Hasta los 30, más o menos, excepto una temporada corta que me tuve que ir muy lejos y emigrar, igual que hicieron mis padres al llegar a esta calle, toda mi vida he vivido en Juan de Garay. Cuando la calle tenía coches aparcados, algunos tapados con lonas para evitar la polución, se oía el cuerno de las fábricas, y había hueverías, fruterías, cafeterías de lujo (Sony & Crockett), perfumerías, tiendas de juguetes, una joyería, hasta una librería y bodeguillas, más de una. El cuervo de El Cuervo vivía. Mis padres se conocieron y se enamoraron en el portal número 26. Yo cumplí mis 26 años ahí. Mi madre me contaba que la suya le mandaba a la Riojana a comprar zurracapote los domingos. Crecí en el Udala y jugando a la pelota en los garajes de enfrente. En Nochevieja tardaba diez minutos en cruzar de mi portal hasta la esquina de La Felicidad. No sé veía el asfalto de la gente que paseaba de arriba a abajo. Un año en carnavales un tío se disfrazó de Juan Valdés, con el burro, el carro y los falsos sacos de café. Sara la Carbonera vendía carbón donde ahora venden cortinas. Las periodistas vendían periódicos a la vuelta. Todo ha ido desapareciendo. Se fue el Masaru, y el Tarifa. Dolió, y mucho, que se fuera el Alaska. Un poco más arriba se fue el Padura. En una esquina, estaba Zirika Irratia. El Matadero, el callejón del Eguzki. Aún recuerdo cuando pasaban coches por la puerta de El Tubo. Las canchas de baloncesto que había al lado. Creo que todo eso me da alguna potestad, yo que no me arrogo nunca ninguna, para sentirme un poco de aquí: de esa calle, que no es nadie, pero cuando eras pequeño, parecía la principal arteria del mundo, el puto centro del mismo.
Hoy va a ser un día raro en Juan de Garay. El tiempo ha ido pasando sobre ella como una herida que no termina de curar. Hoy va a haber un concierto en un kebab, el Kabana Kebab, y, al mismo tiempo, se va a despedir la Riojana Rock. Uno de los últimos intentos, se va. De manera incomprensible, dolorosa casi. El sueño de Edurne, su empeño por la música en directo, se despide de la única manera posible, con música. Quién sabe qué vendrá luego. Pero no estará de menos que digamos adiós con educación. Y, de paso, gracias también. Por haberlo intentado hasta el final, sobre todo.
La calle seguirá ahí. Y, algún día, quién sabe, igual vuelve a ser de la gente. Lo dicho: hoy, pase lo que pase, Transeúntes y EnRockecidos dicen adiós a Riojana Rock.
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Marcos