Turre Turre Crónica Fest: Memoria Excesiva y Comprensiva de Nuestro Primer Bule Bule Toga Fest





Prólogo


Reducir Tarragona… ¿a qué? ¿a 800 metros a la redonda? Pregúntame qué vimos y te contestaré: 12 bandas en directo, en tres locales distintos. El resto de la ciudad, para nosotros, se redujo a lo que tuvimos que caminar para ir de un local a otro. Dicen que allí levantan una acera y encuentran una terma romana o algo así. El hotel estaba lleno de mapas, dibujos y demás referencias a los romanos, aquellos tíos tan majos que llevaban un cepillo a mano sobre el casco para lustrarse las sandalias. Los tribunos, he visto en los libros de historia, vestían con toga, y quizás por eso, que no pregunté, el festival al que íbamos se llamaba Bule Bule Toga Fest. Ahora contamos más. El caso es que sí, todo fue muy así: más allá de mover la cadera o la cabeza, poco más que un breve paseo por el puerto buscando el Mr Mojo, uno de los tres locales, paseo gracias al cual vimos yates de esos que pertenecerán a magnates rusos del gas y un pequeño homenaje en cerámica al castell, el edificio viejo de la aduana y para de contar. Hubo un día, y voy a hilar fino aquí, que nos fuimos a por la furgoneta (la retumboneta, ya lo contaré) al aparcamiento de La Pedrera, y dando la vuelta para regresar al hotel, pasamos al lado, que lo vi como levantando el cuello por encima de un muro, del anfiteatro de Tarraco. Enfrente, creo, de la sala Zero, estaba el Teatro Romano de Tarragona. Con la más cándida inocencia confesaré que solo nos sirvió para aprovechar la valla que lo circunda y apoyarnos cuando salíamos a fumar al fresco. El resto del tiempo fue eso: deambular por una pequeña porción del Barri del Port, con los oídos pitando por la música en directo que acabábamos de consumir e intentando soportar la humedad. No me importa confesarlo: el sábado por la noche, me perdí. Si no llega a ser por ella, acabamos haciendo turismo del bueno, del de dar vueltas a la misma manzana de madrugada y la puerta de tu hotel riendo a carcajadas. Ahora voy a lo que procede. Música. Va la lista de los conciertos que vimos con la glosa añadida de mi mirada subjetiva:  


Monólogo


Les Rustyn’s

Primer concierto en la sala Zero y primer momento climático con los franceses de Les Rustyn’s. Si yo fuera bueno en esto, os decía con qué canción fue, el clímax, digo, pero no lo sé. Sé que lo que me gustó fue el fundamento clásico de trasfondo y cómo la canción se iba elevando y enredando y en el proceso intervenían elementos más modernos y actuales; una luxación atmosférica que, a mí, y puede que solo a mí, me pareció un resumen simbólico de lo que ofrece esta banda. Van de Jerry Lee Lewis, Ray Charles, Eddie Cochran y todo lo que se te ocurra de la enciclopedia del rock and roll hasta cosas más recientes como Eli “Paperboy” Reed y el rhythm and blues más promiscuo y misceláneo. Lo bastardo e híbrido siempre mola. Y, en este caso, ese matiz distinto, esa mirada hacia atrás con los pies en el presente, enriquece especialmente la propuesta, la hace más granulada, rugosa y acaudalada. Como se ha dicho, del jazz al rock and roll, del blues al garage, siempre saltando entre décadas hasta recorrerse el final del anterior siglo y el comienzo de este en el que estamos. Una banda joven, donde acapara presencia el guitarrista y vocalista, quien vestía una bonita guitarra hueca de cuerpo colorado y festoneada de botones blancos, pero, nosotros, y en eso compartiré plural porque se comentó y se coincidió, nos quedamos subyugados por la bajista, que, en segundo plano, no dejaba de tener presencia en ningún momento y enaltecía las composiciones desde dentro, desde la misma víscera.

