Esto va a sonar a que está de más, lo sé, pero me la sopla, es Navidad o lo que quieras celebrar y hay gente que se pone un jersey de lana con renos y luces incorporadas y la gente se ríe y lo soporta, así que va: esta noche he tenido un sueño y salía Ian Mason. Sí, yo tampoco sé por qué ni cómo. Nunca recuerdo del todo lo que sueño, pero estábamos los dos sentados, medio tumbados, creo que frente al mar. Él vestía un largo gabán o algo así, todo de negro, y yo, no me acuerdo. La conversación era muy corta pero agradable. Él me dice:
- Acabo de leerme un manuscrito apócrifo de Yeats.
- ¿Ah, sí? Yo estoy releyendo a Steinbeck, Cannery Row.
Dice que sí con la cabeza, sin ganas, se levanta, y del costado contrario al que compartimos, saca un chafarote con guarniciones doradas y una piedra iluminada engastada en el pomo. Al mismo tiempo, del mar que disfrutábamos en contemplación, sale un ser demoníaco de cabeza bífida y cuerpo escamado y lanudo en uno que Mason decapita de un solo mandoble, ambas cabezas, en un gesto seco, eficaz, mientras con la palma de su mano abierta retira las aguas y hunde a la quimera degollada en la arena húmeda. Se da la vuelta y me dice con parsimonia:
- Voy a merendar algo.
Y se va. Y no me despierto entre sudores, qué va. Ha sonado el despertador y luego me he acordado. Por un lado, me ha hecho gracia. Por el otro, he pensado: estás como una puta cabra.
Y con este pequeño sucedido navideño que os regalo por la gracia y gloria del solsticio de invierno, doy paso a mi crónica del concierto de The Renegados y The Wizards en el Mendigo Aretoa de Barakaldo este pasado viernes:
En un Mendigo petado, con entradas anticipadas agotadas, mucha ropa oscura de abrigo, y las afanadas camareras manteniendo sin problema nuestro ritmo de consumo hidratante, se abrió el último concierto del año de la mano, manos rápidas y forajidas, de The Renegados, banda vizcaína de reciente institución a la que no se puede considerar una superbanda porque no parece que ese haya sido el espíritu con que se creó, pero los currículos de sus cuatro miembros asustarían hasta al Séptimo de Caballería. Y con estas referencias al Oeste Americano más romántico, me hago eco del contexto que ellos mismos han utilizado para este proyecto. Sin ir más lejos, su primer registro, un ep de apenas cuatro canciones, bien recibido por crítica y público, lo titularon Dead Man's Hand, la mano de cartas en el póquer que se relaciona con la figura épica de Wild Bill Hickok y con su muerte.
Abrieron su bolo, precisamente, con música de fondo que evocaba esos tropos de la mítica y manipulada conquista del Oeste Americano. Un bolo en el que confirmaron que lo suyo, aquí y ahora, es ese hard-rock de décadas pasadas, con tonos arena y aroma a yuca molida. Igual que pasa al norte del río Grande, ellos también practicaron dos lenguas al cantar. En lo instrumental, repartieron intensidad, riffs poderosos y algún solo prolongado, haciendo gala de un repertorio que demostró que tienen dos caras, ambas complementarias: una que sonríe a las canciones poderosas e inmediatas, directas y eléctricas, donde Miguel Moral genuflexiona bien las piernas, coloca la guitarra en el hueco y empieza el duelo con su compañero de la otra esquina; y otra cara para las tonadas más reposadas y contemplativas, aunque sin perder el nervio, donde se observa cierta querencia por la psicodelia y los pasajes inspirados y evocadores. "Mis malas formas" estuvo en el primer tercio del concierto, seguida de "Quedándome sin tiempo", más calmada y confesional. En el tercio final destacaron "La disciplina del diablo" o "Escúpelo", la última, rápida, furtiva y efervescente, que recordaba casi a los Motörhead, otros que también recurrieron al imaginario y el atrezzo del relato del Oeste Americano. Antes, habían hecho lo que Miguel Moral llamó una "bilbainada, pero nos gusta", su versión del "Flirtin' with Disaster" de Molly Hatchet, rock sureño desde Florida. Por el medio de esos dos tercios, quedó lo que no quiero repetir recurriendo a nombres de bandas de los 70 que se pueden encontrar hasta en la wikipedia. Creo que ya te lo imaginas cuando hablo de raíces sureñas, rock polvoriento, el aliento del rocín sobre el rocío de la meseta. Aunque, en esta ocasión, Pintxo ocupara el centro, con su bajo enarbolado como un winchester de repetición, es cierto que en los duelos al ocaso entre ambos guitarristas se te puede ir la atención. Sin embargo, en el desierto hay que tener cuidado con los espejismos y no olvidar que hay más chicha debajo de la sombra del stetson: la base rítmica de la banda destaca en este paisaje fronterizo, con un batería que tiene que agonizar sus progresiones y, además, debe ser elástico y surtido, atizándole lo mismo al bombo con ritmo marcial y acelerado, que al charles para abrir una canción elevando su misterio. Los Renegados dejaron contento al personal, pero da la sensación de que se les puede pedir más. Aún les queda terreno por conquistar, su viaje hacia el horizonte acaba de empezar.
