Apenas dos años después de su primer trabajo, Canciones bélicas para días de paz, del que también hablamos aquí (pincha ahí, en el adverbio anterior, si quieres recuperar lo que dijimos), Huracán Rose vuelven a publicar en formato físico y presentan Rara Avis, su segundo álbum, donde multiplican el número de canciones y mantienen intacto su meticuloso entendimiento de la música, cuidando también el producto y su promoción, elementos importantes que, a veces, se dejan de lado.
De todas formas, aquí nos vamos a ceñir al contenido más que al continente. Sinceramente, mucho de lo que dijimos con su primera referencia pueda repetirse ahora, aunque con un grado de satisfacción añadido porque se ve progresión, se ve maceración, el ciclón ha subido de categoría en la escala Saffir-Simpson.
Probablemente notéis, si no lo habéis hecho ya antes, que repetiremos conceptos y agotaremos nuestra capacidad para definir lo que simplemente es rock and roll. Si ya lo dijeron los Rolling Stones hace nada menos que 45 años, pues fíjate yo ahora, dando todo el rato vueltas sobre el mismo vórtice que parezco, precisamente, eso, un ciclón, un huracán, pero sin chicha, deshinchado. Y es que es así: riffs de guitarra machacones que van anexados a una base rítmica sólida, drástica; punteos en estéreo y bulliciosos; líneas cantadas como reválidas, como cornadas vocales... El tema que han elegido para promocionar este segundo trabajo sería un buen ejemplo: "Fuegos artificiales". Ese riff entre The Vines y The Hives, treguas repentinas de unos segundos para arrancar con más brío el calambre que ya no para hasta el final. Si ellos no se pueden parar de mover mientras la tocan es probable que eso es lo que busquen como reacción: estremecer y alterar, que te vibre lo mismo el jugo que el crisol. Es rock and roll, vamos, tal y como lo entiendo yo.
A mi entender, sin embargo, hay un tono distinto en las guitarras de "Vértigo". Siguen el mismo patrón de otras canciones: la misma línea recta que señala la dirección sobre el terreno minado en el que se convierte su música; pero, esta vez, con un pulso más original, más sinuoso, más sugerente, y en línea ascendente, de manera casi imperceptible, como mola. En "El cuarto de la Fiera", el matiz está en la voz, en la matriz, en el fraseo y en cómo lo acompañan las guitarras por detrás, que suenan cinéticas, a hélice que devora. El ritmo insistente e hipnótico desde el principio en "Carmín y mil cuchillos". Voy al grano: en esas primeras cuatro canciones hay una promesa hecha realidad. Recuerdan a un cruce entre Tiparrakers y Sumisión City Blues, con un par de gotas de campari escandinavo, y su propia personalidad mezclada en el combinado. Por el fraseo y las melodías, por la lírica y la estética, se mueven entre esas dos bandas sin perder su propio ímpetu y esencia. Es un arranque soberbio que, además, impresiona más por estar ante el primer trabajo largo de una banda con tres años de historia, como quien dice, solo precedido con otro de seis cortes que les sirvió de presentación y primer intento. En poco tiempo, han hecho un largo trecho, y se ven hechuras, molduras sólidas para seguir acuñando un género al que algunos aún le seguimos viendo frescura y posibilidades.
