Siendo como ha sido, a pesar de las listas, que no valen para nada, uno de los mejores discos de rock and roll de este 2019, pocas cosas más quedan por decir del 10 de los Bo Derek's. Salió a la luz pública allá por enero, así que ha habido tiempo de sobra de trasegarlo y glosarlo y elogiarlo y, sobre todo, bailarlo, porque es lo que es: rock and roll añejo, por el que nunca pasa el tiempo, para rockones de pro y todo aquel al que le vaya la alegría de enseñarle el dedo corazón a la vida. Voy del tirón: en el bandcamp publicaron la nota de prensa que le pidieron a Gerardo Urchaga de Los Chicos y, la verdad, es que con leer eso lo tienes todo sabido. Urchaga da en el centro de la diana y ahí está la esencia y ontología de la banda: Mermelada, pub-rock, Doctor Feelgood y los DelTonos. En la primera canción, ya lo ves todo, y casi que te dan ganas de lanzar la pinta para abajo y de espaldas como Begbie en Trainspotting.
Hay en el disco dos versiones, una de los Contours, o de la J. Geils Band o de Smokey Robinson o de quien sea, pero en inglés, "First Time I Look at the Purse" y otra de Mermelada, "Marta", pero si no te lo dicen no pasa nada y crees que son de ellos, porque van en la misma línea que sigue el disco entero, una línea tan sinuosa y deslizante como la que te hacían caminar antes los policías norteamericanos en los controles de alcoholemia de las comedias románticas. El disco es además un estudio profundo sobre la vida disipada, la fauna y la flora nocturna, los hábitos ancestrales de los habitantes del bar: bebidas taumatúrgicas ("Fireball"), locales de nombres exóticos ("Jueves en Hanoi"), leyendas epicoetílicas ("Amenaza Chaparrón") y personajes secundarios bajo la lupa lucida ("Dulceida debe morir"). Y, sobre todo, un canto descarnado a la supervivencia subterránea: "Encerrados" o "Solo una más", canciones que, puestas así, una la primera y otra la última, parece que dibujan el círculo imperativo en el que se convierten algunas experiencias litúrgicas que comportan la ingesta de pócimas terapéuticas. Ponerle música y letra a esto no es algo nuevo. No han sido ellos los primeros ni serán los últimos, pero suenan como si lo fueran, como si nadie lo hubiera hecho antes y nadie lo fuera a hacer después, y eso es lo que explica el impacto y la posología de este disco. Hipnóticos riffs de guitarras, una voz estrangulada que parece surgir de la misma entraña de la afección y ritmo, mucho ritmo, ritmo, velocidad, ímpetu y esa fogosidad repentina que es tan de verdad como debería ser.
Pues eso. El resto, lo que se dice en estos casos, quiénes son, de dónde vienen, qué hacen, quién los saca, cómo los estimamos... eso, hemeroteca, tecla y tecla para googlear y te lo cuentan mucho mejor que yo por esos rincones digitales alejados de la mano De Dios. Lo de aquí, que sirva, al menos, a media docena de días para que cambiemos de año, como advertencia de última hora. Que hay que escuchar a los mayores, ya sabes, si no, luego pasa lo que pasa:
Mi padre ya me dijo, ya me advirtió,
¿Por qué no te buscas una profesión?
Con esto, ¿cómo crees que vas a acabar?
Olvidao, borracho, solo en el baño de algún bar.
("Amenaza Chaparrón")
Sirva el vaticinio de lenocinio y este disco de redención: si iba a acabar en esto, en estas doces canciones, ni tan mal.
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