En lo alto de la loma



Acabamos allí arriba. No me preguntes cómo porque costó. Si me dices cómo volver, te diré que está todo muy oscuro. Pero allí llegamos y esta vez uso el plural de la primera persona porque éramos dos, los dos mismos que, al volver, por culpa del conductor, que era yo, se fueron de excursión y acabaron cruzándose las tinieblas del monte Unbe para terminar en Erandio y ver la luz junto al Makro.

Pero sí, llegamos a la Atalaia del Gardoki

Era casi noche cerrada cuando lo hicimos. Lo que más impresionaba del paisaje era la contaminación lumínica que se veía en el valle, como una bruma espectral. La torre de Urduliz, el techo de Uribe Kosta, a la izquierda, parecía una fortaleza inexpugnable en lontananza, y qué ilusión me hace poder utilizar esa última palabra. De hecho, regresando a las fantasías heredadas de las plataformas de distribución de contenidos audiovisuales, asomado a la pendiente de las campas, la oscuridad y la flora del lugar invitaban a pensar que en cualquier momento aparecerían por allí, corriendo con la lengua fuera, Michonne o Daryl, escapando de una horda de muertos vivientes. Es más, la Atalaia, allí subida, en lo alto de la loma, con su iluminación tenue y los clientes recogidos al abrigo de sus paredes, me recordaba al edificio donde se refugian todos en el último capítulo de Les Revenants. No estábamos en Annecy, sí, si no en Sopelana, ya lo sabes. 

La razón del viaje, un bolo: Los Retumbes, primero, Hombre Lobo Internacional, luego. Llegamos con tanto tiempo que nos dio tiempo a pedir nachos con guacamole y comerlos sentados en una mesa, acompañados por los dos que tocaban primero, mientras hablábamos de todo un poco y poco a poco. Poco a poco, también, fue apareciendo gente que venía a bailar más que a comer o beber. Solo se apartaron algunas mesas y, de sobremesa, empezó el concierto. Como ese es el objeto de todo esto, vamos a contarlo ahora, y nos dejaremos de dar más vueltas sobre el eje:

Los Retumbes cambiaron levemente su repertorio. Un poco el orden, y otro poco, lo dejaron a la improvisación. Porque improvisaron un cumpleaños feliz de melodía rugosa para celebrar que aún no era pero le faltaba poco para cumplir años a uno que andaba por el público y que anda por el público tan habitualmente que cuando vas a uno y no le ves ni a él ni a la que le suele acompañar casi te preguntas, pero bueno, ¿qué pasa?, ¿ha pasado algo? A parte de eso, Los Retumbes hicieron lo suyo, sorprendiendo a alguno que no les había visto tantas veces como nosotros con sus letras ácidas llenas de humor irónico. Andrés se flexionó más que nunca y Ana se mantuvo recogida detrás de su casamata percusiva, pero recorrieron sus habituales vitaminas de minuto y medio sin que la gente pudiera resistirse a mover caderas, cuellos, muñecas, conciencias y mandíbulas. Se les vio más sueltos con las instrumentales, en esta ocasión, y se despidieron entre aplausos, invitando a que no nos perdiéramos lo que venía luego. Tuvieron problemas con la cintura del pantalón y con el arranque de alguna canción, pero sobrevivieron a todo para acumular aún más recorrido en una carrera que pronto les llevará de nuevo a Francia y de regreso, luego, a la tierra. Su nuevo ep llegará pronto, se espera, aunque, como el propio Andrés anunció, alguna de ellas ya llevan tiempo, y en la Atalaia también lo hicieron, presentándolas en público. "Alienígenas ancestrales" hasta se tarareó entre una parte del público, por cierto. Por cierto también, a mí me taladraron el tímpano izquierdo. Tuve que abandonar mi esquina en primera fila y pasar a la última, porque la pantalla que tenía de frente, apuntalada con un micro de pie, estaba consiguiendo que la voz de Andrés me cincelara el pabellón auditivo con pinturas rupestres. Mientras aguanté, eso sí, pude percibir, mejor que nunca, que cuando canta, y esto a veces se pierde en los espacios más abiertos, Andrés tiene pliegues en la voz, que adereza las líneas del verso, dramatiza algunas sílabas, y pasa del alarido al requiebro con facilidad. 

Cigarrillo junto a la parra, al cobijo de la naturaleza sombría, la umbría en los huesos, otra vez para adentro y elegimos la esquina contraria para la segunda parte del bolo. Salió el licántropo, sentando en su trono, con las dos piernas dispuestas para llevar el ritmo y empezó el espectáculo. Chaqueta de lentejuelas, pajarita, la máscara y el idioma encubriendo la identidad del hombre lobo. El Hombre Lobo Internacional, que alguno/a se empeña aún en llamar Lobo Hombre... y luego tú te haces el gracioso y terminas "... sí, en París". En resumen: nos obligó a acercarnos aún más, que muchos bailaron sobre la misma alfombra; al grito de "go low" consiguió que todos nos pusiéramos de cuclillas; parlamentó en inglés y en castellano con acento; y, en definitiva, incendió la sala con su areyoureadytorock! sin levantarse del asiento hasta el final. Hubo pogo, salpicó la cerveza, bailes más rítmicos, mucho aplauso y doble bis, que se obligó al Lobo a que volviera a sentarse y se explayara un poco más. Si llega a ser por el respetable, no se levanta de allí hasta que alguien le clavase una daga de plata en la garganta. De todas formas, no parece que le duela la metamorfosis. Se le vio suelto y resuelto con su exhibición de sincronización anatómica, pegando bombo y caja con las piernas, guitarra con ambas manos y esa voz que sale gangosa casi a través de una máscara que no le impide que transpire y sobreviva ni que se refrigere a base de cerveza fresca. Con esas maneras, se recorrió su rock and roll puro y con filamentos que llega directo al nervio y a la carótida. No voy a destacar ninguna canción. Venga va, si quieres una, entre todas, versiones y originales, a mí me moló el "You Better Listen to Me", y digo baby, pero todo funcionó a la perfección, tanto que, como he dicho antes, se le obligó a tocar aún más, cuando, con mucha educación, el tío ya andaba de paseo por entre el público, dándonos la mano a todos, uno y una por uno y una, hasta que si no se ventiló a todos fue casi, por poco. Y poco a poco, nos fuimos yendo, aunque alguno se quedó por allí, para seguir bailando al ritmo combinado de DJ Nash y DJ Maria AK. Acabamos aquí, sí. 

Luego vino lo de Unbe, que ya he contado al principio, pero no quiero repetirlo ni explicarlo y lo dejamos, mejor, para la intimidad. Tampoco voy a acabar con un tirabuzón hablando de aullidos que retumbaban por el valle de la mancomunidad, pero hubiera quedado guapo. 

En su lugar, le doy las gracias por tomar prestada la fotografía que encabeza a Sugar Velasco que, además, no he pedido permiso. Piso pies, pero creo que me lo permitirán. Me excusaré en público, que público suelen ser los dos. Y por dos, cuatro. La fotografía que cierra, que quería que también apareciera el lobizón, se publicó en el fb de los propios Retumbes y también me la apropio, pioneros que somos del robo digital.




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