Fiasco Review!!: Narrativa de Dogo y Los Mercenarios



He de decirlo. Lo primero. Me gusta el título: Narrativa. Me gusta porque es así: cuenta una historia, en prosa. Yo soy capaz de leerla. Me lo creo, por lo menos. Y, al mismo tiempo, hay retruécano, doble tirabuzón, porque también encuentras poesía. Versos tersos para una novela veraz: la historia de una banda que nació allá por 1985 y publicó su último disco cinco, seis años después. Todo esto puesto en canciones. Y, por cierto, no, no han vuelto. Lo explicó muy bien el propio Diego Fuentes, es decir, la primera parte del nombre en cuestión, el Dogo en Dogo y los Mercenarios. Lo hizo en aquella entrevista para Jot Down que ya debería ser texto obligatorio en la historia cultural de Sevilla. Dijo así, con arte y sin contrastes: "Lo de los Mercenarios estuvo bien así: tres discos, y ya está. De puta madre".

Esos tres discos no se perdieron en el tiempo, pero también es cierto que muchos nunca tuvimos la oportunidad de conocerlos cuando procedía. Narrativa nos los rescata: sirve lo mismo de memoria para los que lo vivieron que de descubrimiento para los que no lo hicieron entonces. 33 años después del nacimiento de la banda, se recuperan sus canciones para... bueno, lo que sea. He leído por ahí cosas como... para "cerrar un ciclo" o para "un entierro decente". Yo diría que es un sano y merecido homenaje, sin ambages ni artificios; un ejercicio natural y de agradecer para ofrecer este suculento testimonio. No sé si se hace justicia o no, porque tampoco sé si la necesitan, si se buscaba, si tiene sentido. Lo que sí sé, o creo saber, es que este disco, más que demostrar el peso del paso del tiempo, lo que deja patente, a mi entender, es que la música puede vencer esa inercia, desprenderse de esa gravitación. Ya lo dijeron aquellos que descubrieron lo de la relatividad del tiempo, que éste se dilata. Para algunos, igual Narrativa cierra o entierra pero, para muchos, abre y nace. Y da igual que de la misma también vaya a cerrarse definitivamente y enterrarse para siempre. Sabemos, ahora, gracias a esta épica en canciones, qué es eso (o fue) del terciopelo y el cuero, el alma y el corazón, el rock y el roll. Y el tiempo, por mucho que se empeñe, lo va a tener jodido para estropear este descubrimiento tardío.

Por supuesto, no debemos trivializar o extremarnos. Que, escuchado desde ahora, estas canciones demuestren frescura y vigencia, no las rescata del todo de la realidad en la que nacieron. El tiempo se dilata, vale, y tampoco es una línea gruesa que solo entienda de una dirección. Va, viene, se detiene, acelera, regresa, se cruza, se mezcla y hasta nos atropella. El tiempo nos maneja. Aquella original idea, según cuentan las crónicas, de mezclar a Silvio con la Velvet Underground funciona ahora también, sí, incluso para los que no supimos nunca, del todo, quién fue Silvio Fernández Melgarejo y casi, si me apuras, ni Lou Reed. Funciona ahora como funcionaba entonces. Pero, de alguna manera, funcionará mejor, si me perdonas, que a eso iba, si te preocupas por explorar lo que fue, de dónde nace y dónde pacieron sus protagonistas. Hay que explorar y disfrutar todo el territorio, todo el recorrido, todo el esplendor de una música que se arrima tanto a lo universal como a lo específico. Creo que ese no es un ejercicio en balde, más aún, cuando el disco lo permite. ¿No sabes qué es la mercenariedad? Yo tampoco lo sabía: escucha. Lo que hizo esta banda en su momento fue puro rock and roll, salpimentado con la actitud del punk norteamericano de finales de los 60 y mirando a sus propias raíces, sin rehuir la oscuridad y la reflexión, sin fronteras ni miramientos, como solo puede ser el rock and roll que no entiende de purezas ni líneas maestras. Dime más nombres, me dice. Pues, no sé: Burning, Moris, New York Dolls, Television, Richard Hell, Patti Smith, Flamin' Groovies, Tequila, La Banda Trapera del Río... y los Canijos. ¿Cuántos más? Y, aún así, ellos mismos. La única forma de entender la mercenariedad es sumergiéndote dentro: en la música y, probablemente, como ya hemos insistido, en el tiempo. Lo universal siempre pertenece y nace de lo particular. 

