Parece que esto pasó hace siglos. El tiempo es un puto niño travieso: al fin y al cabo, ocurrió el año pasado. El espacio también juega aquí con las reglas. Se quedó grabada en la memoria una sola nota mental, la falta de luz: tanto en aquella esquina abandonada entre pabellones desalojados, donde a veces pasaban trenes y otras veces rachas de aire suspiradas; como dentro, donde parecíamos estar en la bodega de la nave espacial de Acción Mutante. Ante todo, calma, es lo que decidí tomarme para escribir esto. Unos días, que repose, que se te olvide. Ha pasado una semana: sigue latente, pero no es lo mismo. Si lo hubiera hecho en caliente, acabo con la patente y monto un melodrama con nombres compuestos para los varones, hijos bastardos que regresan del exilio para casarse con su hermanastra y esas cosas de telenovela. No quería caer en la tragedia y el folletín. Primero, porque sería una falta de respeto para las otras dos bandas. Segundo, porque haría el ridículo, que ya lo he hecho muchas veces, pero, si puedo quitarme, me quito. Por supuesto, y lo voy a decir claro, el anuncio de disolución de Sumisión City Blues marcó el antes y el durante del concierto en cuestión. Después, ya fue otra cosa. Aunque la gente fuera seguía con el sonsonete: que si Chanquete ha muerto, que si Elvis sigue vivo. Un réquiem en bucle parecía oírse arrastrado por el viento o por el fantasma de los vagones del metro. Y no es para menos: después de verlo, duele más que pueda ser la última. Intentaremos que no, pero, y pillándole ya el tiento a esto, concentrémonos: The Ribbons, Señor No y Sumisión City Blues en Sala Rock&Rolla, discoteca Clue, antiguo Image, en Berango, arriba está Grabasonic, ahí, en algún sitio, en la trastienda de la civilización, por detrás de la circunvalación, en la nación de la oscuridad. Daban de beber si pagabas y distorsión a mansalva si escuchabas atento. En tres párrafos y uno de despedida, incluido el IVA, va:
A The Ribbons les tocó estrenar la noche y no era tarea fácil. Antes de empezar, nos íbamos ya a preocupar porque Iñigo Kani se quedaba quieto con una rodilla hincada en el suelo, pero al final se incorporó. No sé qué pasaba con la pedalera pero parecía Colin Kaepernick antes de un partido o, peor, un soldado antes del combate rezándole a Orfeo, Apolo o Manolo Kabezabolo, vamos, a algunos de los muchos dioses de la música. Salieron al escenario con instrumental al canto y acento masculino. Cuando terminó la introducción, salió ella, la cantante y frontwoman de la banda, que andaba con ganas de movimiento, conexión y jubileo. Lo logró a medias, pero ésa es solo mi apreciación. Como a la tercera, más o menos, se soltaron "Liar Song", uno de sus mejores temas en el que fue su primer larga duración, Kinki Girl, del que también cantaron, esta vez en castellano, la canción que daba nombre a aquel disco. Probaron con una nueva, "Anormal", abierta con un bajo contagioso, cantada en castellano, con el mismo tono descarado y desafiante que reluce en la gran mayoría de sus canciones. Por ahí, prometen. Por supuesto, también se repasaron su recientísimo ep, cantando lo mismo la pegadiza "Giraffe Women", que perdió un poco de engrudo en la ejecución, como la versión de Kylie Minogue, sí, has oído bien, por qué no, "Can't Get You Out of My Head", en concreto, que no me lo sabía, aunque no me hubiera importado confesarlo de haberlo sabido. He ido y lo he buscado, eso sí te lo digo. Yo era más de "Tears on My Pillow". También sonó, que reconociera yo, porque hay una versión virulenta subida por la misma cantante (por eso me he fiado) en el youtube, "Mama It's All Right" y, sobre todo, al final, el "Hey You Baby" que llevan tocando desde aquel primerizo Jelly Movement.
