En diez años o así que llevo escribiendo en este blog, no es la primera vez que me pasa, pero sí que es la primera vez que me da auténtica pereza sobreponerme. No es la primera vez que no tengo ni puta idea de por dónde empezar a escribir, a eso me refería. Me pasa a menudo, pero siempre me las arreglo. Se me ocurre un chiste, una chorrada, me fijo en algo que no tiene nada que ver con lo que se espera que cuente y de ese hilo tiro hasta que se enreda del todo. Pero bueno, la vida, dicen, va de sobrevivir, ¿no? De vivirla, más bien. Y lo que se vivió en el sótano de La Boheme fue para eso, para vivirlo. En directo, digo. En diferido, no va a quedar igual. Pero qué más da. Estamos a miércoles ya y una vez más, algo se me ocurrirá y de ahí tiraré hasta que el surrealismo excesivo prevalezca sobre cualquier intento de aplicarle a esto algo de sentido común.
Común es ir de concierto. Hay gente que lo hace todos los fines de semana. La experiencia es hasta baladí. Vienes aquí, yo canto para ti, de la misma te piras, puede que satisfecho o puede que decepcionado. Alguno encuentra alivio, otros una oportunidad de socializar, dicen que hay hasta casos en los que a alguien le ha cambiado la vida o se ha convencido de que era así. Y, el fin de semana que viene, haces lo mismo o, por cambiar, te vas al fútbol, a misa, o a tomar la brisa en el puerto deportivo. Pero este concierto, de alguna forma, no parecía ir por ahí. Ni el sitio, ni la reunión de bandas, ni la organización, ni, si me apuras, el extraño combinado de gente que se reunió allí debajo apuntaban a pensar que alguien pudiera decir que había sido un concierto más. Menos mal que andaba Álvaro Heras por allí, porque ya te lo digo, tío: algún día te va a tocar sumar esto a tu memoria histórico-musical de la ciudad. Y parece mentira. Y no lo parece. Porque es lo que parece, en realidad: lo mejor siempre sucede de las maneras más imprudentes e inesperadas.
Todo tuvo ese aroma, por no decir tufo, que suena mal y, a pesar de los decibelios, al final, todo sonó bien. Pero tenía ese aroma, a casa okupa en Villatruño, a un bolo de Hedwig en una hamburguesería bizarra, a aventura en la jungla más que a concierto en sala, a que construyo un escenario de naipes y si se derrumba que me quiten la rumba que me he bailao. Porque bailao hubo. No sé si lo llamaría pogo, pero me ahogo cuando recuerdo los aspavientos y contorsiones de la primera fila, con especial mención a la cuadrilla monotónica y a don Javi “Dilin Dalan” Rubio, que hasta tocó los teclados sagrados, y que animaron el cotarro como si aquello fuera un concierto de Fugazi en el comedor de un frenopático. Te lo digo ya, me la suda, sé que me estoy perdiendo y que no estoy siguiendo una línea recta y que me estoy enrollando y que esto no tiene sentido y que llevo cuatro conjunciones copulativas seguidas en una sola frase. Me la suda, repito. Pero te lo voy a poner aquí y ahora, ordenado, esto es de lo que estoy hablando: Villapellejos, Los Retumbes y Campamento Rumano, que no era el orden acordado, en concierto, el pasado sábado 25 de febrero, en el antiguo karaoke La Boheme, Plaza de Arriquí(taun)bar en Bilbao. Más de cien entradas se vendieron, en el momento, y lo sé de buena tinta, la que tenía la almohadilla, que me pasé un buen rato sellando a peña (a uno en la jeta). Se petó el sótano, se produjeron los conciertos, se fue todo el mundo contento, creo yo, y ahora solo queda absorberlo y, en un momento, que yo te lo cuente aquí y arruine la experiencia:
