Sales de El Tubo como si saltaras de la trinchera. Quédate sin tabaco a las dos de la mañana, ya verás. Tienes que entrar ahí, al discopub de moda: luces estroboscópicas, moqueta, petao. Me mira con recelo el tío de la puerta, ¿pues? ¿qué he hecho yo?, si me he afeitao. Voy rezando hasta la máquina, sorteando gente que baila, cubata en mano, ven paquí morena que te la vas a gozar, soy tu papito y te lo voy a dar, ¿me dices a mí? Yo solo quiero tabaco. Solo adultos, pone en la máquina. No me jodas, por favor. Rezo un padrenuestro agnóstico mientras oigo caer la moneda y en rojo aparece 2,00 en la pantalla; sí, ostias, sí, venga, vamos. Meto más dinero, me agacho, cojo mi tabaco. Viene el tío del polo blanco con su gintonic a medias y me baila pegao. Sonrío, soy un bendito. Me aparto con cuidao. Me dice algo a la oreja, digo que sí o que no con la cabeza. Sí, no, hacia la puerta. Salgo, ya está, se pasó, superao. El tío de la puerta me la abre; me mira, con recelo. Le sonrío, con alivio. Aire, por fin, bien, a salvo. Isa fuera con los brazos cruzados. Le enseño el tabaco como si hubiera recuperado el santo grial. ¿Ya? Me acuerdo de mi amigo Diego, pálido, húmedo y temblando, soltando aquella frase épica porque le habían perseguido los perros del vecino y tuvo que saltar la tapia de atrás: he temido por mi vida. Le digo lo mismo a Isa que se ríe. No será para tanto, me contesta. ¿Y por aquí andan los Neon Animal? Qué cosas tiene la vida.
Porque el sábado pasado, no sé si lo sabías, venían a Barakaldo los Neon Animal. Desde Londres, pero con una banda de lo más internacional, los de Mark Thorn traían un ep debajo del brazo y muchas ganas de demostrar, me imagino, por qué siempre se habla de su actitud y espíritu tanto como de sus canciones. Primero tocaban los Colajets, luego ellos. Después del concierto, siguió la cosa, alargándose el tercer tiempo hasta que ya no hubo conocimiento, pero eso es para otro tipo de prensa. Aquí la única prensa que tenemos es hidráulica y no funciona. Nos ceñiremos al concierto y lo del tabaco y los bares de moda... mejor lo olvidamos.
Al llegar, había demasiado luz. Buena señal: no llegábamos tarde. Aún no había nadie en El Mendigo, con lo que nos fuimos a su patio de atrás, llámalo así o como quieras; a El Cuervo, vamos, justo en la esquina, donde hicimos precalentamiento y conversación. Con mucho retraso, que no había prisa, se subieron al escenario los Colajets. Como si fuera una distancia de seguridad, se mantuvo un hueco entre ellos y el respetable. Nadie se asomaba al vértigo, solo un tío que se presentaba afable a todo el mundo, paseando su melopea por el acantilado de vez en cuando, y que luego, sin recato ni conciencia de la realidad, le pediría a Mark Thorn que le sacara una foto. Tímidamente, los Colajets hicieron alguna broma sobre la línea minada y, ya al final, pidieron directamente que, si no nos importaba, diéramos un paso adelante, pero ni con esas. Ni a empujones. Solo cuando cerraron, voy adelantando acontecimientos, con el “American Ruse” de MC5, a alguno/a le dio un telele y bailaron por aquel terreno abandonado. Hasta llegar ahí, los Colajets hicieron un concierto correcto, sin guardarse fuerzas, con actitud y determinación. Tienen buenas armas: dos guitarristas afilados, uno a los punteos y otro a la rítmica, uno más apasionado, vistiendo camiseta de Imperial State Electric, y otro más sosegado, con aire más arty pero igual de eficaz. También cuentan con una base rítmica resolutiva, sin aspavientos, sin alardes, pero sin fallos, sin faltas. La primera que tocaron abría su disco Instinto Animal, si no me confundo: “Sonrisa letal”, donde ya agotan algunas de esas palabras claves que han descrito la lírica del rock and roll desde tiempos inmemoriales, por usar una expresión exagerada y sin mucha propiedad. También de aquel disco recuperaron “La espía que me amó”, que sonó a rock and roll puro y duro, con estribillos vocalizables. No miraron solo para atrás, porque también aprovecharon la ocasión para desplegar su nuevo trabajo, III, publicado en julio de este año, del que usaron, al menos hasta donde yo pude adivinar, “Bienvenida” o “C.F. Sillón Ball (Súper Gol)”, entre otras, me imagino. Con respecto a esta última, está bien que todo lo que se cante sobre fútbol en el rock no sea a favor, para gustos están los colores, aunque quede irónico y gracioso que, antes y después, el cantante se refrigerase bebiendo de un botellín con el escudo del Athletic impreso en el frente. Nueva también, creo, fue “Días de gloria”. Se prepararon para el adiós encadenando un clásico de la banda, el “Ponte que te quiero ver”, entre lo de aquí y lo del norte, efectiva y pegadiza; un tema nuevo, publicado en su último disco, “Capitán”; y, finalmente, la versión de los MC5 que ya hemos mencionado, y donde superaron hasta lo inesperado, ya que al bajo se le soltó el cordón umbilical y se quedó sin flujo, pero le echaron un cable un par de bajistas que había por el público y los Colajets consiguieron terminar el bolo en estéreo y por todo lo alto.