The Wizards anunciaron su salida con otra pieza musical de fondo. Sonaba a folk irlandés, a los Pogues más ebrios y bulliciosos, pero llegué algo tarde y no fui capaz de reconocerla. No me extrañaría que le hubieran hecho un homenaje a McGowan. Estoy seguro de que, por estas fechas, en sus casas suena más el "Fairytale of New York" que la enervante, desesperante, estragante "All I Want for Christmas Is You". En la mía también. McGowan, la nochebuena de Urbizu y esa historia epistolar en una Minneapolis nevada que canta Tom Waits son mis postales navideñas y musicales preferidas. El ambiente, caldeado así, y teniendo en cuenta la presencia abigarrada de la legión que acompaña a los brujos, era óptimo para la ceremonia que se aprestaba.
Atacan, en el primer embate, con "Apocalyptic Weapons" y ahí está Ian Mason, esperando turno entre la espesura instrumental, con el pie de micro tendido y la palma de su mano dibujando una estrella de cinco puntas, que no quería, digo yo, abrir el mar para enterrar la quimera pero igual sí buscaba subyugarnos de principio. Encadenan con "Destiny": mano al cuello para el degüello y luego el dedo abajo. La batería taladra y la peña repite el estribillo. Al fondo, mirándome los pies, como si me diera reparo, yo murmuro esa línea que me gusta y que dice lo de "hear our song, bleed all along". Más tarde me pasará lo mismo con "Aftermath", creo, porque ya estoy perdiendo el oremus, no recuerdo las canciones y eso que estoy tranquilo, bien acompañado, apalancado en la popa del drakkar, emparedado entre desconocidos, al calor humano del rock and roll. Mason abandona el atavío, muestra su torso desnudo, como si tuviéramos que leer en esas runas y esas trazas el secreto que intenta comunicarnos. Mueve cabellera, tensa todo su cuerpo, aprieta el puño e invoca mirando al techo, pero, en general, se le ve más comedido y acotado que en las anteriores ocasiones que le vimos, sin apenas abandonar el escenario hasta la parte final, cuando nimbó tonsuras posando su mano sobre las coronillas acuclilladas. En ese tramo final, sonaron "Calliope", "Stardust", hubo punteo en el mascarón de proa con una flying v, y, en algún otro momento, también tocaron "Conjure", de su primer disco, un risco al que subimos en su día y desde el que oteamos el placer. Cerraron, después de alargar la despedida, con un encumbrado "Heading Out to the Highway" de los Judas Priest. Antes, Mason se lució con un alegato en favor del punk, el rock y el heavy que, con mucho acierto, nos regaló en usufructo a todos los presentes, gritando con rabia que nos pertenece y así es, igual que las canciones de esta banda pertenecen a la música en general más que al género del heavy. Mira que lo discutimos durante y luego, más tarde, pero yo lo veo así, que me da igual que hache que si be, es congénito, inapelable, igual que veo al bajista de perfil, siempre de costado y laxo, oculto bajo su propia pelambrera, y me da como una paz interior que no entiendo pero disfruto.
Y así fue. Para mí. Fuera hacía frío y dentro calor. La noche se alargó: buenas conversaciones, más música, tragos cortos, alguno largo, bares qué lugares y todas esas cosas que hacen comunidad y dan alegría, aunque sea efímera. Lo bueno es que, digo yo, el año nuevo que se acerca se presentará igual o parecido y tendremos más oportunidades de celebrar la gracia efímera. Flamígera me ha quedado la entrada, pero no podía ser de otra manera porque así ha sido todo el rato, excesivo y subjetivo, sin gracia ni aditivos, con el pairo trayéndomelo de serie. No podía terminar de manera diferente. Además, insisto, es Navidad, o lo que quieras: he sobrevivido al supermercado, a Love Actually, la cena de empresa, la mesa llena de pinchos, el árbol, el mazapán, la sopa de pescado y el concierto navideño de la ABAO, al que no fui, no sé ni se existe, pero rimaba en asonante con pescado. Sí, ya está, aquí me esfumo, recupero el chafarote onírico y lo hinco aquí mismo para esculpir el punto y final.
Posdata: la fotografía se la he tomado prestada, sin avisar, a don Javi Rubio. Lo pagaré en especias, la próxima vez que coincida. El título aún no lo tengo ni escrito ni pensado y estoy escribiendo la posdata así que me da mala espina, va a ser más malo que la tiña, seguro, con lo que ya aprovecho y pido perdón aquí.
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