En El Tubo, que es un bar, han pasado muchas cosas, más de las que se pueden contar. Algún día alguien escribirá un libro y aún así no se conseguirá contar ni la mitad. Muchas de las cosas que han pasado están tatuadas en sus paredes, en la hondura de sus baños, por las baldas que se vencen, en el sótano imaginario que buscan algunos recién entrados, sobre la superficie de esa barra inexpugnable, donde se acodan, de vez en cuando, los dos personajes de leyenda que lo regentan y que, muy a su pesar en ocasiones, son la memoria histórica de este diminuto universo de los milagros paganos y, por extensión, también poseen secretamente la radiografía biográfica del corazón de nuestro pueblo, o de una de sus aurículas por lo menos.
Que los Ídolos del Extrarradio tocaran en directo ahí dentro, en esos cuarenta metros de espacio útil que inutilizaron cinco decenas de afortunados, se puede contar entre los milagros paganos, sin pompa ni providencia que valga, sin éxtasis mariano ni epifanía divina, pero reales y reveladores como solo lo puede ser la vida misma y sus cosas ordinariamente sobrenaturales. No voy a perder el tiempo haciendo una lista, por mucho que quisiera ser simbólica y reduccionista, de los ejemplos que precedieron al viernes pasado. Son muchos, y unos pocos, a modo de ejemplo, seguirían siendo muchos. Y es que lo que son son ya unos cuantos años los que lleva arrastrados y a sus espaldas este tugurio convertido en club musical y universo paralelo. Años de subsistencia, respirando a bocanadas, alimentándose a base de música y los pocos frutos que sacan de su huerto, porque el trigo se lo plantan ellos, ellos siegan, ellos muelen y ellos cuecen el pan. Vamos, que a su bola y a su ritmo, con autogestión y una filosofía exclusiva, como pueden y les dejan, con sus vicios y virtudes, ahí siguen, y así llevan resistiendo y haciéndonos, de paso, felices y orgullosos al resto. Ya ni sorprende que, de alguna extraña manera, se hayan convertido en una institución, casi en leyenda, en algo así como lo que he dicho antes, un lugar donde suceden milagros paganos como el del viernes pasado. Lo del premio, con todo el respeto, me la trae al pairo. Menos mal que no se les ha subido el moco.
Y, en estas, para ir cerrando el 2019, llegaron los Ídolos del Extrarradio al radio extraordinario de nuestro tugurio favorito y colmaron todas las expectativas: el local se petó, la música lo elevó y todos nos fuimos de allí, aunque en silencio, sabiendo que había sido una más, una más de esas muchas y aparentemente diminutas experiencias, tan pequeñas como mayúsculas, que puestas en conjunto forman la parte de nuestra vida que nos permite soportar la otra. Y eso que yo llegué de casualidad, que no pensaba hacerlo, y de la misma salí corriendo, que no debía haber estado allí; pero a mí se me quedó así, porque hubo un momento en el que hasta cerré los ojos y me dejé llevar por la música y luego miré a mi alrededor y me dije, joder, qué puta felicidad, y no fue porque al abrirlos me encontrara a Patxeko en su habitual postura de codo derecho en reposo, mano izquierda en el bolsillo, flequillo resoplado, sonriéndome por debajo de esa barba entrecana. No fue solo por eso.
Fue porque se dieron las circunstancias, qué ostias. Tienes el sitio, tienes a la peña; te queda lo que remata el aleluya. Y es que el ahora trío de Santander que responde al nombre de Ídolos del Extrarradio se ha cascado uno de los mejores discos de 2019, y por eso no hemos tenido los huevos de glosarlo en este blog. Su Discurso Caníbal es de lo mejor que se ha podido escuchar por aquí, en lengua castellana o en inglés, me da igual, tanto este año como en muchos anteriores. Y no me hagas hablar de los que vendrán luego, que no soy de esos que se pasan la vida mirando a la polilla y el alcanfor. Habrá quienes los superen, si no aviados vamos, y quizás lo hagan hasta ellos mismos, pero ese disco que acaban de grabar es al punk lo que el carbono para la química orgánica, la vida, vamos. Canciones de menos de un minuto que hieren, canciones de tres que contienen un mundo entero dentro. La terna "Discurso Caníbal", "Caza furtiva" (con esta cerré los ojos) y "Gatitos, Fascio y Desencanto" son el dórico, el jónico y el corintio del género, tres columnas sobre las que sustentar el futuro del punk. Esas estructuras complejas llenas de expresión pero aún inmediatas, esas líneas de verso que se pueden serigrafiar en el alma, esa rabia natural y congénita que germina en música de nervio y volumen. Todo lo que siempre admiramos y lo que admiraremos en el futuro: "La vida en modo "survival" / Mentes forradas de Kevlar / Disparan al pregonero y que nos cubra el silencio / o mil canciones de mierda. Bailan leones, corderos". Es lo que consiguieron en su concierto, lo mismo que ellos dicen en otra: que gente bella no viviera amargada aunque fuera durante cuarenta y cinco minutos, los que se soltaron, más o menos, en un concierto de punk elástico y maleable, que riza el rizo y trepana sin miedo. En directo, son más efusivos aún, y con ello más elocuentes, más aplastantes. No bajaron del escenario. No tiraron fuegos de artificio. No hicieron concesiones a la grada. Les bastó la música, como al flautista, para hechizarnos a todos a base de verbos como agua hirviendo y sustantivos como cercas de alambre. Hambre de más. Hambre de no pasar hambre, de que no te den pan y te digan tonto.
Si no has oído hablar de ellos, no dejes que te silencien más su nombre: Ídolos del Extrarradio, y vuelvo a ponerlo en negrita. Estáte atento a lo que sale de la garganta y de los instrumentos. De la misma manera, si no has estado nunca, acércate, asoma la cabeza, entra sin miedo, en El Tubo lo único que muerde es la música, bueno, y alguno que quizás se pierde, pero también tienen encantadores como el chicano de la tele. No te lo pienses. Habrá más diminutas experiencias, más milagros paganos, y cuando te encuentres dentro de uno, ya no querrás salir.
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