Tocar, tocaron



No corrió como la pólvora porque pocos les harían caso, pero horas antes del concierto publicaron un comunicado en internet: el grupo se disolvía. Con una interrogación entre corchetes, hasta ponían en duda que fueran un grupo, que alguna vez lo hubieran sido. Cuando se anunció el concierto, el estreno mundial, también se le aplicó el mismo sentido del humor: igual tocan o igual no tocan, vete tú a saber. Eso le mola a la gente. No sé por qué, pero nos gusta lo irreverente, la mascarada. Va a ser que incluso sabemos reírnos. Ellos sí saben reírse; o desde fuera lo parece, parece que se han reído de todo, hasta de sí mismos. Pero se les ha ido de las manos: reseñas en medios serios, su música en programas de radio, conciertos en directo cuando, en realidad, nadie sabía si era verdad que existían... Consiguieron, en el primero de todos ellos, el estreno mundial, que El Tubo se hiciera mundo y algunos nos quedáramos mudos viendo cómo se llenó de gente, de gente corriente y habitual, digamos de los que aparecen o aparecemos por ese bar casi por inercia y de otros que si no entraban por primera vez era por poco. Un dato incontestable y surrealista aún incluso ahora que lo escribo: una hora antes de que empezara el concierto, en la prueba de sonido, que la hubo, con la persiana del garito medio abierta, ya había treinta personas dentro.

El resumen del concierto es muy fácil: salieron los Campamento Rumano y actuaron como unos diez minutos. Todo el repertorio que tienen y, si hubo más, no me enteré. Abrieron con "Coca Cola en Angola" y sígueles tú luego. Les salían las canciones como a ti y a mí se nos cae el pelo, con naturalidad. No interactuaban ni cuando les gritaban sinvergüenzas y se limitaban a tocar con la misma intensidad con la que rescatarían a un niño impedido en el incendio de un orfanato si tuvieran que hacerlo. Se les veía ahí arriba como si nunca se hubieran bajado, por mucho que permanecieran callados y mirando al suelo muchas veces. Parecían, si me dejas ser frívolo, participantes en un concurso de camisetas ocurrentes, pero, de haber existido, cualquier premio, el que fuera, éste se lo hubiera llevado Enduras, el protagonista del día si tenemos que personalizar y dejarnos llevar por lo vistoso, por lo más obvio. El nuevo teclista de la banda, eléctrico y contagioso, triunfó con su castellano de Andoain y su inglés bien pronunciado, una sonrisa amplia y perenne, talento para el baile de verbena y, lo principal, un surtido de arreglos a los teclados, todos muy parecidos pero resultones, que le daban empuje y chispa a unas canciones que, por otra parte, sonaron igual de urgentes y pegajosas que en el disco, pero más crudas y arrojadizas, más viscerales y auténticas en directo y quería decir más pero la frase ya es muy larga y tan complicada que debería terminar yo aquí mi primer pase. Cuando a ellos se les agotaron las canciones, empezaron como a recoger. Vi que uno de ellos le hacía un gesto serio a Patxi y le decía que no con la cabeza y con un dedo muy tieso, se acabó. En el fondo, nadie se lo creyó del todo. Hubo unos momentos de emoción y misterio, qué pasará, pasará algo o no, que la peña, allí apretada, aprovechó para refrigerarse y platicar. Pocos se movieron de su sitio y los que lo hicieron se perdieron lo que al final sí, sí que ocurrió. Unos minutos más tarde, el rumor se extendió rápido y ágil: iban a tocar los Tiparrakers dos o tres canciones y después, segundo pase, pase lo que pase. Y así fue: los cuatro componentes de Tiparrakers, que andaban por allí, se subieron al escenario o al menos lo hicieron tres de ellos porque el cantante se quedó abajo, yendo de un lado para otro, cantando como él solo sabe hacerlo, como si le estuviera gritando al agua estancada al final de un pozo profundo, al sordo que se baña en el fondo. El batería de los Tiparrakers, pluriempleado y de gala gitana para la ocasión, vestía pasamontañas y lamentaba la ausencia de crash, pero aguantó las tres canciones que tocaron, incluida la vitoreada y coreada "Demoledor". Para la segunda ya se había quitado el gorro, Senén ponía caras y Jero ni se inmutaba, pero, en general, la improvisación sirvió de inspiración y le otorgó aún más excepcionalidad a un concierto que, por hache o por be, permanecerá por mucho tiempo en la memoria de los testigos. Y es que hubo más, claro. Porque después del paripé, volvieron los rumanos de Bilbao y con la misma brevedad con la que se estrenaron, se fundieron toda su producción en un visto y no visto. Si te cuentan algo distinto, igual pasó y yo no me enteré. No te enteras: entra tan fresco y natural que no te enteras. Te quedas con una breve sensación, con el efecto en suspenso. Son buenos, lo quieran o no, sea serio o no lo sea, sea lo que sea esto. Son buenos porque, a veces, la música es solo acertar, como en la acupuntura, supongo, punzar y atinar, ya sea con virtuosismo o con aspereza, atildado o tosco, afinado o no. A veces, tiene que ver con cosas que van más allá de la música, y vete tú a saber por qué. Por mucho que insista en poner los adjetivos de dos en dos no me voy a explicar mejor. Alguien pedía un estudio sociológico, otro gritaba que aquello era auténtico, se veían sonrisas y hasta caras de pasmo. Yo lo único que se hacer es mirar y oír y luego venir aquí e intentar contarlo. Más o menos, eso es lo que vi y oí, o lo que puedo recordar.

Recuerdo más cosas, pero algunas están borrosas. No sé si son verdad y prefiero que siga siendo así. Y sí, yo también me hago preguntas que permanecen sin respuesta. Yo también abrí la boca y no la cerré hasta que alguien aprovechó para meterme el cuello de un tercio de cerveza. Lo que más me sorprendió fue la integración, la fusión, simbiosis, llámalo equis: los músicos, la audiencia, el lugar, quizás hasta el momento, lo que pasó antes y lo que vino luego. Todo parecía estar alineado dentro de un orden excepcional y trascendente que, la verdad, yo no acerté a entender pero sí a disfrutar. Con eso me consuelo, es mejor no entenderlo para disfrutarlo en plenitud. Con todos mis respetos, no creo que lo que ocurra de aquí en adelante convierta esta ocasión en un nuevo Lesser Free Trade Hall, pero bien haríamos todos, los que vamos por inercia y los que se iniciaron, en ser conscientes de que normalmente no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que se pierde.

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