Las bandas llegaron a eso de las siete de la tarde y se bajaron a prepararlo todo, crujiendo escalones y admirando la perspectiva estética del lugar en el que iban a tocar. Char-Lee Mito lo dijo y tenía razón: “Tiene un aire a Brian de Palma”. Como lo del BALA en Zapatos La Palma, pero con otro tono: aquello parecía un ejercicio romántico intentando apoderarse de la mitología lumpen y bohemia de la decadencia urbana que tanto nos atrapa para bien y para mal. Jesús, tío, qué tiro tienes en la cabeza, pero sí: la mitad parecía magia y la otra mitad, escatofagia. Fuera, que seguía la vida, hacía una tarde apacible, aunque llovería un poco, y el Bilbao más burgués, consumista y cosmopolita rodeaba la plaza circular con un ritmo ajeno a lo que sucedía en subterráneo. Ahí hay una rica metáfora, lo sé, que no voy a saber aprovecharla. Salías a fumar fuera y enfrente antes se vendía vino al por mayor y ahora intentan hacer lo mismo con el producto prefabricado de una ciudad supuestamente moderna. Veías a la gente, en su rol de transeúntes, pasar, mirar y murmurar, dejarse obnubilar por los cambios de colores del neón de La Boheme, preguntándose, me imagino, qué se cocería ahí abajo a fuego lento. Pues se cocía un concierto. Los Villapellejos, ordenados y afanados, colocaban bien su material y eso que les faltaba un trípode o algo pero ahí estaban Los Retumbes para ayudarles, aunque, a su vez, a ellos les faltaba un micro pero ahí estaba Ricky que montó su batería rumana y se fue a por uno al local. Vamos, que se coordinaron, hubo compañerismo, risas, alguna preocupación con el limitador, movimiento de mobiliario, cigarros bajo el andamio y cuando nos quisimos dar cuenta los primeros ya estaban dándole candela y qué bonita estaba la noche a la luz ténebre del sótano, con una sábana vandalizada a modo de simpecao, ilustrando que aquel bolo iba de un rollo benéfico que no se creería ni el filántropo más caritativo en el mundo de las hadas piadosas. Por cierto, que lo cuento ya aunque no sea el orden: el concierto también tuvo su momento tómbola, y se sorteó, sin mucho éxito, un suspensorio caducado, ideal para genitales afectados por un operatorio, que en la caja ilustraba su utilidad con un hercúleo Atlas de poderosas gónadas que sujetaba el mundo bien cómodo con su propia coquilla terapéutica. La leche. Ana Retumbes se desgañitó para darle más emoción a la rifa, pero ni fu ni fa, por ahí salió volando y no se supo más. ¿Querías surrealismo? Pues ahí lo tienes, en suspenso. Ahora, en serio:
Los Villapellejos actuaron los primeros porque así lo determinó un sorteo amañado al que se podría llamar democracia, si quieres. Con sus seis miembros de pie, incluido el batería que, por espacio, fue el único subido a la tarima que hacía las veces de escenario, una especie de mínimo hemiciclo alicatado en azulejo blanco, por lo que soy capaz de recordar. Parecía que los habían arrinconado y estaban defendiéndose a base de mandobles de punk nuevaolero pero decir eso es muy fácil y sencillo y aquí nos gusta el requiebro y lo excesivo. Igual es por los teclados, por los diálogos líricos, por los ritmos sencillos, por el sentido del humor, pero reducir todo su estilo a una etiqueta ridícula es lo que la rúcula a la ensalada, pura decoración. Van del punk más erizado y vertiginoso al rockanrol más vistoso y popero sin despeinarse el pelo, y eso lo hacen, por ejemplo, en “Pelo rizado japonés”, “Jimmy Carter” o una “Faja color carne” que se sale por todos los costados, más bien por las costuras del corsé. Por lo que sé, estrenaron hasta nuevos temas, una “Pekineses” con aire embaucador donde Char-Lee Mito se esmera con las maracas y añaden a esos juegos vocales hasta ladridos entonados, al estilo de lo que hizo hace muchos años Don Woody en el rockabilly. A ellos se les vio contentos y muy sudados luego y abrieron con buen nervio para ir entonando al respetable y calentando el ambiente: radiadores y corriente alterna. Aún está reciente pero creo que permanecerá fresco durante más tiempo.
