLaLa", faltaría más, no tiene nada que ver con aquella película. Buen trabajo de batería, que acompaña a la rabia y el genio de la primera persona. Parece una declaración moral ante la veneración posmoderna de la opinión personal, el ego del juicio puesto en solfa con sarcasmo. Si quieres la verdad, yo me siento reflejado en la frase "qué cansino es tener que interpretar". "Elevator", la única en inglés, parece un rocanrol clásico con marchamo de boogie que impregna de rapto cadencioso todo el desarrollo: una historia de esas sobre noches perfectas para el blues que terminas a gatas intentando entrar en el ascensor. "Yo también" tiene aire de post-western con orquestación pop. Es la más corta, 2:47, porque me imagino que ese compás en la batería no se puede alargar mucho más. Otra confesión para el frenopático, tiene un desarrollo de guitarra que me recuerda, en sordina, a un viejo éxito comercial de El Columpio Asesino. No sé si lo han escrito para eso, pero se podría utilizar para atronar a los que siempre tienen algo que decir cuando los demás cantan, sobre todo sobre lo que cantan. "Frío", por un solo segundo, es más larga que "Elevator", pero sin llegar a los cinco minutos, que parece una valla electrificada que no quieran tocar: 4:59. Medio tiempo, o más bien tiempo arrastrado por completo. La voz de Iñigo Agirrebalzategi se llena de grijo, se entierra en la pena menos aparatosa. Rollo crooner sin careta, le sale el rasgado gutural en el primer verso con tanto nervio que ni que fuera Thurl Ravenscroft. Mola que en el texto la pregunta que arroja luz, deja aún grises que desentrañar: "¿y dónde irás tú?", canta, y no sabes si se lo pregunta a alguien o a sí mismo.

Mucho más que veinticinco segundos solo, por supuesto. Apuesto a que, al final, llegan a tus pies... y hasta tus entrañas. 

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