Zoramenean jarrai dezala igerian



Hete aquí que no la voy a escribir. Sabes de qué palabra hablo. Sabes qué está pasando ahí fuera. Y yo aquí dentro, como tú, viendo el trazo del vaho en el aliento doméstico. El tiempo se espesa como un caldo gordo y sustanciado. Llevaba una hora y media aquí sentado, en el sofá, evitando mirar a los ojos a ese mundo que permanece fuera, que ahora siempre aparece enmarcado en el televisor, en la pantalla del ordenador, en el marco de la ventana. Y, mientras tanto, escuchaba viejas canciones de Les Paul y Mary Ford en el YouTube. Y es que, después de comer, leí por pura casualidad un artículo de Diego A. Manrique sobre el libro de Ian S. Port en torno a la rivalidad entre Fender y Gibson. Y ahora que lo miro, el artículo tiene cincuenta y pico comentarios, tú. Que no todo va a ser lo que es. Sabes de qué palabra hablo. Sabes qué está pasando ahí fuera. Y estaba yo en eso, dedicándome a escuchar música, cuando me he dado cuenta: tío, hoy no hay bolos, pero el fin de semana pasado te tragaste unos cuantos. Y de ninguno hablamos, es verdad. Y había decidido que no iba a hacerlo, también es verdad. Porque me pasé la semana entera que siguió a esos conciertos ahí fuera, en ese mundo exterior que iba enfermando, tragando estragos en vaso ancho y acabé por confundir el tiempo libre con el tiempo perdido. Y ahora ya no distingo entre trabajo y ocio. Todo se solapa y se mezcla aquí dentro, en la sala de estar, en el baño, hasta en el rellano de la escalera. Pues sí, sin grandes aspavientos, sin resoluciones épicas, sin publicarlo en el instagram, he decidido que mejor las crónicas que las agonías. Así que he mirado para atrás, muy para atrás, una semana ya, y aunque ya había desistido, ahora vengo e insisto. 

Y menos aún esta. Menos, quiero decir, pensé en escribir sobre este bolo. Por una sola razón: siempre intento evitar escribir sobre conciertos que no veo enteros. El pasado viernes en El Tubo de Barakaldo, el de Raust! tuve que abandonarlo un poco antes de que terminaran, aunque, también hay que decirlo, más de la mitad del bolo ya me vi, que no me moví de allí hasta que no terminaron una muy larga, bien aderezada en ritmo, tras la que luego, que había quedado fuera, hice como que no quería pero tenía y me marché sin saludar ni pedir permiso. Alguno a mi lado respiró con alivio, porque les dejé un sitio pintiparado, con buen ángulo, ideal para que te petaran los oídos y, además, podías reclinarte y reposar la espalda contra la pared. Fíjate desde dónde les veía que al guitarrista que estaba con uno de sus pies en el océano del suelo y el otro en la borda del escenario, le agarré el codo en un descanso para que avisara a su compañero de que le estaba haciendo un nudo el cable en el tobillo y que se iba a esmorrar. Y he de decir que la morrada, al final, no se la iba a dar, porque el tío, cuando el otro se lo dijo, hizo así como un arabesco perfecto con el cable, como yo desenvaino un sable dentro de una cabina de rayos uva, y el nudo se deshizo tan fácil que a mí se me quedó cara de gilipollas escandaloso y menos mal que los dos pasaron de mí. Así que, aunque no lo viera entero, lo vi bien, en primera fila, y, además, lo que vi y oí me gustó. He querido, por ello, venir a contarlo, dejar algo bueno aquí escrito, que si alguien se descubre, por desorientación o huyendo de otros sitios peores, encerrado aquí, en el territorio de este blog, que lo lea, que la cosa quede aquí expuesta, pululando, sobrevolando la manteca de las palabras que me sobran. Y si, entre toda esta ponzoña de verbo innecesario, alguien lee lo fundamental, que se quede con la copla: que merecen la pena y ya está, otro más para la causa, la causa de Raust!, que, por lo que a mí me pareció, creo que debe ser la de hacer buen metal del que se acerca mucho al rock, incluso al grunge, si me apuras, con querencia por la melodía, por la luz en la negrura, pero sin rechazar lo árido, la intensidad, una densidad rítmica que apabulla, pero dejando en la espesura algún hueco para respirar. Punto y aparte, sin duda.

Raust! llevan en esto desde 2015, que no es mucho tiempo, pero por lo que se les ve en directo, suficiente para haber apelmazado un sonido contundente y macizo. Acaban de sacar su segundo disco, en realidad, el primero en formato larga duración. Lo hicieron en diciembre del año pasado y le pusieron de nombre Odisea, que es, más o menos, lo que estamos viviendo ahora pero sin viajes, sin Ulises ni Telémaco, ni sirenas que encontrarse por el camino. El bolo me lo vi sin tomar notas, sin tomármelo con las exigencias pseudo-profesionales con las que suelo tomarme los bolos de los que luego aspiro a escribir, así que crudo lo tengo para parecer ahora que entiendo de lo que escribo, que dudo que me funcione nunca, pero, de todas formas, me quedé con alguna en la memoria, como "Harriak", más de cuatro minutos de caña dura y exuberante, donde las guitarras imprimen un primor al ardor rítmico. Como todas sus canciones, esta es otra a la que se le ve el armazón de la composición, bien aparejado, hormigón armado con buena ferralla de forja, sin varices, sin fallas, pero dejando hueco para que entre el aire, que es la clave, a mi entender, para que una canción compacta no astrague. Porque antes de ir estudié, también reconocí el "Pizti Armatuak" de un viejo ep. Es fácil reconocer la delicadeza en la apertura, con el bajo en primera línea, desbrozando el camino y ya se queda apuntando la dirección. Igual que en "(H)Orrorik ez", que también tocaron. Se le vio al cantante con ánimo hasta en los intervalos de contraste, manteniendo el vilo rítmico a saltos; un cantante que, por cierto, cantó de espaldas la mayor parte del tiempo; de perfil, a ratos; y siempre con la boca arrastrada por el micro, poniendo las manos sobre él para abovedar el grito. Así sonó, más sepultado que en el disco, pero reclamando su protagonismo.

Iluminaron el escenario con tuberías de luces rojas y hasta apagaron la luz. Sonaron más a tierra, más oscuros, más rockeros que metaleros, más a veta, a raíz, a tormenta en el desierto y molaron mucho. Te daba con lo que daban para mover el cuello, para cerrar los ojos, para llevarte impreso en el cerebro ese duelo entre guitarras, esas progresiones paulatinas que parecen sincronizarse con los pálpitos íntimos. Buena mierda, vamos. Y hacía falta dejarlo escrito por aquí, por si necesitas pedigrí, un poquito de manduca para sobrellevar la gazuza: pues este es el plato del día, nuestra propuesta. Si, por ahora, no puedes verlos en directo, escúchalos en la red, al menos. Tienen hasta videoclip: sencillo, divertido, cercano, sin fuegos de artificio, pero muy representativo, aunque se pasen todo el rato conduciendo y pasándose por las entretelas el código de circulación: "R'n'R" es la canción y es un pepinazo y un buen ejemplo de lo que hemos querido contar aquí, aunque, fuera, como dice la otra, malamente. 

Posdata: la fotografía que ilustra esta crónica, por obra y gracia de Sugar Velasco, aunque luego la haya modificado un poco por los primeros planos de la audiencia, para mantener, aunque sea parcialmente, el anonimato. 

Comentarios