El círculo



Pues ya está, se acabó. "Aquí se acaba Sumisión", murmuró Pela cuando presentó "Mi crvcifixión", rimando lo inevitable. Era el primer bis. Lo habían arrancado con "El efecto demacración" y lo terminaron con "Las víctimas de Chacal". Parecía el final. Pela hacía la cuenta atrás escondido tras una careta descarnada. "Mentira". Luego "Fuego!" Ya iban más de dos horas de concierto. Segundo bis. "Suicida", la "I" y la "II". Parecía que las querían cantar todas, por última vez. Si alguna vez existió el aleph... Mikel se subió, sin que le invitaran, e iban tres, al escenario. Pela le echó el brazo por el hombro. Poco después, cambió de idioma para decir lo mismo: "Hau izan da Sumisión City Blues." Se dio la vuelta, pecho descubierto, la piel asperjada, el gesto serio. No lo dijo a pleno pulmón, no lo repitió. Pero retumbó. Por todo el bar, un mar de adrenalina, exudación y algo de amargura anticipada. Terminaron como empezaron: cantando rock and roll, del primigenio, del esencial, con el que se hizo el molde. Diez años de pureza escogida resumidos en un círculo musical. Abrieron y cerraron con Little Richard. “Bama Lama, Bama Loo”. No hacían falta explicaciones, palabras ordenadas que le dieran significado: bama lama bama loo, suficiente. Lenguaje visceral y trascendente. Diez años besando a ciegas a este amante exigente al que llaman rock and roll. 

Mi homenaje es éste. Contarlo como lo he contado siempre. Sin decir adiós ni mirar atrás:

El Mendigo a espensas de petarse y tres de los cuatro miembros de Tiparrakers esperando para empezar. Serios y ansiosos, parecen tiesos ahí arriba. Aparece Jon Ander, como siempre, masticando, como si pasara por allí, como si no le hubieran dejado terminar el postre. Arrancan. Y arrancan fuerte: “Triángulo cuadrado rombo”. En la primera torsión, lesión: ostia con el crash de Kalbo pero hay remanso y comprensión. Luego el tío volará el cordón del micro como Montie Montana manejaba el lazo, sin dejar tuerto a ninguno de sus compañeros. De hecho, no habrá más percances, excepto con el ampli de Jero, que dijo me apeo pero se arregla y Jon Ander, con flema y sin parar quieto, lo da por solucionado: “Venga, seguimos, del tirón”. Y tira al suelo luego a Xenén. Muestras efusivas de conexión. Xenén suda, frunce el ceño, pone inhiesta su guitarra y puntéa y puntéa como si no hubiera un mañana. Por abajo, en el público, Iker, antiguo guitarrista de la banda, da su bendición, disfruta como el que más, azuza con el puño prieto a sus antiguos compañeros. Su marcha ha dejado fuera ciertos matices que se echan de menos, ricos claroscuros, sorpresas con el ritmo y la velocidad. A cambio, Tiparrakers son ahora una máquina afilada y letal. La energía arrolla, son contundentes, no tienen grieta alguna: la fibra de Xenén es incontestable, ha limado las canciones hasta hacerlas tajantes, incisivas. Tocaron nuevas balas que prometen puntería como “Código del hampa”, “Vater dorado”, “Gafas de oro”, “Cabeza de mármol” o la áspera y drástica “Elige tu camello”, con un doble fondo en la letra que se perpetra desde la primera línea. Argumentos sólidos que recogen en su nuevo disco Elige tu camello, el cual recibieron de fábrica, como quien dice, solo horas antes del concierto y allí estaban a la venta, por sorpresa. Discos frescos y relucientes, como explicó Jon Ander, para colaborar con “el sainete musical actual”. Por el medio, por supuesto, regaron todo este material de estreno con aciertos añejos como “América” o “La puerta”, esta última, una joya, como todo lo que estaba en aquel Delirio tóxico que nunca ha sido reivindicado lo suficiente. Para el final, dejaron una cumbre terminante y convincente encadenando “Demoledor”, “Enemigos todos” y el “Over the Top” de Mötorhead. Prometieron disolverse ellos también, por solidaridad. Pela se lo recordó luego. Ya se les habrá olvidado a todos, esperamos.  

