Family Spree desembarcó en Barakaldo con un concierto en el Mendigo Aretoa que hizo las veces de presentación y representación. Actuaron solo dos de las muchas y variopintas bandas que forman parte del elenco de talento que este sello madrileño lleva acumulando sin freno en unos últimos años de producción y promoción frenética. A una de esas dos bandas, ya la conocíamos, y lo dejó claro Andrés, guitarrista, vocalista y rol masculino en los diálogos pimpinélicos, cuando se subió al escenario: "Hoy jugamos con ventaja, jugamos en casa". Los Retumbes son del barrio, nacieron en nuestro querido extrarradio, le cantan a nuestro folclore mágico y ejercieron con eficiencia de anfitriones y profetas en su tierra. Luego lo contamos. La otra banda elegida para la ocasión se estrenaba por aquí y llegaba desde Barcelona, aunque tres aunques: aunque no todos sean de la ciudad condal, aunque ninguno empezó ayer en esto de la música, y aunque se les vio tan sueltos, antes, durante y después del directo, que cualquiera hubiera dicho que no solo eran del pueblo si no que los forasteros éramos nosotros. Se llaman Sinciders y os lo contamos a continuación, dividido en dos, por partes, aunque ambas bandas y el público que fue a verlas acabaran amalgamados en sintonía y comunión después del bolo, incluso sacándose fotografías de conjunto y vociferando la ausencia lamentada del capo del sello, al que parecieron echar de menos por allí, y eso que le hicieron un excelente trabajo de substitución y comisión delegada. Supongo que eso habla muy bien del espíritu de la marca y también de los que se embarcan en el proyecto. Creímos que procedía mencionarlo. Ahora, vamos con lo que peor se nos da aunque este sea un blog sobre música. Hablemos de ella:
Los Retumbes
Fueron de menos a más y eso que empezaron a tope, vacilándole al Marpe con Wagner, que rima, con Andrés poniendo la pierna tiesa y la puntera enhiesta, y Ana inspirada con el verbo, con su codo de tenista y con sus sentadillas arácnidas. Sin embargo, fue más o menos cuando engancharon "El parque de Los Hermanos" con "Soy un animal", si es que se titula así, que así es el estribillo, creo, cuando ya no hubo oportunidad de huir de allí. Antes y después, se habló de turismo de parques, de ciudades escocesas o de discos caseros que oportunamente se repartieron por el morro: “Si suena mal, es que es así, está mal grabado.” Con esa sentencia pasaron a lo que ellos mismos llamaron “la línea obituario”. La abrieron con homenaje a Joe Strummer y la cerraron con elegía para Brian Jones, ambas canciones fueron precedidas por un discurso funerario, laudatorio y ácido a cargo de Andrés. Esos dos palmeras (vocablo que le gusta al cantante de Los Retumbes) que abren y cierran su recital fúnebre fueron tan grandes como altos los dos árboles de la misma especie que precisamente escoltan la entrada norte del parque con el que se inspiraron para escribir la canción que les ha traído gloria local y que, como no estaba en su reciente disco, ni parece que lo estará en los que vengan, han dejado grabado en plan casero y rústico para los fanáticos que asisten a sus conciertos. En el disco pirata que regalaron a la entrada, estaba, por lo tanto, esa, la del parque de Los Hermanos, y otra que cantaron poco después y que también nos trae recuerdos ñoños y sépticos a los autóctonos que compartimos generación con ellos, una "Montañas de lindano" que sirvió para pillar carrerilla hacia el clímax final, anticipado primero con “Smartzombie” y luego con ”Revuelta blanca”, su versión de los Clash que la gente voceó sin remilgos. Fue el momento oportuno para presentar temas nuevos que buscan demostrar, según explicó Andrés, con guasa gualdinegra, que no se han “anquilosado ahora que ya estamos en el mainstream.” No lo estarán nunca, y lo saben, pero las dos que hicieron servirían de argumento para creértelo y proponerles para el éxito comercial más inesperado. La combinación de humor sarcástico y energía primaria que caracterizó a "Retumbar es mejor que follar" y la ya legendaria aunque ni ellos lo sepan que aún la consideran nueva, “¿Quién se queda con los millones de las camisetas de Los Ramones?”, con un oculto y difícil ejercicio técnico rimando siempre en plural, convencieron a devotos y conversos por igual. Hubo tiempo para más. Terminaron hablando de idiotas, sumando otra instrumental, y con un bis repentino y efímero donde encolaron “Comanche”, la gente llenó los huecos como mandan los cánones, y “Basura”, rápida y sucia, la huella musical de un dueto que pasa del punk al garaje caminando por el rock primigenio sin perder el rumbo ni el equilibrio. Jugaban en casa, sí, y acababan de venir del extranjero. Tanto el pueblo como el universo se les van a quedar pequeños. No es fácil ser profeta ahí, en tu tierra, pero, a falta de libro sagrado para sus misas musicadas, al menos ya han conseguido que un buen rebaño de fieles se aprendan de memoria sus himnos veniales.
