Solo una canción




Es solo una canción. Es una canción instrumental. Es una versión. La original es "Oiana", publicada en 1989 por O.K. Korral, en el disco Beti Gogor, Beti Mozkor. Los músicos que la interpretan son Arturo Ibáñez, de Nuevo Catecismo Católico, a la guitarra; Imanol Beloki, de Anestesia, batería; su compañero de banda Mikel Kazalis, al bajo; y, a la otra guitarra, Daniel Ulacia, ex de Humedecidos y O.K. Korral, precisamente. Y precisamente en esas bandas cantaba Lou Olangua, el nexo de unión entre estos cuatro músicos. El documental LOU. Dantzan jo ta ke, oinak lehertu nahian, dedicado a rememorar y reivindicar la figura de la cantante de Zarautz, dio pie a que se escribiera esta adaptación y a que quedara grabada para cerrar el mismo. 


En el vídeo de abajo (pincha sobre la imagen, es un link a YouTube), he compartido el documental, que está accesible en la misma plataforma, pero de tal manera que, si le dais al play, comienza cuando lo hace la actuación de estos cuatro músicos. Si, realmente, quieres disfrutar de la canción, lo mejor es que te veas los cincuenta minutos que la preceden, pero, incluso si renuncias a ello, creo que se puede apreciar, en los minutos que dura, como la música, con o sin palabras, puede trasladar emociones muy personales y compartirlas intensamente, de tal manera que afecten o tenga efecto en personas ajenas. 

Si no, no entiendo cómo llevo días obsesionado con ella. He llegado a grabarla torpemente con el micrófono de mi teléfono y guardarla en un WhatsApp, la manera más socorrida que se me ocurrió, para enchufar unos cascos al móvil por primera vez en mi vida y poder escucharla repetidamente, sin cansarme de hacerlo. Hay una belleza connatural que no me atrevo a interpretar, a darle sentido. Prefiero, simplemente, disfrutar, proyectar la escucha en mi propia experiencia, que acompañe mis gozos y fatigas, sin estropear ni apropiarme del origen y la potestad de sus autores y de la persona que los inspiró. Creo que es, de alguna manera, la magia de la música. 

Más: esa guitarra hipnótica de Arturo Ibáñez, manejada con un virtuosismo que parece espontáneo, un rapto controlado y preciosista que transmite paz, pleito, esperanza, aflicción, melancolía, promesa, calma y que, con todo ello, parece tocar a rebato. Bajo, guitarra rítmica y batería, en perfecta sintonía, trazando el pulso: el ritmo intenso que sostiene la canción, que la eleva y la inmortaliza. 

La tengo grabada en la cabeza. No es mía. No era para mí. Pero no lo puedo evitar. Llamémoslo música a secas, ¿no? 







Comentarios