Esto es nuevo pero gusta. Alguna vez antes, muchas veces, en realidad, hemos hablado de dos bandas (y hasta de más, de más de media docena, incluso) en un solo concierto. Eso es lo normal, dentro de lo que cabe. Lo que no es habitual, y nos estrenamos, es lo que vamos a hacer ahora: hablar de la misma banda en dos conciertos distintos y consecutivos. Eso puede significar que nos gustaron mucho, y es así, pero también que coincidió, no nos vamos a engañar. Esta crónica, por lo tanto, mezcla los dos conciertos que la banda francesa Le Reparateur dieron en Barakaldo durante el lluvioso fin de semana que cerraba el mes de octubre de 2018. Primero, actuaron por la tarde-noche en El Mendigo; al día siguiente, en sesión matinal, repitieron en El Tubo. No se les notó trajín. Se cambiaron de camisetas y alteraron un tanto el repertorio, ya está. Pero en ambos conciertos se les vio frescos y sonrientes a los dos reparadores. No sé si nosotros estaremos igual de inspirados, si nos saldrá bien, pero vamos a contarlo así, dos por uno, todo al unísono, a la par, allonsenfants delapatrie.
En El Mendigo, con la gente rezongando por el bar, esperando a que empiece, se me van los ojos a la batería nacarada. Allí abandonada, lo que llama la atención es su tamaño. Los platillos se ríen de su sufijo diminutivo; pero, sobre todo, sorprende el bombo que, al día siguiente, me lo explicará técnicamente Patxi: 26 pulgadas para retumbar a saco por el local. Por si no sabes lo que es, lo han puesto en francés en el parche resonante. "Grosse caisse", que en su idioma es eso, el instrumento en cuestión. Más de una vez a lo largo del concierto me quedaré ahí quieto, viendo cómo se mueve esa piel de plástico en tensión: el volumen expresado en un temblor visual. El batería que la sacude no hace redobles, hace molinillos. No pone posturas, hace requiebros. No pega, apalea. Va de los ritmos simples del punk más bruto a los alardes menos efectistas. Y lo hace todo contorsionándose para girarse de perfil y cantarle al micro. No hace coros, hace algo más que coros. Las melodías se comparten, contrastan. En un momento concreto, Isa y yo lo comentamos. Explícanos, le pedimos al infinito, cómo puede ser capaz de pegarle al bombo con el tobillo derecho, sacudirle a la caja con la muñeca diestra, pasar de un platillo al otro con la izquierda y, en todo momento, bramarle al micro con el cuello torcido. Politraumatismos tendría yo si intentara combinar todo eso en un solo gesto. Su compañero está más suelto pero igual de involucrado. Calza una gibson colorada, si no me equivoco, y tiene solo un pedal de distorsión. Para qué más. Es eléctrico, nervioso. Tensa las piernas y salta antes incluso de que empiece la canción. Sus riffs son diversos, a veces cadenciosos y suaves, otras veces alocados y estridentes a propio intento. Todo lo rehogan con melodías descaradas y mucha velocidad. Nunca reculan ni escatiman volumen. Ni de noche ni de día. Tanto en uno como en otro bar. Ambos locales tienen resonancias particulares. En el del sábado por la tarde, suenan limpios y con mucho volumen, alto, fuerte y nítido, como si estuviéramos debajo de un alud. En el del domingo por la mañana, suenan turbios y naturales, bruto, franco y envolvente, como si lo escucháramos dentro de un ataúd. El primer día, al eco de los traboules, que son de Lyon. El segundo, al gusto del tartar, que son de Lyon.
