Mucho y pocos



Nuevo bolo en el Mendigo Aretoa y esto ya es un no parar. Esté la sala repleta o en plan comida familiar, la actividad musical en nuestro pueblo, aunque pase desapercibida en ocasiones, aunque los focos apunten a otra parte, aunque algunos locales sigan sufriendo para sumarse, se encuentra en su época dorada o casi. Cosas como las que pasaron el viernes pasado en el Mendigo, si algún día alguien lo deja por escrito, podrán usarse como ejemplo paradigmático de lo que sucedía (y disfrutábamos) en esa (esta) época. Yo, lo reconozco, no me iba a pasar y, al final, casi no salgo vivo. Menos mal que tuve cuajo y, recién terminó la cosa, hice mutis por el foro, pasándome por el forro el subidón que dejó el concierto. Resumiéndolo gastronómicamente y con un sentido del humor confuso: ese viernes el menú incluía calçots y vino tinto a mansalva, que tocaban Ardo Beltza (y si no sabes euskera busca el diccionario online de Elhuyar para entender el chascarrillo) y los barceloneses Deadyard, que de su procedencia viene el chiste fácil de los calçots que he calzado con calzador, a duras penas y me la suda mi reputación. Lo vamos a contar en dos partes, la primera dedicada a los locales, la segunda a los visitantes. Ya luego, si eso, como se hace en la escritura académica, lo cerramos todo con un párrafo a modo de conclusión y si te he visto no me acuerdo.

Los Ardo Beltza merodeaban por el escenario como esperando a que alguien les dijera, venga va, que se quema el arroz. El batería ni se quitó la chamarra para la primera, una versión del "Can't Help Falling in Love with You" de Elvis Presley, que sirvió para poner en antecedentes a los pocos que no sabían qué esperar del bolo. Y es que, por una parte, la versión la llevaron a su terreno y anunciaron lo que iban a hacer luego con otras, ya fueran de John Denver o el "Folsom Prison Blues" de Johnny Cash. Por otra parte, no éramos muchos los que pudimos sorprendernos con esto, ya que gran parte de la docena y algo más de peña que andábamos por allí parecían conocerlos bien, tanto arriba como abajo: "¡Canta tú Julen!", por ejemplo. Cayeron otras versiones más adecuadas, visto el estilo y el formato de la banda, como una de Leihotikan, el "I Wanna Be Sedated" de los Ramones o una buena colección de skatepunk vía NoFX, Bad Religion, Green Day y demás, que no me dio tiempo ni ingenio para apuntar. Con el paso de las canciones, el trío se fue soltando, ganaron en nervio y contundencia y hasta se tocaron alguna propia en euskera.  Dijeron que eran "los nuevos Putakaska", que doy por sentado que no se lo creen ni ellos y estaban de coña, pero acabaron convenciendo a los amigos y a los que no lo eran. Lo que hicieron lo hicieron bien. Tienen, además, mucho por delante para hacerlo mejor. Parece que tienen pericia con sus instrumentos, cantan a dos voces, lo que les puede permitir algo de contraste, y, por lo que se vio, no se emperran en un solo género. Con el paso del tiempo, se gana lo que les falta. La mayoría de las veces llega hasta sin darte cuenta, aunque duela. Con lo que tienen por ahora, y demostraron en el Mendigo, da para tener expectativas y seguirles la pista. 