The Mannikins

Segundo bolo en línea recta y sigue el nivel tan alto que da vértigo. No son nuevos los suecos. Empezaron en esto hace 20 años y volvían de un parón larguísimo de 10, pero igualmente su ritmo trepidante y el brío físico de la ejecución fueron, al menos por aquí, una nueva y agradable sorpresa. Provocaron el primer pogo del festival con su high energy de la tierra, pura herencia escandinava de guitarrazos y estribillos arrojadizos. “Bad times”, de su último trabajo, mismo nombre, publicado en 2019, fue un buen ejemplo. Recordaban a unos The Hives cabreados, pero los parecidos y parentescos siempre suelen ser injustos o hasta incorrectos en estos ejercicios de forzadas apariencias en el rock and roll. Así que, más bien, digamos simplemente que hicieron ese garage punk o rock and roll intenso, que también llamamos, como ya he dicho, high energy, y que se relaciona, en Europa, casi siempre, con esos países del norte donde parecen necesitar azote y nervio para entrar en calor.

The Number Ones

Al grano: punk británico más melódico y preciosista pero que enervó igualmente al respetable. Se subió un representante de Les Lullies para cantar con ellos el “Ever Fallen in Love (with Someone You Shouldn’t’ve)” de Buzzcocks. Ahí tienes una pista de por dónde van: punk que roza el powerpop. A mí me sonó, y no me quiero hacer el listo, a The Undertones, Rudi y/o The Outcasts. Es decir, a lo que le hubiera gustado a Terri Hooley, a buenas vibraciones para un día completo disfrutando de la música que no conoce de negocios ni zarandajas. A pachas, se repartían las partes vocales. Y todos conjuntaban con acierto para confeccionar esas canciones equilibradas, compactas, que parecían, después, flotar cenceñas pero penetrantes por todos los rincones y tímpanos del local. Frunce el ceño porque he dicho cenceño, si quieres, pero quédate con la copla: The Number Ones, aunque tú les pongas segundos o terceros, merecen una oportunidad y no te defraudarán.

The Movement

La explosión estalla con el primer acorde. Un detalle: el bajista viste rodilleras. ¿Por qué? No te da tiempo ni a preguntártelo. Ya está volando. Ni Bob Beamon llegaba tan lejos. Hacía tiempo que no veían a alguien tocar de manera tan agresiva, a veces no veías el bajo solo su estela. Son todo fuerza, energía y canciones rotundas, con estribillos pegadizos y distorsión como misión en la vida. Su misión es otra: la cara del Che Guevara y la bandera de Antifaschistische Aktion. Al día siguiente de su concierto en Tarragona, tocaban en la fiesta del PC en Madrid. Abrieron con el “The Revolution Will Not Be Televised” de Gil Scott-Heron en mashup con el “Baba O’Riley” de The Who. Juraría que el incombustible Lukas Sherfey tocaba una Rickenbacker. Claro que destacó “Karl Marx” y sí, son eso, un power trío de revival mod que también aprovecha la primera ola del punk, el ska, los sonidos negros y que, por supuesto, no esconde su compromiso político. Caracterizados por la voz áspera del mencionado Sherfey, los de Copenhague disfrutaron el primer bis del festival, que, por cierto, el bajista espasmódico arrancó con la toalla encima del hombro. Hubo muchas bocas abiertas durante el bolo, muchas promesas de fidelidad absoluta a partir de entonces. Siempre da la sensación de que queda esperar confirmación, que estas impresiones instantáneas pueden ser más frágiles de lo que a primera vista parecen. Pero, por ahora, lo que pareció fue que asistimos a lo que todos esperamos de la música en directo: impacto, nutrición y autenticidad.   

