No voy a andarme con zarandajas, que es una de esas palabras que quedan muy bien en las novelas que ganan el Planeta: me complace mucho, la ostia, llegar tardísimo y escribir esto. Voy a hacerlo en pretérito (im)perfecto, siempre que pueda, porque creo que es el tiempo verbal que mejor indica lo que he tardado en encontrar un hueco para venir aquí. Sí, ha pasado más de una semana, pero me la sopla, como digo, hay tiempos verbales de sobra, así que ahí va, y que todo lo demás se lo lleve el viento, a donde sea:
Era sábado y un sábado distinto. Paseaba por el centro de Bilbao con mi amigo Toni, merodeando a través de la urbanidad y la normalidad. La gente alternaba, disfrutaba del asueto, conversaba en los bares. Toni se enfadaba conmigo porque no le dejaba entrar a ninguno. Todos me parecían iguales, perfectos, modernos, limpios, repletos. Al final, di mi brazo a torcer. Nos sentamos en una esquina, mientras comíamos y bebíamos. La cocina abierta en cristalera: se veía a uno de los cocineros filetear la carne mientras picaba lo que caía. Nos hicimos una foto y se la mandamos a una amiga en común. En otro bar, un orondo alemán se apostaba en la barra, con los codos tomando posesión, las piernas en ángulo recto, su mujer al lado mirando a la gente tanto como a los pinchos. Nos comimos un par de ellos y de ahí al Shake. O Shake! No se si lleva exclamación, la verdad. Un poco más arriba actuaba Dan Penn. Y la oscuridad se posaba en las copas de los centenarios plátanos de los Jardines de Albia. Daba pena pasárselos de largo, así que alargué el cigarro y los miré, sin que pudiera llegar a trascender, porque Toni me pegó con el codo y me preguntó: "¿Eso es la sede del PNV?" Y se acabó.
En el Shake o Shake! actuaban dos bandas. Los barakaldeses en boga y de moda, Los Retumbes, y Nestter Donuts, un one-man band que, precisamente, la noche anterior había actuado en territorio retumbante, en El Tubo de Barakaldo, ante la atenta mirada del dúo de Bagaza, apabullando a los presentes, según se contó, con su exhibición de un estilo musical que él mismo ha dado en llamar flamenca trash. Las etiquetas musicales no suelen ser muy trashparentes y, normalmente, no dejan de ser ocurrencias y simplificaciones. No es fácil definir qué hace quién, y lo mismo pasó en esta ocasión y pasará siempre, ya hablemos de los primeros, Los Retumbes, que también salieron en primer lugar al escenario, o del segundo, Nester Donutts, quien no salió solo, porque se hizo acompañar de una bailarina que amenizaba su actuación, participaba de sus interludios y azuzó al público lo que pudo.
Los Retumbes acababan de sacar material en vinilo y lo tenían allí. Esta semana han sacado también textil. El pujante sello Family Spree y el estudio Perkins para el diseño gráfico han colaborado y han conseguido que, por fin, podamos hacer visible y patente nuestra sumisión al credo de Los Retumbes. En lo musical, no hicieron nada distinto a lo que han hecho hasta ahora. Siguieron con su repertorio habitual, porque ya es habitual después de verles en directo un buen puñado de veces: punk de un minuto, homenajes a los Clash, surf indígena, odas a las leyendas urbanas más autóctonas, todo bien regado con el habitual sentido del humor y la sencillez efectiva en lo instrumental. Toni, que llegaba del extrarradio, lo miraba todo mitad mimetizado, mitad fagocitado, y yo le observaba como si se hubiera convertido en mi experimento humano. Ya habían llegado Jon y Mikel, pidiendo cerveza y sudor, así que con Jon lo comenté, que Andrés tiene el genio ahí, en el dedo meñique. Así de fácil como se dice, difícil debe de ser hacerlo: romper los acordes con ese ligero movimiento. Quizás lo más reseñable de aquel concierto fue que estrenaron nuevo artefacto, una canción que respondía al nombre de "¿Quién se lleva los millones de las camisetas de los Ramones?", aunque quizás me baile algún sustantivo, verbo y/o preposición, pero iba de eso, de dinero y cómo conseguirlo fácil y sin escrúpulos. Otro tiro a la conciencia de apenas un minuto, rudo e hipnótico, que suelta una llama con flema que si quieres la usas e incendias y si no se apaga poco a poco en un vuelo pasajero. Toma ya, yo me entiendo. Es cierto: ¿quién coño se está quedando con la pasta?
Y después de un cigarrillo vino la segunda parte, tiempo para disfrutar de trashjondo. Con guitarra y percusión, mucho bombo y platillos que temblaban, Nestter Donuts pasó de Tarantino al taranto con la facilidad con la que un sonámbulo se sube a las barandas. Ponía la guitarra tiesa y se escondía detrás de ella, y a veces parecía Urge Overkill y otras yo qué sé porque de flamenco y sus muchas mezclas con el rock y el punk yo conozco poco. Pero olía a rock cavernario, a desierto y dehesa, a saeta y metal. Es una propuesta diferente, orquestada con el salvajismo y la frugalidad, la proximidad y veracidad de compatriotas del reino del yo me lo guiso y yo me lo como como Lobo Hombre Internacional o Wasted Pido pero distinto, a su rollo, con su personalidad. Una personalidad que implicó, además, todo un ingenio performativo, con acompañante y refriegas carnales, y contorsiones corporales, y fluidos compartidos y parlamentos bien traídos. No dejó indiferente a nadie, pero, si no te gusta, también puedes observar que no es gratuito. Alguien me lo dijo al oído, éste tío sabe lo que hace con la guitarra. Pues ya está: a veces, el virtuosismo viste faralaes y otras veces tanga.
Creo que después había pinchada. Pero nos fuimos al pueblo, porque mucho tiempo en la capital, y, a mí, en días de luna llena, me pasa como a los Mogwai si les das de comer después de medianoche. No sé si había luna llena, pero al pueblo nos fuimos, en furgona, que se agradece, y seguimos con el temple y la locuacidad por las calles que nos han visto crecer. A Toni no, pero, a este paso, le verán. Y ya está, termino con el futuro simple de indicativo para compensar y vamos a seguir que quedan más entradas por escribir y después publicar y aquí somos tozudos (persistentes), imbéciles (inocentes) y pringaos (comprometidos) como nadie jamás lo ha sido en la historia de los blogs que no valen paná.
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