Todo el mundo entra de vuelta antes de que empiecen porque hay ganas de ver ya a Señor No. No se hacen de rogar. Aparece allí arriba Xabi Garre, con su hipnótica cabellera, con ese ataque de epilepsia eléctrica que parece sacudirle el cuerpo entero, incapaz de pararse quieto, haciendo círculos por el escenario, para finalmente detenerse en el centro y gritar de carrerilla: "Hola compañeros/as, salud, tipi tapa, cuando quieras maestro, ah no, que empieza éste, tira..." Apunta a Jorge Colldan, el otro guitarrista, y arranca el fin del mundo. Se acabó. Si pensabas salir de allí con vida, pierde la esperanza. De ahí hasta el final, lo mismo que llevan haciendo toda la vida: un escándalo de distorsión, voces de ultratumba, ritmos que taladran y peña poseída en la primera fila. De "Fiestón" a "El portal del Txisflús", se dispone un mundo paralelo en el que la música se convierte en lenguaje de lo salvaje y lo catártico. Es decir, empiezas gritando que estás vivo y terminas sumándote a un coro fantasmagórico, el villancico surrealista de los agnósticos dipsómanos. Atrapado ahí, sin poder salir, se está cómodo, suelto, feliz. Da igual que sea Nochebuena, San Valentín o la víspera del Apocalipsis. Van pasando del castellano al inglés como les place y en fila india nos incitan a la revuelta y la purga con aleluyas como "Llámame", "A veces no", "Esto", "Inherente", "Como una pompa de jabón", "Off", "Prefiero verte" o "Masacrante". Un poco de todo lo que han recogido en su discografía, todo tocado con el mismo dislate equilibrado y la misma demostración de fuerza. El bajista parece estar intentando huir de una jaula invisible. El batería degüella pollos a baquetazos. Los guitarristas se disfrazan de Kurgan y McLeod en un duelo final por el dominio del universo. Me quitas este último verso, y sigue siendo un poema de saldo. De aguinaldo, nos regalan el "My Pal" de GOD. Justo llega Mikel Monotono y me lo dice por si no me había enterado: "¡Han cantado la de GOD!" Y se le lleva la corriente (eléctrica). Tipi tapa, vamos llegando al final y en el clímax invitan a los Sumisión City Blues, que salen casi todos, de coristas abnegados, para cantarle al portal de Belén o a lo que sea. Así terminan, y a otra cosa, porque alguno de ellos viajaban a Sevilla para echarle un cable a Diego Fuentes con su presentación de Narrativa. El resto nos quedamos allí, deglutiéndolo. Casi no había tiempo para hacerlo, pero fuera, entre cigarro y cigarro, alguien lo dejó claro: "Buff". Y txisflús. No hacen falta ni palabras que lo califiquen y expliquen.
Y Sumisión City Blues: empiezan con "El efecto demacración", una elección inesperada, pero da igual lo que hagan. Ya está el Pela en el borde del escenario, renunciando a la moderación; y vuela la pierna de Anti, haciendo tirabuzones al ritmo de su guitarra. Siguen con "Charco de luz", "No pensaba en ti", "Obedece" y la gente cumple, ruge, huye de la apatía y el nexo con la realidad. Gritan salmos desde abajo, se desgañita la peña y todos nos dejamos llevar, a la deriva del funk y el punk y el rock and roll más auténtico y clarividente. Con "Nochebuena en la ciudad" alguno se pierde pero vuelve. El bajista acaricia todo el mástil de su instrumento, con la mano abierta. El Pela tira de ingenio: "Nos encanta el pop", suelta, y seguro que es verdad. Está dispuesto a borrar todas las líneas que demarcan, las que se trazan y las que se heredan: "Solo tú" y "Suicida I & II" convierten el local en una manifestación de conexión inmediata. Pela pide un cigarrillo a la primera fila y comparte cervezas. Se sienta cerca, como en la intimidad, y la banda se toma un breve descanso antes de arrancar y arrancarse la piel a tiras con "Esperándola y deseando que no venga", una canción hipnótica que bajo aquellos techos negros gana incluso más fondo. Por el escenario, un Pela provocador vacila a los vizcaínos con viejos dichos del refranero interprovincias: "Sí, sí: deja la culebra y mata al alavés, lo sé, lo sé". Ya hizo chistes antes con los barrios de Getxo y seguirá haciéndolo luego con algunas de las bandas que rivalizaban por la atención del público ese fin de semana. Todo es anécdota y nada lo es. Es la esencia de esta banda. Siempre cómoda en el espacio liminal, alérgica a la templanza. Vuelven a la caña con otro villancico iconoclasta, "El pequeño bastardo", recogido en el ep que han compartido con Señor No. El autor de la portada de ese ep andaba por allí. Senén me lo presentó y te lo creerás o no, pero es uno de esos recuerdos que te guardas en la memoria más personal. Le di la mano e intenté sonreír. Dije algo estúpido y me fui de allí, seco y abrumado, porque, si me permites, soy tímido y medio bobo y si no sé qué decir, tampoco sé dónde meterme. Vuelvo ahora: tanto I como E esperaban esta y Pela la anuncia con sencillez e intención. "Venga la guerra, sobran payasos", dice en cuclillas, con flema. Y tocan "La Guerra", que ilumina lo ténebre de nuestras vísceras, y después "Mundo mejor", peor sería no haberla escuchado nunca. Con "Beirut City Boogie" la gente quiere, lo pide y lo baila. Ahora, dice Pela, "un clásico", y "Mi crvcifixión", seguida luego de "Las víctimas de Chacal", se transforma en un homenaje a la historia que ha traído a esta banda hasta ese mismo momento, aunque no importe, aunque importe luego. Pela ya tiene llena la entrepierna de pegatinas que le está encolando un aficionado en primera fila. Hay un momento para la deconstrucción, duelo al sol entre Joseba Lenoir y Anti, con las guitarras enfrentadas y Lenoir azuzando al público. Mientras tanto, Pela se ausenta y Penike se apoya en la barandilla. "Saben todo de ti" sigue por el mismo camino fuera de los patrones fijos: sin bajo porque el bajista lo abandona y se pilla una baqueta para pegarle a los platillos del batería. Terminada la canción se van pero vuelven y Pela sigue con inspiración: "¿Cuál nos falta? A ver..." Mikel Tuca Raca, a mi vera, y Pela allí arriba, de espaldas, los dos al unísono aunque no lo sepan, contestan a la pregunta cerrando el chiste: "¡Historia Triste!", exagerando el grito con humor. No es esa, por supuesto, y el bis revuelve en los orígenes de la banda, comenzando con una "Amoniaco impuro" que queda cruda e incontestable, con Pela cantando a palo en el borde del abismo, a pecho descubierto, la garganta radiografía el alma. Seguida, "El odio que guardas para mi", sin fin, queda así, como en pausa, inextinguible.
Las dos últimas canciones, pienso luego, mientras conduzco de vuelta al pueblo y freno en los radares, podrían ser leídas en su contexto. La letra siempre se interpreta. Pero paso, para qué. Todo sigue. Vamos en el coche. E se apoya en la ventana. I se gira para hablarle. A tope, suenen los Obligaciones. Las dejo en el centro y yo me voy al garaje. Subo el volumen. Bajo la conciencia. No hay ciencia que explique los vínculos que existen por capricho del arte. Y, a parte, qué más te da a ti. Tienes frío y metes las manos en el bolsillo. Te las encuentras sentadas en la entrada de la mercería. Que se rían los feos, veo anuncios de lencería. El Tubo está abierto y entramos dentro. Cuando salgamos, ya será muy tarde para darnos cuenta de que esto ocurrió hace un siglo, el año pasado, y, a pesar de ello, siempre suena simultáneo, en estéreo. Una sola nota mental: la falta de lucidez que curan las canciones.
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