Joni Ekman & Koira

Los finlandeses, de alguna manera, sufrieron el síndrome de ir detrás. Los horarios se respetaban con bastante exactitud en el festival, y, a menudo, el comienzo te pillaba aún reponiéndote de lo anterior. Por lo que oímos antes mientras entrenábamos, preparándonos para este fin de semana, en lo que tenían grabado, Joni Ekman & Koira sonaban más cañeros y neurálgicos. Probablemente, acabaran siéndolo en el concierto, pero nosotros no aguantamos y no lo presenciamos. Procede confesarlo, que, por supuesto, odiamos hablar de conciertos que no vemos de pe a pa y con toda la atención necesaria. Más aún, si después pretendes escribir de ello. En lo que vimos, nos quedamos con un cuarteto sonriente, mucha greña rubia, alineados frente al precipicio del escenario, azotando fuerte las cuerdas para buscar desarrollos largos y bien combinados. También me quedé con ganas de darles una segunda oportunidad, para qué nos vamos a engañar.  

The Anomalys

“¿Hola, qué tal, vamos a bailar together?” El concierto estaba programado a las 12. A las 12:15 estaban descargando. Una hora más tarde, saludaban y empezaban a intimar con el público. Nadie se quejó. Muchos hasta lo agradecieron. Otros aprovechamos para refrescarnos al sol y la brisa de la Marina. Hubo quien ni se asomó por allí. El mismo cantante de The Anomalys se rendiría al final, después de desesperarse un poco porque no consiguió congeniar con el público tanto como él lo intentó: “You look tired” y anunció el final, pero alguna protesta vociferada le valió para alargar el concierto un pelín más: “Ok, Are you ready for a drum solo?” Solo duró unos segundos, pero el redoble arrancó un final tan arrollador como el resto del concierto, con un tono más punkarra, quizás, y con el cantante engullendo el micrófono hasta el fondo de su garganta. Si te molan las bandas con eso que llamamos actitud, con mucha, ahí tienes a estos holandeses en formato trío: dos guitarristas y batería, sin bajo, que apabullaron al respetable con una sesión que fue del punk al surf pasando por el rock and roll y la ceremonia de la distorsión. En la honda Slovenly Records, sonaron tribales, casi primitivos, entre ruido de guitarras y un batería que tocaba como de costado y echado para adelante, con buena ostia en ambos brazos y que, a la segunda canción, ya había desnudado torso. El guitarrista-vocalista se bajó al público varias veces, abriendo hueco para aporrear por allí abajo, como poseído por el riff, y en una canción que creo que dedicaron a los amigos muertos, pero puede que de la misma me lo esté inventado, se sacó la armónica, se paseó por abajo, se subió a la barra, le cantó a la camarera, se bebió un chupito de tequila con ella, hizo malabares con los focos y se volvió al escenario: “No more surfing for you guys: no toga no surf”, dijo poco después, o antes, no me acuerdo. Se le vio casi que cabreado al final y salió del local espitado para tirarse un par de buenos minutos derrumbado en el suelo de la Marina, con la cerveza en la mano, intentando superar el cansancio y recuperar la respiración. Se acercó el de sonido, creo, los demás nos quedamos allí mirándole como si formara parte del espectáculo, como si fuera un bis en sí.

