Esto se arregló en dos correos electrónicos y tres whatsapps. Se acabó de decidir conduciendo hacia allí. Ni se ensayó. Bueno, quizás, un poco. Veinte minutos antes, entre alguna risa y poca prisa. Eso fue todo. Y salió. Ante un público acomodado, por las butacas y la hora de sobremesa, Sid Griffin, cantante y líder de The Long Ryders y hasta hace poco también en The Coal Porters, y Toni Monserrat, antiguo cantante y líder de Murder in the Barn y actualmente en solitario o con banda cuando le añade Inc a su nombre, improvisaron un concierto acústico, con guitarra y mandolina, un micro apuntando al instrumento y otro para la garganta. Nada más. Para hacerlo aún más especial, Griffin tuvo que abandonar a mitad del mismo porque le esperaba un taxi para devolverlo al aeropuerto y que comenzara su viaje de vuelta a casa. Pero esto es como cuando estás esperando con ansias que llegue un día, luego siempre te lo pasas mejor cuando ocurren las cosas sin esperarlas. Pues igual. El concierto fue una exhibición de talento natural y, además, estuvo teñido de un aire instructivo, pero sin caer en el aburrimiento. Espero que más de uno en el público se aprovechara de ello para el futuro. Y si no, pues no, qué más da.
Empezó actuando Sid Griffin, quien, a falta de la suya, usó la Taylor de su compañero. Con ella, entre otras, nos regaló una delicada "Jimmy Reed (hit bound)" que anticipó con una larga historia sobre el propio Jimmy Reed y su analfabetismo: contó como en una vieja grabación se podía escuchar a la mujer de Reed susurrándole antes de cada verso la línea que luego él tenía que cantar. Griffin no sé quedó ahí y viajó hasta el presente para explicar cómo se encontró el pegadizo riff con el que abre esta canción en el show de Jimmy Fallon, despertándose, de golpe, de su duermevela en el sofá de casa. De paso, a los jóvenes presentes, les explicó la diferencia, con ilustración práctica, entre los estilos de Jimmy Reed, Chuck Berry y Bo Diddley a la guitarra. Una lección efímera que solo cunde si tú quieres. Le tocó el turno a Gene Clark cuando, en la próxima historia, explicó el origen de "Ivory Tower", canción de The Long Ryders que sonó igual de vibrante con la guitarra y sus pulmones como únicos elementos. Lo mismo pasó con una de esas canciones que convirtieron a The Long Ryders en una banda imperecedera, el "I Want You Bad", que él tocó en versión nana de baño, un género que, como explicó, él mismo ha inventado al aprovechar que le tocaba encargarse del baño de su hija para tocar y escribir canciones mientras chapoteaba. Terminó con mandolina y una canción de The Coal Porters. Imitando incluso los coros que hacían sus compañeros, arrancó las risas del público al hablar de las camisetas de Ramones y los gestos de resignación al lamentar la muerte de sus miembros. Cerró su parte, como decimos, con un éxito cadencioso de su antigua banda: "The Day the Last Ramone Died".
Antes de irse, el de Kentucky tuvo tiempo de acompañar a Toni Monserrat en sus dos primeras canciones. El balear recuperó la guitarra y eligió entre sus canciones, mientras Griffin se acoplaba con su mandolina, sin problema para improvisar y repujar los originales de Monserrat. Éste eligió como primera "Montauk" y, de segunda, "Late Night Lolitas & Frost Margaritas", dos canciones que aún no ha grabado pero que, como él mismo dijo, estarán probablemente en su próximo álbum. Quién sabe, si en el anterior colaboraron, entre otros, gente como Tim Easton o Jason Ringenberg, quizás, en el próximo, le toque el turno a su compañero de concierto. Por lo visto allí, sería una buena decisión. La segunda que tocaron juntos, la de título, como dijo Monserrat, no muy "políticamente correcto", sonó a lo que explicó Griffin por la mañana, a las raíces europeas de la música de raíces americana, a Irlanda destilada en Alabama, un poco a Tom Waits y Bob Dylan de jarana, sin ganas de terminar la noche. Y es que "Late Night Lolitas & Frost Margaritas" habla de la amistad y tiene un compás contagioso. Es una de esas canciones que se te quedan adheridas al paladar, que, cuando vuelves a casa, por las calles oscuras, sin prisa por acostarte y abrazar la resaca, vas silbando con gozo y nostalgia. De hecho, un día más tarde, cuando yo conducía y Toni enredaba con el móvil en el asiento del copiloto, aún no habíamos salido de la ciudad y se dio cuenta de que yo iba silbándola. "Ey, ésa es mía", dijo con sorpresa, sin quitar la vista de la pantalla. "Lo sé, es buena." Se puso el semáforo en verde y arranqué.
Toni Monserrat también tocó "Johnny Supermarket" pero, sobre todo, hizo, por primera vez, una versión que dedicó a una persona del público. Un par de horas antes estuvo ensayándola, y, con respeto, maldijo el talento de su autor porque costaba pillar el fraseo. Sin mucho ejercicio, dedicó a Neil Campbell, editor del libro Under the Western Sky, una colección de artículos que repasa y complica la producción literaria y musical de Willy Vlautin, compositor de las canciones de Richmond Fontaine y The Delines, y en la que podéis encontrar la opinión sobre la carrera de la primera de esas dos bandas de uno de los colaboradores de este blog, la canción "5 Degrees Below Zero", del álbum Winnemucca, el cuarto en la carrera de la banda de Portland, Oregon que ya he mencionado antes. Campbell se emocionó porque es mejor persona casi que académico, y mira que eso es difícil, pero es que fue fácil prepararle esa emboscada, que merecía, y que Toni Monserrat bordó a pesar de ser una canción difícil, por su magnitud y su profundidad. El ritmo de la batería es fundamental en el original, y aquí no estaba. El fantasma de Ray Thaves se apodera de lo demás. La canción cuenta su historia, la de un chaval que se ve obligado a coger un autobús de línea y volver a casa de su tío, sin un duro en el bolsillo ni orgullo con el que resistir. Lo ha perdido todo bebiendo y apostando y el autobús está repleto de perdedores y mutilados como él que hacen que la oscuridad de fuera, donde la nieve cubre el desierto y hace cinco grados bajo cero, entre de lleno en el autobús y, de paso, en el mismo alma de un Thaves que no soporta ver su reflejo en el cristal y acaba perdiendo la razón y gritándole al conductor que detenga el autobús para bajarse, desesperado, olvidando su chamarra dentro. Sin rumbo, sin consciencia, camina por el desierto a medianoche, pisando la nieve, sin sentir el frío, huyendo de las luces de la ciudad. Para cuando vuelve a recuperar el equilibrio y discernir, ya es tarde, no hay camino, el frío le atenaza y la canción termina sin abandonar el ritmo imperturbable. Quizás la historia no parezca la más adecuada para una dedicatoria, pero cuál lo es. No hay nada mejor que reconocer lo que nos hace vulnerables. La canción lo hace. Neil lo sabe. Toni también. Los demás, allí, pudimos entenderlo, solo si queríamos hacerlo.
Todo el concierto, en realidad, fue un momento. Inesperado, difuso. Nuestras vidas, dicen, son eso, momentos. Una sucesión de ellos. Éste, para muchos de los que, por casualidad, estuvimos allí, será uno más de los muchos que guardaremos para construir luego algo más grande. Y si no, pues no, qué más da.
Posdata: La fotografía no tiene nada que ver con esto. O solo un poco. El caballo se llama Winnemucca. Y ya está.
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