La estanquera y los bukaneros. Poli Díaz y la Pedroche. La San Silvestre. Ya está. Todo lo que llega, todo lo que se supone que sé. Vallecas, desde lejos, suena a obrera y verdadera. A bloques de apartamentos de adobe con balcones tomados por el motor del aire acondicionado y/o la antena parabólica, toldos rallados en los ultramarinos y chinos regentando panaderías y tiendas de revelado fotográfico, talleres mecánicos con mecánicos que fuman con la cabeza metida en el motor, parques arenosos con jubilados ociosos y perros de compañía que no mean en el pipican, el sonido de la máquina tragaperras y el grifo de vapor de la cafetera, un balón que rebota en un patio, casquería estofada de tapa, carajillo y mondadientes, señoras de mediana edad que salen corriendo de la boca del metro con el bolso pegado al pecho, futbolines y botellines, un mus en la administración de lotería, el tren de cercanías con sus canceladoras averiadas, varias vecinas hablando mal de la que no está, que ha vuelto a perder el Rayo fuera de casa y sácate otro clarete, Paco. ¿Es así? Me lo he inventado todo. ¿Hasta dónde he romantizado? ¿Para qué, por qué? Vuelta a la égogla y a idealizar el barrio. Y a ti qué te importa, me pregunto, porque estoy escribiendo esto en el Centro Extremeño, en el centro de mi barrio, y no sé cómo se llama el camarero, pero me ha puesto de tapa una rodaja de lomo y pienso embucharla entre pan y pan para bajar el mistela. "Tela, lo tuyo tiene tela", le oigo decir a un jubilado de Campanario enfadado con un jugador del Real Madrid que aparece en el televisor. Me mira a mí y apunta con la barbilla al acusado: "Tela", repite, y le pega un buche al moriles. Yo sigo escribiendo: pasé una vez por Vallecas. He estado varias veces en Alcorcón, Móstoles, Carabanchel. Caracolillas a la hierbabuena en barreños, salchipapas en la bodeguilla, resacones atrapado en Metrosur y Lerma, Burgos, como el fin del mundo a la mitad de camino, donde soñabas siempre que ibas a mear y no vuelves. Empezar de cero junto al río Arlanza, ¿quién no ha soñado con eso? Recuerdo aquella vez que te asomabas a la ventana del séptimo piso del piso de alquiler de tu prima la de Valladolid y allí estaba Madrid, circunvalado por vidas insólitas y mundanas, acumuladas en bloques de hormigón armado, peones en un laberinto de movimiento ordenado e imperceptible. Y al fondo, el horizonte. Abajo, nosotros mismos: puntos que no dejan rastro. ¿Eso es Vallecas? ¿Eso es Madrid? ¿Qué me he fumado? ¿De qué estoy hablando? Pongamos que hablamos sin tener ni puta idea; sin tener ni puta idea, pongamos que hablamos. Porque hablamos de copla, además, que, para mí, se resume en esto, y lo siento: uno y uno dos, dos y uno tres, no salen las cuentas porque falta un churumbel.
La flipada que nos hemos marcado gracias a Vallecas ha venido a colación por esta razón: porque, como el título de arriba indica, quiero hablar de Sueño vallecano, el reciente ep publicado en Folc Records por la banda madrileña, que no todos sus miembros pueden decir que sean exactamente del barrio, Juana Chicharro. Y lo de la copla que he sacado a mención justo al final, no viene porque eche yo mucho de menos a Carlos Cano sino porque la Juana cantar la canta, porque algún palo flamenco ya tocan, rockopla o lo que quieras. Y es que en este disco, se me ocurre ahora, parece que se ejerce la fe en la mezcolanza, la amalgama, lo espurio, híbrido, mestizo, impetuoso y ordinario. Todo lo bueno, vamos. Si cogen, se comen y tiran la manzana, después cogen, se beben y tiran de espaldas el vaso vacío de bourbon. Faralaes en el Valle del Kas y falafel en el barrio de Queens. Todos venimos de allí, de aquí, de donde nacimos y de donde nunca estuvimos. Y en la música nos reunimos.