No nos vamos a engañar ni a morder la lengua: los siguientes en la lista eran Campamento Rumano, pero les faltaba la mamaliga para acompañar los chiftele... Qué sainete: en la tele me veo ya, participando en el Máster Chef de Rumanía, como si conociese su gastronomía, qué desfachatez. Lo que quería decir es que no había llegado el teclista y se había llamado a la T.I.A., que mandó hasta a Ofelia la secretaria a buscarle, pero no había manera de dar con su paradero. Alguno de ellos empezaba a ponerse nervioso, que es un eufemismo, claro, así que Ana y Andrés salieron al rescate, bajaron a la carrera, montaron su aparejo y se pusieron a pescar. Los Retumbes, sueltos, resueltos y enmascarados, repartieron Rohypnol y trankimazin musical, recurrieron a lo que recurren siempre, su surtido de temas pegadizos y asilvestrados, y si decepcionaron a alguien yo no me enteré. Desde “El parque de Los Hermanos” hasta “Alienígenas ancestrales”, acudieron, esta vez, a los gritos más atávicos, como el que utilizó Ana para abrir “Animal” mientras Andrés ponía la guitarra en la jeta de la peña. La batería sonaba a cantos rodados que te pulverizan la cabeza. Jugaban con el ritmo y con la elasticidad de la sátira, revolcándose en la sencillez rítmica para aprovechar bien la garganta y la velocidad de los patrones repetidos. Andrés disfrutó del vibrato alveolar de las erres en “Surfin’ Fuckushima” y se lucieron con las instrumentales; con las viejas, como “A retumba abierta;” y con una nueva que titulan “El solitario” y que describieron como cuatro notas mal puestas porque “peor es mejor,” que podía haber sido, si me apuras y me permites que yo también abuse del humor y la ironía, la leyenda que resumiera todo este concierto. “Eres idiota” y se me nota, lo sé, y alguno se lo cantaba a su colega fuera, mientras cogíamos aire antes de descender a los abismos de Bucarest. Si me dejas elegir, que algún derecho tengo después de haberlos visto en directo como una docena de veces, esa noche destacó “Sin amigos”, y eso que alguno nuevo ya hicieron.
Y ahora ya sí, con Enduras elegante, gafas blancas, blazer a cuadros y zapatos de baile de salón, colocado detrás de su teclado, se arrancaron sin más miramientos los Campamento Rumano, que te lo creas o no, habían levantado expectación, y mucha. No soy yo de dedicarle tiempo a esto, pero, en esta ocasión, creo que ayuda a entender la actuación. Para que os hagáis una idea, para que os pintéis el cuadro en la cabeza: el guitarrista iba disfrazado de Daniel LaRusso cuando andaba por los primeros kyus, que su obi era de color blanco y amarillo; Kañon, bajista de profesión, con camiseta de The Spits que se hizo en un taller de manualidades y la gorra tuneada con la frase “Nunca debisteis debutar”; y Ricky y Vito, baterista y cantante, como si hubieran llegado de darle al squash. De hecho, con su pantalón corto bermejo, las gafas a juego y la camiseta de rayas, teniendo en cuenta que detrás le amparaba un póster bucólico de un pantalán flotando sobre el verdemar, el batería de Campamento Rumano parecía estar ensayando para la gala de despedida de verano en el resort Kellerman mientras Baby y Johnny se enamoran aunque los padres de ella no lo aprueben. Con baile cadencioso e invitación al despiporre, Enduras abrió la gala y regresó a su esquina para ribetear las canciones a teclazos.
