El bajista, que cantaba lo mismo que el guitarrista, dijo: "pues vamos a tocar dos más y nos vamos. Tendréis que esperar otros diez años para vernos". Luego me explicaron fuera que un poco ya habían exagerado; que no hacía tanto tiempo, al parecer, telonearon, en el mismo sitio, a otra banda valenciana de punk, Típex, a los que, por cierto, el batería de Finale recordó, llevando una de sus camisetas durante el concierto. Hasta que se la quitó. Bueno, diez años no, pero parece que sí, que Difuntos Telaraña se prodigan poco y fue una oportunidad verlos en directo, en Sarean, el miércoles pasado a eso de las nueve más o menos, mientras por la plaza Corazón de María de Bilbao La Vieja lucían más los puentes de luces azules de los coches patrulla que el único árbol, un tilo con la barbilla orgullosa y bien lucido, que estaba iluminado en ocasión, ya lo sabes, de las fiestas que se acercan, que lo son para todos, aunque a algunos no les apetezcan y se les atraganten como un polvorón relleno de mazapán.
Creo que en ese párrafo lo he dicho todo: he mencionado la ciudad, el local, las bandas, el género musical, hasta el día y la hora. Ostia puta, qué máquina, si lo llego a hacer a propio intento no me sale. Solo me queda explicarte, quizás, que el título de la entrada no pretende ser grandilocuente y exagerado, como lo soy a veces, si no retorcido y graciosete, como siempre lo soy, y ya huele, haciendo un juego de palabras entre el nombre de la plaza donde se encuentra Sarean, Corazón de María, que también lo he dicho ya, y la lección práctica que nos dieron ambas bandas sobre la elasticidad y vigencia del género. Un género que ya lo dijo Eskorbuto hace tanto tiempo que parece que lo hicieron en blanco y negro: "el punk ha muerto, vivo o muerto, viva el punk". Pues los Finale dicen que ellos hacen punk punk punk punk punk punk punk punk punk punk punk punk kinky y los Difuntos Telaraña, por momentos, recordaron a los de Santurtzi, así que me congratula informaros de que a estas alturas importa una puta mierda que sigamos discutiendo sobre a qué le llamamos punk, vivo o muerto, porque, al fin y al cabo, se lo seguimos llamando, y eso es lo importante.
Así que, vamos al rollo. Nos presentamos allí en Sarean, bar regentado, por cierto, por Juan Carlos Bilbao, y no hace falta decir mucho más, quizás murmurar Muga y ya está, donde, lo recordé en el momento, hace la mar de tiempo, que aún no habían ni arreglado la plaza ni encontrado las ruinas esas, estuvimos en una exposición de tablas de skate pintadas con mucho arte o algo así, porque mi memoria no es buena. Desde entonces, lo admito, no nos acercábamos tanto al corazón de Bilbao La Vieja, pero es lo que tiene ser del extrarradio, de barrio y padre de familia, por qué ocultarlo. Aún así, mereció la pena. Pena que no vinieran más, y eso que el local presentaba buena entrada, diversidad generacional, también de género, y, sobre todo, buen rollo y pretensión de pasarlo bien. El pogo empezó tarde y tímidamente, pero haberlo húbolo. También hay que advertir, y con esto paro y paso a la música, que Sarean es y hace más que simplemente ofrecer una barra, cervezas Boga, y comida entre semana. Si te interesa conocer su actividad cultural y comunitaria, visita la web, o sube más arriba del muelle de Marzana y descúbrelo tú mismo.
Dicho esto: punk.
Entre pan y pan, punk. Eso es lo que tuvimos. Primero de la mano de los vecinos Difuntos Telaraña, quienes se presentaron en formación de trío: guitarra, bajista y batería, los dos primeros repartiéndose las partes vocales según ellos decidían. A veces, se hacían coros el uno al otro y, siempre, sonaban menos a melodía que a lema con flema. Con lema con flema quiero decir que mezclaban letras con compromiso y algo de poesía y que las lanzaban con rabia y más vocativas que melodiosas. Tuvieron que ponerle un barril de cerveza al bombo porque se le escapaba al batera. Empezaron con instrumental, creo, y arrancaron con "Basura", "Imposible" y "Poco a poco" hasta que en "Risoterapia" cambiaron las tornas y fue el guitarrista el que llevó la voz cantante en lugar del bajista. Y así se combinaron durante el resto del pase, donde hasta recibieron ayuda del público porque el bajista quería decirle al guitarrista que tras "Síntesis" no parara y se arrancara de seguido con "La historia", alegato contra los discursos establecidos en el relato historiográfico, y lo consiguió porque un espectador le dio en el codo al guitarrista para avisarle. Ese era el buen rollo. Buen rollo que se vio luego en el hecho de que se vieran obligados a agradecerle a los Finale que les hubieran cedido todos los instrumentos, cosa que no suele ocurrir habitualmente, como comentó el bajista. Quien también, escuetamente, nos explico que la canción "Irola" iba para ella, para Irola Irratia, la radio libre de Bilbao que, como él mismo dijo, "nos ha visto crecer". Para el final, se guardaron "Rompen los juguetes", que la dedicaron, y la última, que no es su título, la presentó el bajista como "la Finale" y el batería de Finale se dio por aludido y se lo agradeció. Hay que decir que los valencianos, sobre todo, guitarrista y batería, siguieron con educación y mucha atención el bolo. Un bolo en la línea del punk en formato trío que siempre ha crecido a las orillas de la ría, con una letanía que no entendía de lugares comunes ni temas universales, aunque, en algunas canciones, como "Agujero" y "Abrigo", el nivel poético subió por encima de la media en nuestra historia lírica, en lo que concierne al punk a la ribera de nuestra ría, quiero decir.