La primera de las tres canciones que contiene el lote es la que le da nombre: "Sueño vallecano". Se inicia con marcialidad, un comienzo enigmático, de campanillas, que va dejando, poco a poco, paso a la voz vítrea y poderosa de Joana Burgos. Una producción delicada, llena de detalles, resalta sobre la base rítmica, que hace de contorno embaucador sobre el que parece explicarse la historia secreta y universal de una Juana Chicharro que, con un acento muy personal, parece reproducir los arquetipos californianos de aquella denostada Nomi Malone. Como si en lugar de Paul Verhoeven, la película la hubiera dirigido Bigas Luna. Aquella se iba a Las Vegas y Juana abandona Torre del Mar, pero si se te quedó grabada la escena de la piscina, que me cuentas de esa imagen arrolladora que culmina esta gran historia: "ahora mis sueños caen por el retrete y al tirar de la cadena yo escucho el mar". Bares y metro y ginebra y carteras robadas. Todo con una oscuridad new wave, de tasca y bodegón, con el bombo de mártir, las cuerdas hipnóticas y la vernácula bien marcada. Todo rimado en a, infinitivos bien usados. En resumen, engatusa. Una canción compacta, bien estructurada, envolvente, donde música y narrativa crean un mundo paralelo en combinación. "Mariví" sigue a esta primera con un ritmo completamente distinto. Lo primero que pienso es que seguro que le gusta a Víctor Lenore. Lo segundo ya es más serio, pero sigue quedando fresco ese discurso crítico con la nueva modernidad, su vacuidad y su carácter invasivo. Recuerda a F.A.N.T.A., a los Nikis, sí, a Webelos. No sé quién es Mariví pero me imagino que alguien a quien deberíamos reivindicar. Me imagino que una damnificada por los tiempos modernos que lucha por detenerlos y reivindicar lo mismo que reivindican ellos con su lenguaje, musical y lírico, llegando a resurgir palabras de Cuenca como zarajo. Hay partes habladas que suenan a diálogo de una película distópica, mitad comedia, mitad El amanecer de los (hípsters) muertos. Viva el bajista, por cierto. Te dan ganas de saltar y saltar sobre sus tumbas. La batería estalla al final, los coros enloquecen, y el estribillo parecen estocadas. Por cierto, quizás es mi imaginación, pero, de fondo, todo el rato, parece que suena la flauta de pan de un afilador. "Sombra", o "Yo soy tu sombra" en el bandcamp, es una versión de una versión de los Nikis. Los primeros hacían suyo el "I'll Be Your Mirror" de la Velvet Underground. Era más pesada, más ochentera. La de ellos suena más natural, más original, con el bajo en primera fila, y la guitarra delante cuando se la necesita. Eso sí, han conseguido hacerla suya, remozando la letra, renovando el humor con genialidad. Lo que era Hong Kong ahora es Mazarrón y cambian el avión por un tractor. La voz de Joana Burgos envuelve todo el espectro de la canción, mientras, al fondo, parece acoplarse hasta la razón. Casi tres minutos de delirio contenido.
Antes no lo dije, pero una vez, tomé el autobús de la ruta 130. Lo cantaba Robértez y mi amigo estaba obsesionado con Motociclón. No teníamos nada mejor qué hacer que alargar el día hasta el infinito. Los dos con los ojos abiertos, arrastrando el aliento de la noche anterior, pensando que en cualquier momento íbamos a tener una epifanía. Ni venía ni se iba. Solo pasaban las paradas. En una nos bajamos y ya no recuerdo nada más. Nos pasamos todo el fin de semana de mudanza, yendo de aquí para allá, intentando canjear nuestras almas. Para divertirnos, usábamos aquellas palabras a propio intento, fuera de contexto, por el placer de hacerlo: brondi, quetecuén, botijales, antiparras, abrazal. "Zagal", me dijo un viejo en un bar, "no vas a encontrar lo que buscas ahí." Y yo estaba mirándome los pies. Malasaña o Lavapiés, dicen ellos aquí. En tres canciones, algo menos de diez minutos, si no los has oído antes, van a conseguir ganarte para la causa. No he escrito lo que he escrito porque venga a cuento, lo he hecho porque no tengo remedio, se me va el santo al cielo, todo el mundo sabe que este blog no tiene equilibrio, ni moderación, ni sentido alguno, pero, por otro lado, siempre tiene algo que, si se te antoja, lo puedes hasta entender. Y es que entre la fantasía y la realidad, algo de todo lo que he escrito destilará verdad, digo yo, y eso es lo que pasa con estas canciones. Tienen una voz legítima, un sonido insinuante, evocan incluso más de lo que declaran: debajo de la ficción, hay verdad, pulso. Creo que, en parte, es por la hibridación, por decirlo de una manera que parezca que entiendo. Por coger vuelo desde el mismo centro del pueblo. Por caminar del punk al flamenco sin perder el equilibrio. Por despertar a Las Grecas, aludir a las Jennys, mezclar a Lou Reed con Fabuloso Combo Espectro, pasar de los Gories a Perlita de Huelva sin que nada de lo cantado ni lo performado suene a pastiche artificioso ni engolado. Suena genuino: a emigración en los setenta, amor en los ochenta y gentrificación en los noventa. Suena ahora y puede que siempre. A mí ya no me suena más porque me he gastado las rondas en el bandcamp. Es hora de quitarle el precinto al disco. En breve, volverá a sonar. Que suenen las palmas, que callen las teclas, pordió.
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