En El Mendigo, de golpe, suenan, a veces, a cosas como los Weezer o The Vines. Van de menos a más. De una versión más melódica a la caña punk-rock, cerca del hardcore, que prometían los carteles. Recuerdan a Los Gories y a Los Ramones haciendo versiones de D.O.A. Suenan a Motörhead en el arranque de "La Win" y a Willis Drummond en general, sobre todo el domingo, de principio a fin. En El Tubo, cambian el orden del repertorio y sueltan volumen y caña sin freno desde el principio: distorsión a saco y la garganta agitada desde la primera. En ambas actuaciones, se centran en su último disco, Heureux et Gros. Sin embargo, lo más destacado es que repiten canciones clave, momentos climáticos que ejercen de mecha para encender sus conciertos. Podríamos reducirlo a tres, sin apuntar al bis. Entre esos clímax que reparten en ambos conciertos, destaca "Charlotte Gainsbourg", treinta segundos bien anticipados con un humor irreverente e iconoclasta. En El Mendigo, la anuncian como "la mejor canción de tu vida" y, en castellano, intentan explicar con ironía quién es la hija de Serge y Jane. En El Tubo, la anuncian como "la peor canción de tu vida" y, en castellano, apuntan que es una canción perfecta para aquellos a los que les guste el jazz y la bossa nova. Le han cantado a otros personajes públicos, desde Yannick Noah hasta George Harisson (sic); también Scarlett Johansson aparece en sus estribillos. Parece una marca de la casa. Otro momento de apogeo es cuando pasan de jugar con el castellano entre canción y canción a cantar directamente en ese idioma. Si lo hacía Charles Aznavour por qué no lo van a hacer ellos. Hablan de un tío que va en bicicleta por Ámsterdam, de explotación infantil, de que no hay justicia y, sobre todo, de beber para olvidar. El estribillo es de esos que dan ganas de gritarlo al aire por la calle mientras se va arrimando el amanecer del día después: "No tenemos la misma vida, no estamos en la misma mierda". Lo que cantan es una traducción, una traducción de "Pas la Meme Merde", canción que se encuentra en su disco más reciente. Que hayan hecho algo así no deja de ser una demostración de la ligazón que se ha creado entre esta banda y nuestra tierra. Quizás por ello, con la tercera canción emblemática, se confiesan sin tapujos: "Somos una banda de Barakaldo en Francia". En el Tubo lo dejan así. En El Mendigo explican el chiste diciendo que, cuando tocan por allí, no tienen otro remedio que cantar esta canción para conseguir un guiño. ¿Y cuál es? Pues se arrancan con la versión del clásico francófono "Ça plane pour moi", la de las vocales a lo Beach Boys, la que cantaba el belga Plastic Bertrand que, aunque no te lo creas, fue antes punk en su país, con una banda que se llamaba Hubble Bubble y, además, representó a Luxemburgo en Eurovisión en 1987, con "Amour Amour": torerilla rosa, casiotone a saco y coristas vistiendo chaquetillas a cuadros y con hombreras. Eso no sé por qué lo cuento, pero sí es necesario recordar que esta canción que nos conocemos todos, la grabó en inglés Elton Montello y la tituló "Jet Boy, Jet Girl". Por suerte, los Damned la socorrieron, la tocaron en directo, y, de paso, le dieron la elegancia y calidad que nunca tuvo la versión en inglés. Opinión personal, por supuesto, pero son los Damned y yo creo que es verdad.
En ambos bares, vayamos terminando, Le Reparateur cerraron a toda pastilla, esperando al final para recuperar el aliento. Tan efusivos fueron que, en El Mendigo, el guitarrista se cargó algo. Pero se aprovechó el momento. Josu Mellid cerró el concierto con su sentido del humor, cogiendo el micrófono y pidiendo por megafonía, como en los supermercados, que alguien llamara "al reparador". En el Tubo, fueron ellos mismos los que pusieron el humor desde el principio: "¿Dónde está el vermú?". Así saludaron al público, mucho en ambos conciertos, con fanáticos entregados en las primeras filas. Acto seguido, enseñaron su carné de socios: "¡Aupa Barakaldo!", gritaron, para que no hubiera duda. Y, a partir de ahí, lo que ya he intentado contaros arriba.
No sé cómo será ayuntar mientras escuchas a Metallica, que es lo que ellos cantan en "Metal reproduction", pero cerrar octubre, bajo la lluvia, con la presión de estar tan cerca el lunes, acompañados por estos tíos, eso, sí sé cómo es, es bueno, "tre bien", que se gritó mucho por Barakaldo durante este último domingo lluvioso de octubre.
No sé cómo será ayuntar mientras escuchas a Metallica, que es lo que ellos cantan en "Metal reproduction", pero cerrar octubre, bajo la lluvia, con la presión de estar tan cerca el lunes, acompañados por estos tíos, eso, sí sé cómo es, es bueno, "tre bien", que se gritó mucho por Barakaldo durante este último domingo lluvioso de octubre.
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