Desde abajo, yo lo viví así: lo que tocaron, lo tocaron con la piel del revés. Desnudos, si lo prefieres. El viernes, transpiraban los órganos menos funcionales, los más emocionales. Todo quedó como atrapado en una nebulosa. Al día siguiente, estremecía el silencio, la ausencia. Si quieres, te puedo dar una lista. Si quieres revivir lo irrevivible, puedo darte pistas. Sumisión City Blues en directo, Mendigo Aretoa, lleno hasta la bandera, 1 de Marzo de 2019, último concierto en casa. Fin de la historia y la historia en versículos musicales: “Mundo mejor”, “El Rey”, “Nadie te ayudará”, “La Guerra”, “Amoniaco impuro”, “Beirut City Boogie”, “Obedece”, “Sólo tú”. No están en orden. Todas son ahora como secretos y memoria en forma de heridas en la piel, en el músculo. También cantaron “Saben todo de ti” y lo hicieron acompañados de espontáneos, Nuri Draka y Fosy Señor No. Las líneas divisorias traspasadas con naturalidad. La esencia no estuvo en el repertorio, estuvo en la intervención, en la ocupación definitiva que hicieron del presente y del futuro. Lenoir y Anti se batieron en duelos flamígeros y desquiciados. Penike siguió sobrio, en una esquina, dibujando el misterio. Pela buscaba inspiración y expiación, siempre de frente, sin esconderse. David, al fondo, recogiéndolo todo en un ritmo transcendental que sonaba más que nunca a pálpito: sístole, diástole, insístele que revive. Pela voló. Le llevaron en volandas. Lenoir no encontró manera de parar, de moderarse. El epílogo acabó siendo una metáfora trágica: con Lenoir solo, tocando empecinado la batería mientras en el público Fosy hacía lo mismo con una guitarra prestada. Bocanadas.  Y así se terminó. “Pase lo que pase seguiremos…” dijo antes Pela, sin querer terminar la frase para hacerlo finalmente quitándole trascendencia, poniéndole humor: “… votando al PNV”. 

Y ya está, se acaba. "Aquí se acaba Sumisión", murmura Pela cuando presenta "Mi crvcifixión", rimando lo inevitable. Es el primer bis. Lo arrancan con "El efecto demacración" y lo terminan con "Las víctimas de Chacal". Parece el final. Pela hace la cuenta atrás escondido tras una careta descarnada. "Mentira". Luego "Fuego!" Ya van más de dos horas de concierto. Segundo bis. "Suicida", la "I" y la "II". Parece que las quieran cantar todas, por última vez. Si existe el aleph... Mikel se sube, sin que le inviten, y van tres, al escenario. Pela le echa el brazo por el hombro. Poco después, cambia de idioma: "Hau izan da Sumisión City Blues." Se da la vuelta, pecho descubierto, la piel asperjada, el gesto serio. No lo dice a pleno pulmón, no lo repite. Pero retumba. Por todo el bar, un mar de adrenalina, exudación y algo de amargura anticipada. Terminan como empezaron: cantando rock and roll, del primigenio, del esencial, con el que se hizo el molde. Diez años de pureza escogida resumidos en un círculo musical. Abren y cierran con Little Richard. “Bama Lama, Bama Loo”. No hacen falta explicaciones, palabras ordenadas que le den significado: bama lama bama loo, suficiente. Lenguaje visceral y trascendente. Diez años besando a ciegas a este amante exigente al que llaman rock and roll.  

Pretérito perfecto y presente simple. El círculo es ancho y eterno. Los tiempos no cambian el verbo. Nadie, ni el tiempo ni el verbo, ni la realidad ni la distancia, ni ellos ni nosotros mismos conseguiremos nunca apagar el eco.

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