La historia se narra en once capítulos, diez de ellos extraídos de los tres discos que grabaron y, el último, "Vestidos para la ocasión", de nueva creación. O, bueno, de una maqueta de 1999 pero tocada y grabada en tiempo presente. Ese epílogo corrige todo lo anterior. Atiende a los designios del tiempo. Los que les conozcan, quizás vayan de cabeza a cosas como "El polígono sur", "Rock and roll caliente" o "Mala reputación", canciones que encienden hasta apagadas, solo con leer el título. Los que aprovechen esta ocasión para conocerles, quizás se sorprendan con "Ángel" o "El hombre burbuja". Los que estábamos en un terreno baldío, justo en el medio, disfrutamos el doble: de lo conocido y de lo recién descubierto, que puede ser mucho, incluso lo que ya, en realidad, teníamos conocido. Pasa con "El polígono sur": hay una ardor que late entre las palabras, que arranca y destruye la canción. Regusto a vernácula, ese pringue innato que parece magma ancestral. Ya se conocía, pero ahora, puesta en orden, empaquetada, invita, no sé por qué, a mirarla con otros ojos, y te los asalta. Sucede lo mismo con otras canciones: creo que lo mejor del disco son los medios tiempos, incapaces de permitir la doma, repletos de pequeños detalles, recorriendo el terreno completo de la agonía y el descaro. En realidad, todas estas canciones, puestas en conjunto, se permiten crear un misterio tan rico como esclarecedor. Pregúntame por qué, si no, una canción como "La cueva", cuando entra de golpe, es capaz de arrebatar el ritmo natural de tu respiración. Las canciones necesitan lo mismo hueso que nervio. Esta tiene vértebras, hierve con el tacto. Es imposible no transportarse a una realidad opaca pero palpable que la música y el fraseo de Dogo hacen inmediata, concreta. Podríamos seguir hablando de todas ellas, una por una, porque, de alguna manera, todas parecen tener su individualidad y, al mismo tiempo, formar parte de un colectivo bien apelmazado. Pero, lo hemos dicho, el misterio es tan rico como esclarecedor y exige que no se cuente todo, que se quede en una invitación a descubrirlo uno mismo. 

La vida de Diego Fuentes, me parece, podría dar para un doble en directo. Creo que este disco le va a servir para cerrar una etapa larga y ondulante que espero, confío, dará paso a otra igual de sugerente. Hace unos años que se juntó con gente como Juancho López, Jorge Colldan, Xabi Garre y Sam Malakian para recuperar estas canciones en directo. Sonaban distintas, a este tiempo, vivas y vigorosas, con toda esa ampulosidad, la víscera a la vista, el drama sin vestimentas que les hacían tener carne y nervadura. Pero, como decimos, parece que Diego Fuentes tiene planes. "Vestidos para la ocasión", aunque también sea pasado, promete, permite mirar de frente con tantas o más ganas con las que hicimos el ejercicio de mirar hacia atrás. "No me verás" dice la última frase, repetida con rabia, con los dientes ceñidos. Pues, la verdad, esperamos que no sea así. El tiempo, ya lo hemos dicho, es elástico, permeable y caprichoso. Esto no es malo. Ni bueno. Es. Hay una lección de vida escondida ahí, y también en este disco, y en todos los discos, si me apuras.

En aquella entrevista que ya hemos mencionado, Fran Matute calificaba a Dogo y los Mercenarios de "Impecables e insobornables". Infinitos, después de oír este disco. Y lo que es mejor, vivirlo, que se puede. Sigue la narrativa, que, el final, yo creo, no está escrito. 

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