El resto del disco, con permiso, se les hace largo. No desentona con lo que hicieron antes y hay aciertos y seguro que convence más en directo, pero se pierde esa singularidad que yo le he encontrado a los primeros cortes. No creo que haga falta hacer esta advertencia, todos somos adultos y la mayoría no somos tontos, pero recuerdo que esto es subjetivo y se limita a reproducir mi escucha. "La caja de los truenos" tiene un desarrollo más estándar y corriente, con estrofa, estribillo y puente en su estructura más convencional. "Amor con pistola", abierta directamente con decoración de guitarras, tampoco sorprende, aunque gane en gradación. Pero, aquí me detengo, por ejemplo, ésta tiene ese cariz tan propio del rock and roll que parece que funciona como en diferido: cuanto más la escuchas, más entra, más se integra, más te llega a la víscera, quizás por el acertado empleo del imperativo y sus sílabas. Es lo que decía. No son malas canciones, ni mucho menos. Son buenos ejercicios de estilo, con elementos más o menos particulares, como el bajo en "El caos de mi habitación" y en "Entierros de invierno", una canción con una tonalidad más intensa. De hecho, "Cuando llega el final" parece recuperar tenuemente esa originalidad de los primeros cortes. Pero insisto, siguiendo los patrones que asomaron en su primer disco, con referencias clásicas y locales del punk-rock y el rock más duro, ninguna de las canciones tiene taras ni males que reprocharles pero había un sesgo, un viso distinto en las primeras que no han conseguido continuar después.
Es mi impresión, insisto, que probablemente el que haga honor al título del disco sea yo. Esa expresión latina que lo titula, creo, señala las excepciones singulares de una regla cualquiera. Bueno, pues yo la excepción la veo sobrevolar sobre las cuatro primeras, pero la regla que cumplen las demás, y que las anteriores confirman, es que Huracán Rose son una banda en la que confiar si dejarías, sin dudarlo, que el águila bífida del rock and roll se diera un atracón con tu corazón tierno y crudo, como viene en la carátula.
Esa imagen descarnada y expresiva, y con esto termino, escenifica lo que encontramos después en las letras, un ingrediente principal en el contenido de este disco. Yo, y aquí me vengo arriba, hago una lectura global de todas ellas. No sé si esconden una historia desarrollada en su conjunto, pero sí que veo conexiones y guiños en las canciones que invitan a pensar en una visión acumulada. El uso de la apelación a una segunda persona aparentemente extraviada, la dicción arrebatada, los verbos de acción, el uso del imperativo afirmativo seguido de objeto directo: pasan del dame al párteme al mátame al busca dentro de mí. Se aprecia una continuidad que confirman palabras clave que se repiten en distintas canciones. En general, creo que se desarrolla una historia íntima que habla de búsqueda personal y de conexión con otros, intentando acoplar un paisaje salvaje con una postura transgresora, con la aceptación de nuestros propios errores y lacras. No sé si son solo los "ojos verdes", pero ese mundo o mundos de cuchillos, serpientes, corazones, descubre un empeño por conversar, por mantenerte al mismo tiempo fiel, único y puro que va del "y odié cada uno de los días que pasé sin ti" hasta el momento de la elección definitiva "vivir en tu mundo feliz / o en mi feliz desastre".
No sé si lo han hecho a propio intento o les ha salido así, pero que se puedan hacer estas interpretaciones descubre una obra con pliegues que justifica lo que hemos dicho antes sobre la madurez y el crecimiento de esta banda a la que, sinceramente, y vuelvo a la opinión personal en la que tanto desconfío, le veo mucho más por conseguir que lo que han conseguido ya, que no es poco. Creo que si siguen por este camino, las cinco categorías de Saffir-Simpson se les van a quedar pequeñas.
Ah, por cierto, creo que no lo he dicho, y últimamente tenía la costumbre de hacerlo. El disco se ha grabado en Silver Recordings y el trabajo artístico de portada y contraportada ha corrido a cargo de Ander Pergoi.lab. También tienen un videoclip, dirigido por Silvia GC, con el que le han puesto carne al traje de esa primera canción que abre este disco. Pero todo esto que he dicho lo tienes en la nota de prensa y en las publicaciones que se han hecho eco de ella. Por eso igual se me olvidó en este texto. Lo de arriba, el resto, eso es solo cosa mía y mía la culpa y el desvarío, aunque haya utilizado la primera persona del plural, que es cosa muy castellana que no consigo quitarme de encima aunque no me guste nada.
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