Los valencianos Finale eran, sin embargo y con el debido respeto, el plato fuerte de la jornada, porque venían de fuera, porque Valencia está de moda, porque su nombre prometía una noche de punk sin muletillas. Ellos mismos tenían ganas de empezar, tantas que lo hicieron casi sin público, sin que regresaran dentro todos los que salieron fuera a tomar el fresco un rato. Se lanzaron de cabeza a por el bolo, sin esperar a nadie, con formato clásico de batería enérgico al fondo, bajista recio a la izquierda, guitarrista diligente a la derecha y un cantante eléctrico que ocupaba lo mismo el centro que los rincones más apartados, hasta donde llegaba haciendo gimnasia sueca y un poco de parkour. Como digo, arrancaron casi sin público pero a tope y terminaron, que no lo he dicho, con público y por cojones. Y es que se despidieron con la última, el bajista ya se piraba, y la peña le obligó a volver, de la misma, y convencer a sus compañeros de tocar una más. El vocalista decía que se les habían acabado y el bajista explicó que es política de la banda no hacer bises, pero por cojones tuvieron que improvisar, ensayar lo llamó el cantante, una más, y ahora sí, se les dejó marchar. Antes, por el medio, sonaron las cuatro de su demo, que presentaban y vendían en formato de cassette, y las dos que cayeron en Matado por la muerte, recopilatorio que hace las veces de radiografía del género en la península y donde se les incluyó. "Navajas", de lo mejor de ese recopilatorio, también lo fue del concierto. Convencieron, por lo tanto, y mucho, con un punk sin contornos ni corsés, cimentado en una base rítmica firme a la que le ponen contraste con la flexibilidad y expresividad del cantante y, sobre todo, con el auge de un guitarrista inquieto y original, que recuerda a Johnny Marr, a los Josef K, a The Rapture, los primeros Libertines, no sé, no sé a qué, no sé explicarlo muy bien, pero que le da un matiz muy particular e interesante al sonido del grupo. Su juego con los dedos sobre las cuerdas finas, la diligencia con el resto, moviéndose por todo el mástil, de traste en traste sin avistar el desastre, es, sin duda, una de las marcas de esta banda, que, eso sí, sabe encajar la genialidad del guitarrista en el ímpetu y la crudeza de la propuesta general, sin que caiga en la hipérbole y se estropee, sin que consiga oscurecer el mérito de los demás. Quizás, eso sí, se te van los ojos al cantante porque es de los que capta la atención, quién lo puede negar: se mueve, se retuerce, se quiebra la glotis, con ese espontáneo nervio agudo que le sale de lo más profundo. No le hace falta ni hablar. Recuerda, por su profundidad de gesto, por sus contorsiones y figuras, a una terna que nos inventaremos entre Mick Jagger, el Jon Iturbe de los Hot Dogs! o el propio Ian Curtis, cuando subía los brazos, echaba los codos para atrás, y se ponía a sacudir el rapto. Por cierto, el segundo elemento de entre los tres elegidos ha sido traído a la mezcla por deferencia de otro masón de la logia de Matado por la muerte, este bajista y cíngaro, que fue quien habló por primera vez de Iturbe en referencia a los Finale. Que no es mía la ocurrencia, vamos, y confieso la autoría porque creo que tiene razón y el acierto no me pertenece. En cualquier caso, punk (doce veces hay que repetirlo, creo) kinky o lo que quieran llamarlo, pero, al fin y al cabo, un buen florilegio de música lozana y desenvuelta, con fogosidad y sin aspavientos, letras afiladas, con pocas palabras pero arrancadas de la víscera, y ya no sé qué más añadir porque no quito la vista de esa palabra que acabo de escribir y que empieza por flori y acaba por legio y que a la legión me tenían que mandar a mí para no volver jamás a escribir.