Sinciders
Pues acelerados e intensos desde el primer momento. Con el mismo sonido definido y decidido durante todo el concierto, que hasta se hizo corto. Se repasaron prácticamente entero su reciente disco Synesthesic Sensibilities, más alguna sorpresa antigua como su versión del "Motorbikin’" de Chris Spedding, que sonó igual de perturbadora que lo prometido en vídeo. Tienen una canción que les une con Mike Mariconda, así que por ahí tienes las referencias si no has oído hablar nunca de ellos y quieres saber a qué suenan: The Devil Dogs, The Stooges, The Saints, New Bomb Turks… no sé. Velocidad, contundencia: austral y australopitecus porque acabaron silvestres y devastadores. La foto del escenario después de abandonarlo, que creo que la saqué por incitación de Javi Rubio pero no sé dónde la he guardado, mostraba aquello como Dresde en la de Richard Peter. Tan apocalíptico fue el final que, si ya antes habían volado maracas y pandereta, aquí hasta se lanzó un theremin. El concierto no terminó hasta que el público no dejó de gritarle al micrófono abandonado abajo, pie incluido, sin presencia ya de la banda. Aún reverberaba el “what the fuck” por todo el bar terminado el bolo, porque ese fue el estribillo elegido para que, abanderados por Ricar, la primera fila de espontáneos se dedicara a alargar el final hasta casi el infinito. Antes, esa conexión con el público ya se había ejercido con vehemencia: Sardi, vocalista y frontman de la banda, prestó su pandereta, su maraca, su vergüenza y su empatía. Y es que el tío es incapaz de estarse quieto en el escenario. No solo platica cuando no canta, si no que también se mueve compulsivo, se contonea, se ofrece, se abraza a sus compañeros, se empeña por escalar por donde no puede y luego no se despeña de milagro, hace la croqueta y de Eva Nasarre pero sin mallas ni calentadores, se lleva las manos a la cabeza y a la cadera y a la pechera y baja al público, nos reta, nos azuza, se bebe nuestras cervezas y yo qué sé qué más. Esa actitud no es más que el reflejo de la electricidad y el nervio de la banda, que le tiene que salir el brío y la energía al cantante por la garganta y por la cadera porque no puede ser de otra manera. Por las coderas, si no fuera porque iba en manga corta. Desprendiendo buen rollo y sintonía entre ellos, consiguieron que la fogosidad no decayera en ningún momento. Quizás esto sea un arma de doble filo, porque el concierto no tiene picos, y a alguno le puede sobrepasar. No podría destacarte una canción, y eso que me hice con la lista, para la colección, y bien podría hacerlo, pero para qué, si todo sonó compacto, al mismo puñetazo en la mandíbula repetido una y otra vez. Al fin y al cabo, supongo, impresión personal, hacen todo el rato lo que parecen querer hacer desde el principio: tocan fuerte, tocan rápido, tocan sin apaños ni paños calientes. Lo de la sinestesia que le da título a su disco es eso que le pasaba al ruso Skriabin, que veía las notas como si fueran colores, me parece. Pues les viene bien a ellos, porque está claro que el directo de este grupo obliga a usar los cinco sentidos para disfrutar de su música.
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