Deadyard, por el contrario, tenían ganas, ansias de empezar. Ya habían andado acelerados con alguna versión de los Ardo Beltza, mientras ejercían de público, y cada vez se acercaban más a la tarima, por inercia, como si les estuviera imantando. Se movían inquietos por el escenario cuando estaban preparándose. Alguno de ellos gritaba a pulmón el "Radio Rebelde" de Baboon Show, que sonaba en el equipo del bar. Más, te cuento más: el cantante empezó con gorra y terminó sin ella. A nadie he visto tal repertorio a la hora de agarrar el micrófono. No me extraña que, en una de estas, lo confundiera con su birra. Pura demencia ilustrada la suya, que daba miedo tenerlo a un palmo de ti pero luego repartía empatía y cortesía, se prestaba a la conversación y actuaba como hay que hacerlo, sin necesidad de decirlo, simplemente haciéndolo: borrando las líneas y fronteras, haciendo que la música fuera materia, y tan cerca que casi podías tocarla. Al bajista se le cayó una púa y me hizo gracia que tuviera otra lista sobre el ampli. Como que suele ocurrir y está preparado, ya sabes. Y no me extraña, porque más energía y actitud no se puede tener. Usaba un Rickenbacker que ponía tieso para golpear el falso techo del local. Pocos bajistas tienen tanta presencia y fuerza; tan bestia como su compañero en el ritmo, un batería que ahí seguía, sin inmutarse: camiseta de Muletrain, cara seria, ostia va, ostia viene, como quien va plegando la ropa de la colada mientras piensa en sus cosas. Los dos guitarristas se mantenían cada uno en su esquina. Riff, coro, la espalda para atrás y las piernas combadas, dibujando miocardios por los mástiles. Parecía epilepsia lo que les daba de las sacudidas que arreaban. Y ya está, tío, yo no sé qué más contarte. Es lo que se me quedó. Lo que consigo recordar. Y, probablemente, la mitad me lo haya inventado. 

He querido que pasaran unos días, para ver qué quedaba. Porque allí, en directo, en el momento, se me quedó la piel como la concertina. Me han dicho que la gente usa citas de Confucio para intentar dar consejos, hasta hay quién se las tatúa. "No importa lo lento que vayas mientras no te detengas" y cosas así. Pues podían añadir ésta: "Me la suda cuánta peña haya, nosotros a saco". Y a saco fueron. "Qué duro es el rock and roll" me decía Patxi al oído y yo asentía con la cabeza. Pero no daba pena ni rabia ni nada porque no daba tiempo. Ya sabemos cómo funciona esto. Había poquita peña y el concierto estaba siendo mayúsculo. Lo dicho: no daba tiempo al lamento ni al quejío. Los catalanes arriba te daban una colleja de vatios como te pararas a malgastar el tiempo en pensamientos ridículos. Era una detrás de otra: la intensidad se podía cortar con radial. Un sonido bestial y una ejecución a la altura: pringue, mugre de la buena, toda la música bien ensartada en la fisonomía más musculada del rock. Que sí, que te digo cosas que esperas leer en estos sitios, si quieres, pero las he dejado para el final porque muchas llevan colorantes y conservantes que añadí luego en casa, con conexión a internet de banda ancha y un portátil delante: "Coffin Ride", "A.M.B.I.H" o "You Gave Me Sun". Todas sonaron. Y presentaron el "Monkey Monggah Blues" como música de baile y resultó ser un estudio concienzudo del ritmo y su progresión hasta que estalla en la magnitud arrebatada del final. Para final, lo que dejaron de postre, con el "Sabotage" de Beastie Boys; su propia aportación al himnario del rock and roll, la pegadiza "The Boys Are Out", que es imposible no gritarla con la yugular mórbida; y el "I Got a War" de Gluecifer, que el cantante compartió con los que estábamos abajo, expuestos a la radiación y sirvió de colofón a un concierto para recordar y utilizar de comodín cuando a ti te echen en cara que te perdiste otro. Unos pocos podremos hacerlo. Casi nos convertimos en comunidad, francmasones de Deadyard.  

Y ahora sí, ya está. El párrafo académico lo dejo para otro día. Creo que ya he dejado claro lo que quería decir: la próxima vez que veas un cartel con ese nombre rotulado, Deadyard, lee bien dónde van a tocar y corre, corre de morros hacia el fuego porque te vas a quemar a gusto y a lo bonzo. 

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