Que vuelvan ellos, sí, los Finale, otra vez, a visitar más pesebres de la margen. Que sí, que no pasen diez años, no vayamos a estar homenajeándoles el nombre cuando vuelvan los Difuntos Telaraña. Y, por supuesto, que sí, que siga Sarean y que tú sigas lo que hacen. Y que todos los miércoles laborables, que sí, que ya podían terminar así. También termino aquí.
Los valencianos Finale eran, sin embargo y con el debido respeto, el plato fuerte de la jornada, porque venían de fuera, porque Valencia está de moda, porque su nombre prometía una noche de punk sin muletillas. Ellos mismos tenían ganas de empezar, tantas que lo hicieron casi sin público, sin que regresaran dentro todos los que salieron fuera a tomar el fresco un rato. Se lanzaron de cabeza a por el bolo, sin esperar a nadie, con formato clásico de batería enérgico al fondo, bajista recio a la izquierda, guitarrista diligente a la derecha y un cantante eléctrico que ocupaba lo mismo el centro que los rincones más apartados, hasta donde llegaba haciendo gimnasia sueca y un poco de parkour. Como digo, arrancaron casi sin público pero a tope y terminaron, que no lo he dicho, con público y por cojones. Y es que se despidieron con la última, el bajista ya se piraba, y la peña le obligó a volver, de la misma, y convencer a sus compañeros de tocar una más. El vocalista decía que se les habían acabado y el bajista explicó que es política de la banda no hacer bises, pero por cojones tuvieron que improvisar, ensayar lo llamó el cantante, una más, y ahora sí, se les dejó marchar. Antes, por el medio, sonaron las cuatro de su demo, que presentaban y vendían en formato de cassette, y las dos que cayeron en Matado por la muerte, recopilatorio que hace las veces de radiografía del género en la península y donde se les incluyó. "Navajas", de lo mejor de ese recopilatorio, también lo fue del concierto. Convencieron, por lo tanto, y mucho, con un punk sin contornos ni corsés, cimentado en una base rítmica firme a la que le ponen contraste con la flexibilidad y expresividad del cantante y, sobre todo, con el auge de un guitarrista inquieto y original, que recuerda a Johnny Marr, a los Josef K, a The Rapture, los primeros Libertines, no sé, no sé a qué, no sé explicarlo muy bien, pero que le da un matiz muy particular e interesante al sonido del grupo. Su juego con los dedos sobre las cuerdas finas, la diligencia con el resto, moviéndose por todo el mástil, de traste en traste sin avistar el desastre, es, sin duda, una de las marcas de esta banda, que, eso sí, sabe encajar la genialidad del guitarrista en el ímpetu y la crudeza de la propuesta general, sin que caiga en la hipérbole y se estropee, sin que consiga oscurecer el mérito de los demás. Quizás, eso sí, se te van los ojos al cantante porque es de los que capta la atención, quién lo puede negar: se mueve, se retuerce, se quiebra la glotis, con ese espontáneo nervio agudo que le sale de lo más profundo. No le hace falta ni hablar. Recuerda, por su profundidad de gesto, por sus contorsiones y figuras, a una terna que nos inventaremos entre Mick Jagger, el Jon Iturbe de los Hot Dogs! o el propio Ian Curtis, cuando subía los brazos, echaba los codos para atrás, y se ponía a sacudir el rapto. Por cierto, el segundo elemento de entre los tres elegidos ha sido traído a la mezcla por deferencia de otro masón de la logia de Matado por la muerte, este bajista y cíngaro, que fue quien habló por primera vez de Iturbe en referencia a los Finale. Que no es mía la ocurrencia, vamos, y confieso la autoría porque creo que tiene razón y el acierto no me pertenece. En cualquier caso, punk (doce veces hay que repetirlo, creo) kinky o lo que quieran llamarlo, pero, al fin y al cabo, un buen florilegio de música lozana y desenvuelta, con fogosidad y sin aspavientos, letras afiladas, con pocas palabras pero arrancadas de la víscera, y ya no sé qué más añadir porque no quito la vista de esa palabra que acabo de escribir y que empieza por flori y acaba por legio y que a la legión me tenían que mandar a mí para no volver jamás a escribir.
Que vuelvan ellos, sí, los Finale, otra vez, a visitar más pesebres de la margen. Que sí, que no pasen diez años, no vayamos a estar homenajeándoles el nombre cuando vuelvan los Difuntos Telaraña. Y, por supuesto, que sí, que siga Sarean y que tú sigas lo que hacen. Y que todos los miércoles laborables, que sí, que ya podían terminar así. También termino aquí.
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