Los Retumbes

Vaya por delante una cosa: esto es solo una parte. Por razones que aquí no conviene explicar, porque aunque todos sepamos que no, quiero aparentar que tengo objetividad, nos encontramos viviendo muy de cerca la experiencia bulebulera de Los Retumbes, así que he estado preparando una especie de diario de gira que publicaré más adelante y donde se cubrirá con más o menos acierto, pero, sobre todo, en mayor detalle, este bolo y lo que vino luego y antes. Así que aquí seré más parco y conciso. Precisamente por ello, lo básico: para abrir boca por la tarde, antes de que nos encerraran a todos en el Zero, se organizó gala de apertura en el Groove, a cargo de Los Retumbes, banda barakaldesa reducida a dúo que ha ganado popularidad y reconocimiento en los últimos tiempos sin que casi a ellos les haya dado tiempo a explicarse cómo o por qué. Puntuales a la hora que les dijo el organizador, en un bar con buena entrada y público dispuesto, se presentaron con baquetas al aire y guitarra inhiesta para saludar a la gente enmascarada con los antifaces que ellos mismos habían regalado para ambientar la misa pagana. Arrancaron con intro y surferos y para la quinta ya habían soltado el folclore más local con “El parque de Los Hermanos” y así fueron cayendo, poco a poco, canciones que se están convirtiendo en ululatos que te trepanan el cerebro como “Joe Strummer”, “Montañas de lindano”, “Smartphombie”, “Surfing Fukushima”, “Revuelta blanca”… Para el final dejaron el sonido más punkarra, marca de la casa y ADN del pueblo, con “¿Quién se queda con los millones de las camisetas de los Ramones” y “Basura”, además del material más nuevo que saldrá pronto a la venta para alivio de los que se han hecho adictos a la música sencilla pero cautivadora de este dúo barakaldés: “Eres idiota”, “Alienígenas ancestrales”, “Gasolineras” o “A retumba abierta”. Más de veinte cortes para una hora de viaje sideral, salpimentado con historias de tapacubos y otros aderezos populares, sin salirse del patrón que esperaba la peña: ritmos primitivos, mucha energía, sentido del humor con un punto ácido, surf, punk, Billy Childish y Mickey Hampshire por vena… La maraca de Baraka volvió a triunfar sin paliativos, aunque, se ha de reconocer, el público estuvo rendido desde el principio. Si salías de allí sin ganas de más es que aquel no era tu lugar. Y de oca a oca, del Groove al Zero y bebo porque me toca.

The Montesas & Montesitas

Para mí, y no viene a cuento, Montesas y Montesitas fueron los tíos y tías con los que compartía desayuno en el hotel. El día después del concierto, por cierto, se les veía satisfechos, despiertos, a gusto. En directo, estuvieron impecables en repertorio, ejecución y puesta en escena. Supieron sobrevivir a todo, los difíciles intervalos entre que salen y marchan las Montesitas, los brazos largos de alguno en la primera fila, el calor y, sobre todo, la expectación que habían levantado, que, en general, el público parecía ansioso por verlos en directo. Fueron, en mi opinión, un espectáculo de armonías, yendo de bote en bote por todas las etiquetas del rock, beat, surf, rockabilly, garaje, sin perderse en ninguna de ellas. Ya solo me falta, para aparentar que sé de qué hablo, hablar de aquello de Hamburgo y los Beatles y de Marcel Bontempi y Ira Lee. Pero no lo haré. Mejor diré que, tras el estallido enérgico y violento del día anterior, este fue otro tipo de explosión pero igual de eficaz y contundente. También voy a decir, por aquello de no ser más falso que las pesetas, que, por muy buenos que fueran y por muy bien que lo hicieran, a algunos, y me cuento entre ellos, no nos atravesó la piel. O sí, llegó a la primera capa subterránea, pero no más allá. Eso no nos impide reconocer lo evidente, pero queda patente que la música es un misterio casi genético que afecta en dependencia, muchas veces, del que escucha más que del que emite. Bitte, no me hagas caso, en cualquier caso. Y paso al siguiente.

Los Torontos

Recuerdo que se veían muy elegantes. Recuerdo que no bajaron el pistón en ningún momento. Recuerdo que dijeron algo sobre que tocar más de una hora no era rock and roll y que entre pitos y flautas al final no tocaron la última que se suponía que iban a tocar. Recuerdo que me empezaba a costar recordar. Por lo demás, diversión, movimiento, caderas azuzadas, mucha peña y peña elegante sobre el escenario. Trompeta para traer vientos renovados al festival. Otro ejercicio de revival, probablemente. Me quiero imaginar que, al fin y al cabo, consiguen lo que buscan: que la peña disfrute, baile y se olvide de la mierda que se encontrarán de vuelta cuando vuelvan a la vida real. Ver seguidos a Montesas y Los Torontos, licencia poética al canto, fue como invitarte a imaginar que ibas al baño para atusarte el tupe y salir fuera a buscar a tu chica con su vestido con vuelo para abrirle la puerta del Chevrolet Bel Air del 57 e ir al lago con el resto de parejas. Moraleja: no leas tantas crónicas y ven y cuéntatelo tú mismo.