Fue un concierto largo, y con largo hablo de diecisiete minutos para catorce canciones. Luego, sí, aunque alguno no se lo creía, hubo más, vuelta a empezar, demencia total, se repitieron algunas y el público borró las líneas de separación. En el primer pase, ya se vio que el día no entendía de fronteras entre banda y respetable. Por esa trinchera, se paseaba de derecha a izquierda un Vito que gritó más alto que nunca. Lo hizo de rodillas o de camino de vuelta de donde fuera que había ido, porque no para quieto y va roturando un surco sobre el suelo donde luego se pueden plantar berenjenas o tirar la línea subterránea de baja tensión. Mientras curraba, recibía cariñosos halagos de un público que destacó por su ingenio: “mangantes”, “sinvergüenzas”, “asquerosos”, “¡hay que venir ensayaos!”, “os merecéis un tacto rectal” o la perla final: “sois peor que Metallica.” Y a todos ellos el cantante de la banda respondía con un sincero “gracias”. Cantaron todo lo que han grabado. Por un lado, en su único ep hasta el momento: “Coca Cola en Angola” fue la segunda e iba seguida de “Néstor”, “Divorciado y sin custodia” más “Humanos programados”, también al principio, y por la mitad, una “Ser tirano es la mejor” que, si me lo permiten, sonó de pena pero peor es mejor, ya sabes. Por otro lado, también lo que grabaron para Matado por la muerte: una “Soy tenista y no comunista” en la que se oía más vociferar a la peña que a los de la banda porque si el sonido fuera gasolina allí que habríamos ardido todos sin remisión, y, para cerrar, que lo mejor es evacuar, “P.I.S.S.”, treinta y cinco segundos que pasan así, como la parábola perfecta en un baño de gres.
Pero además de todo eso hubo varias sorpresas. Sorpresas te da la vida: esta vez, en forma de canciones nuevas. Por ejemplo, la que eligieron para abrir el bolo: “Hay una cosa que te quiero decir”, que no era una versión de Los Secretos, me muero, pero igual sí que está inspirada en el programa de Telecinco, me piro. También fue nueva la que casi cierra el bolo. “Nazis invertidos” le sonaría a muchos porque es, en realidad, el tema original que se convertiría en “Néstor”, gracias a la inspiración de una frase cogida a vuelo en un bar de Donostia. Antes de la toalla y la marea, esa canción llevaba esa letra, y en un ejercicio de meta-arqueología, los Campamento Rumano la recuperaron para este bolo. Nuevas también fueron “Sigue sigue Kim”, que le sirvió a Enduras para articularse un buen baile polirrítmico o una que no sé si tiene título pero que decía que en Nueva York hay mucha gente aburrida y razón no les faltará. Hubo dos más: “Fumador y menor” y otra letanía política, “Comunista ejemplar.” Punk para ¡mpampán! Por supuesto, que ya que aprendieron a tocarla, no pueden desaprovecharla, también se cascaron su versión del “Mierda, mierda, mierda” de Eskorbuto, su única versión del día. Y ya está. Qué pasará con este material nuevo, no lo sabe ni el mejor de los videntes. Es evidente que funcionaron, pero también que les falta lubricante. Que levante la mano al que le importara eso allí y entonces.
A nadie. Para entonces, allí ya nadie parecía haber sobrevivido a la anarquía y el fandango. ¿Que exagero? No serás el primero en decírmelo, ya me lo digo yo mismo. ¿Que se me va el bolo? Es que se pega, y el sábado, allí abajo, aquello era una pandemia de proporciones bíblicas. Pero qué quieres que te diga: merece, mereció y merecerá la pena. Si no fuera porque de vez en cuando te olvidas de que fuera sigue estando todo igual, para qué íbamos a haber bajado hasta aquella cava resonante. La música es esto, justo esto, creo yo, aunque te pareciera que lo estabas viendo reflejado en el espejo deformante de tu júbilo aberrante. Tira para adelante, Holden, hasta el infinito y más allá. Algo se me iba a ocurrir, ya te dije, pero ¿tanto?
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