Los lunes al sol y sombra



Al sol estaríamos como una hora, no te exagero. Allí fuera, cómodamente, de cháchara. Con éste, con aquel, esperando a Andrés, que no apareció. Hablando de esto, de aquello, de lo que pasó el viernes y de lo que pasará el próximo. De las vacaciones de Jon, los bolos de Gon, la mano de pintura que le hace falta a la bicicleta del dueño del bar y el disco de homenaje a los Damned. En una esquina, estaban ellos dos, los músicos protagonistas, y, de vez en cuando, si se levantaba la brisa, arrastraba la cadencia relajada de su conversación en francés, que son de Rennes. Ni dos ni tres, solo un kalimotxo me tomé, pero se estaba bien allí. Lunes al sol, al son de la música que salía por la puerta abierta de El Tubo. Hubo que terminar, claro. Ellos entraron dentro y los demás les seguimos en silencio, hacia la sombra. Los lunes a la sombra. Ellos son Black Boys on Moped, que no lo había dicho. La sombra es el bar El Tubo, en Barakaldo, que sí lo había mencionado ya. El lunes fue el lunes, 29 de abril de 2019. Hoy empieza mayo y aquí nuestra función. 

Ante media entrada pero de audiencia exquisita, músicos, periodistas, clientes habituales y adictos a la droga del directo en general, el batería se puso los guantes, hizo ejercicios de muñeca, y esperó a que su compañero se cargara la guitarra para empezar a atizar. Son dos y se sobran para tocar lo que tocan. Pero antes de seguir, lo voy a decir: andaban por allí los Sweaty Lovers, quienes, hace un año, cuando los franceses bajaron del norte para estrenarse en el Tubo, también en día laboral, actuaron con ellos. Así que, al día siguiente, ante la duda, le pregunté a uno de los amantes sudorosos por tam-tam y me lo confirmó: esta vez los Black Boys on Moped venían con un batería distinto. Desde mi ignorancia, lo sospeché. Más que por recordar la cara del anterior fue porque aquel se te quedaba grabado a base de los guantazos que le metía al aparato, y, el de ahora, más que fuerza, que tampoco anda falto, destaca por la exactitud y sobriedad. Bombo, platillos, bombo, platillos, cajas en paralelo para el redoble final. Todo bien medido y entremetido en el riff del guitarrista. Tenían una manta multicolor engastada en el bombo y se la veía temblar policromada como le debía temblar el hipotálamo a George Clinton en un viaje lisérgico. 

Básicamente, solo te puedo decir que reconocí tres canciones: "I'm a Liar" y "Out of My Way", de su recomendable último disco, y una vieja que se queda pegada en la memoria, como el regaliz en el paladar, desde que la escuchas por primera vez: "Ride". Todas tienen una arquitectura sencilla pero contundente, basada en un riff lleno de fuzz que satura de densidad las canciones y una voz intensa y fibrosa que le da potencia y emoción a cada una de ellas. La voz no sé si me recuerda a la de Andrew Stockdale o a otra, pero tiene ese vibrato agónico que le da una tonalidad muy particular y sugerente. De perfil, el cantante abre bien las fauces y puedes ver las notas cómo salen, casi sombras torrenciales que caen sobre el respetable. No hay punteos no hay arpegios no hay velos tupidos que disimulen nada: todo nervio primitivo, fuerza impetuosa y contundencia repetida. En disco suenan más elaborados y condimentados, en directo es un ejercicio de choque, una danza tribal en círculo mientras te cocinan a fuego lento dentro de un caldero de cobre. 

Garage, punk, rock and roll, grunge, un sofrito de indie y una pizca de sal. Lo puedes acompañar de patatas fritas, que el cantante parecía tener antojo y a disfrutar. Se despidió el tío, abrazado al vaso, imitando a Emilio Tuero más que a Los Panchos, y cantando el "Bésame mucho" de Consuelito Velázquez. Media hora más tarde, cuando nos íbamos, ahí estaban los dos, sentados en sus banquetas, junto al merchan, en un bar vacío, como si no hubiera pasado nada. Ya no había ni sombra ni sol solo la promesa de una próxima vez. Si los quieres ver, aún estás a tiempo. Están de gira por la meseta acompañando a los australes The Floors. Y si no, te esperas a que vuelvan en otra ocasión, puede que otra vez en jornada laboral, pero qué bien sientan los lunes al sol si se acompañan de sombra, y que se perpetúen siempre este tipo de tradiciones: una vez al año para atajar la modorra y el hábito. 

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