Silly Walks

El nombre no sé si les vendrá de John Cleese y aquel gag de los Monty Python pero, la verdad, a ellos no les hace falta caminar de manera graciosa. Se mantienen con estilo y buen pulso, firmes y eficientes, durante todo el concierto. Si en el anterior concierto fueron los corbatines, aquí los tirantes, para vestir un garaje con un toque más punk, fuzz, sucio si quieres, aunque manteniendo un nivel alto de elegancia todo el rato. Los franceses eran una de nuestras grandes expectativas, porque nos habían calentado la cabeza durante semanas, meses diría. Quizás por ello, nos quedamos con ganas de más. Con ganas de verlos, sobre todo, sin estar tan altos. Da la sensación de que, como pasaba con la colonia Brummel, estos también ganarán en las distancias cortas. Con una batera femenina que tiraba bien de platos, mucho ritmo, voces con eco, y mucho bajo consiguen convencer sin excederse, alentando la candidez del rock and roll más directo y epidérmico. El bajista, por cierto, también le daba al theremín, instrumento que tocaba acercando el mástil del bajo a las antenas metálicas. De todas formas, a veces, al público también te lo ganas abajo, fuera, más allá de lo manifiesto. Los Silly Walks vivieron el festival tanto o más como público que como protagonistas. La cercanía y naturalidad que demostraron en esos dos días, en los que se jugó a romper barreras lingüísticas, demuestra que se puede confiar en ellos porque están ahí por la música y lo que la rodea más que por cualquier otro interés sucedáneo. Yo creo que eso, luego, siempre se traslada a lo que compones y tocas. Para lo de los idiomas, recuerda siempre que ayuda mucho este ejercicio físico: picoler, picoler.

TV Smith & The Bored Teenagers

Tim “TV” Smith, cuando le vi en el cartel pensé: bueno, por lo menos, conozco a uno. Si hace unos días tuve la oportunidad de ver cómo se mantiene aún en forma Colin Abrahall, ahora nos tocó cerciorarnos de lo mismo con el antiguo líder de The Adverts, aquella banda británica de los comienzos que para el 79 ya había desaparecido, pero que dejó un buen puñado de discos, un legado reivindicable y, además, una de las primeras figuras femeninas del punk. Por su parte, TV Smith lleva desde los 90 en formato solo y se mantiene en activo desde hace 40 años, recorriendo Europa y el más allá con sus propias canciones y las que escribió para su banda primigenia. En esta ocasión, tiró de esta para completar un set rotundo que hizo las delicias de los que le conocían y sabían lo que podían esperar. Por lo menos, yo me quedé satisfecho. Lo tenía más fácil porque venía bien acompañado por una banda en la que se puede confiar. Bajo ese nombre que, como sabrán los más aficionados, se esconde uno de los éxitos de The Adverts, se encontraban músicos de bandas como Suzy & Las Quattro y Midnight Travellers, con lo que no hace falta más argumento para entender el sonido y la solidez con las que relucieron las viejas canciones de The Adverts. ¿Si sonó “Gary Gilmore’s Eyes”? Pues me imagino que sí, pero si quieres que te cuente la verdad, y a la porra con mi reputación, viví el concierto en una nube de contención que me privó de quedarme con los detalles. Además, pasé de meter la mano en el bolsillo para sacar el móvil y tomar notas. Lo importante era otra cosa y yo estaba a ello, concentrado, casi absorbido. Abducido, se dice, ¿no?

Slander Tongue

Igual que con los finlandeses el primer día, me temo que con los berlineses el segundo, tengo que hacer otro ejercicio de malabarismo para reunir palabras suficientes en un párrafo que digan algo sin decir mucho. Y es que tampoco nos quedamos al final. Probablemente, no llegáramos ni a la mitad. La rozaríamos. Pero la agonía de los días anteriores, el manteo y la purga de los recientes y la perspectiva de un largo viaje de vuelta hicieron más mella que las razones puramente musicales. Como con Los Torontos, recuerdo, pero sobre todo recuerdo que ya me costaba recordar. Recuerdo chupas de cuero y que sonaban a Johnny Thunders y más. Más quietos y parados que TV Smith, su punk recordaba también al sello Slovenly, a The Real Kids o a alguna banda australiana. Y hasta aquí puedo escribir. Repito lo que dije con los de Finlandia, imagino que algún día habrá una segunda oportunidad y seremos más certeros y apropiados.


Epílogo


Como decía al principio, no podemos decir que hayamos pasado un fin de semana en Tarragona. Lérida y Gerona, cosas que se te quedan de la infancia: parece imposible decirlo sin terminar la lista. Pero, no, en serio, no hemos estado en Tarragona, hemos estado en el universo del Bule Bule Toga Fest. Y puede que comparta geografía con esa ciudad, pero, en ocasiones, parece una realidad distinta, un mundo paralelo. Antes de ir, me lo dijeron mil veces, hasta lo oí en la radio: es la juerga padre. Si te gusta el rock and roll y un poco de crapulismo de vez en cuando, ahí tienes lo que buscas. Incluso, si como nosotros, te saltas las sesiones djs, que probablemente no debieras, y regresas al hotel o donde sea que duermas con algo de moderación y siendo precavido, aún así de sano y ordenado, seguirás teniendo la oportunidad de desfasar, bailar, conocer peña, disfrutar de la música, dejar la mierda aparcada ahí hasta que vuelva el lunes. Te darás de bruces con la cruda realidad, pero que te quiten lo bailao.

Ya he escrito mucho, y si a ti te duele leerlo, imagínate a mí escribirlo. No sabía cómo iba a regurgitarlo, pero ha quedado así, probablemente excesivo y, en ocasiones, equivocado. Pero me hice una promesa y había que cumplirla. Déjame que añada que nos perdimos a Not Scientists. Y van dos veces seguidas. Hace unos días estuvieron en el pueblo y todos los comentarios fueron positivos. Llegamos tarde, después de recorrer la cuenca del Ebro y descansar en Monegros, pero llegamos, que es lo que cuenta, según las campañas de la Dirección General de Tráfico. Llegamos a Tarraco y dejamos allí parte de nuestro cariño por la música. Porque, a veces, te preguntas por qué te gusta tanto esto, y necesitas que te lo recuerden. Coincidir con gente que comparte esta enfermedad y pasar la fiebre juntos, reconforta. En el plano personal, además, sirvió, sobre todo, para descubrir. Cuando vi el cartel, dije “¡bien, todo suena a arameo!” Había ganas de presentarse aquí sin saber ni pronunciar los nombres y ver qué venía luego. La sensación final ha sido que si quieres ir a la universidad del rock, más vale que primero pases por el Bule Bule Toga Fest y te hagas un cursillo acelerado. Cosas como The Number Ones, Les Rustyn’s o The Anomalys, que ni conocíamos, u otros que sí pero habíamos olvidado o perdido, como The Movement o The Mannikins, hacen que merezca un aplauso muy grande el tío que organiza esto y elige y trae y luego tú vas y consumes y disfrutas. 

Si te digo la verdad, no sé si volveré, pero sé que, por lo menos, siempre diré que estuve una vez.

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