Con esta, y siempre por casualidad, no nos vamos a engañar, ya vamos camino de la media docena de ocasiones, en diferentes épocas, en las que asistimos al directo de esta banda. Se les vio más curtidos, más cañeros que en ocasiones anteriores, también con más cuajo. Las canciones suenan equilibradas, sin salirse de los patrones pero bien apelmazadas. El nuevo bajista les ha dado una sencillez tajante, un toque algo oi! que cuadra bien con las guitarras escandinavas y las melodías a la nueva ola de los 80. Tienen margen de mejora, pero parece que su último disco ha sido un salto sólido. Yo soy más de describir que de puntualizar, pero si se me permite una humilde y subjetiva reflexión, echo de menos originalidad y personalidad en las letras. A la cuarta canción, si escuchas como lo hago yo, de una manera pelín enfermiza probablemente, pica que recurran insistentemente a esos lugares comunes del rock and roll: corazones, tacones, otoños, terciopelos y todos esos verbos y sustantivos que han creado el universo más socorrido y simbólico pero manido y superfluo del género. Más aún en una banda que, de nuevo es una opinión personal y oblicua, ahoga las canciones con partes vocales largas y continuas. Yo le quitaría peso a las canciones, les daría aire, vuelo, pero también quisiera hacer lo mismo con mis textos y no soy capaz, así que quién va a pararse a contemplar esto y prestarme atención si no cumplo con el ejemplo, ¿verdad?
Neon Animal no es solo Mark Thorn, por mucho que su presencia ocupe mucho espacio y atrape la atención del público, desde la primera hasta la última fila. Sí, hubo bocas abiertas cuando arrancó la distorsión y el baile y tardaron en cerrarse. Antes del concierto, Thorn andaba por ahí, sin hacer ruido, pululando por el bar mientras el resto se preparaba en el escenario. Parecía ir buscando metonimias por las esquinas o algo así, inspiración por los rincones, que luego garabateaba con un bolígrafo prestado en un bloc de anillas. No era poesía, sin embargo, lo que escribía. En un arrebato, arrancó una hoja y la puso junto a su pie de micro. La hoja se rebelaría. Estaría todo el concierto moviéndose por el viento que levantaban el taconeo y las coreografías de Thorn. Un afanado fan en primera fila se dedicaba, sin descanso, a recuperarla y posarla de nuevo en su sitio. Como la bolsa de American Beauty, casi, sí, pero sin epifanías. No la grabé volar, pero se me grabó en la memoria visual. Igual que me quedé con la imagen de esa botella de dos litros de agua mineral Solares que Mark Thorn se pimpló entre canción y canción. Como si fuera un currela de esto, un albañil reseco o un monitor de aquapump, se quitaba la sed después de cada canción. Y lo es, un currela, porque aunque parezca natural e institivo, lo que hacen no creo que sea fortuito ni improvisado. Al parecer, llevan años haciendo el mismo espectáculo de descarga y energía que les emparenta con el glam y el rock and roll más visceral y arrojadizo. En el escenario, se les veía la escuela, el poso, el oficio. Se las sabían todas. Hasta lo que parecía salirse del guión estaba controlado. Consiguieron, sin esfuerzo, que la gente se acercara y cubriera esa franja timorata de la que hablamos antes, incluyendo en el esfuerzo a los propios Colajets, quienes se quedaron en primera fila a ver a la banda para la que abrieron. El sombrero de Thorn despareció con la primera canción, con sus primeros arabescos histriónicos en el aire, pincelados a patadas y brazadas que acompasaba con la música y sus melodías. Empezaron a degüello con una primera canción en la que el credo del rock and roll ya se gritaba al viento, pero sonaba creíble, como si realmente lo profesaran con devoción, como si estuvieran hablando de que perdieron el autobús o les tocó a devolver la declaración. La tercera la explican en inglés, va de sexualidad y política y está en su recién estrenado nuevo ep. Les sirve para culminar el primer clímax del concierto, y a Isa y un servidor para confirmar conexión: a los dos, por un momento, nos recuerda a Hedwig & the Angry Inch. Chapurrean en castellano, se conocen el nombre de la ciudad donde tocan, en inglés se les escapa la ironía y los whatevers, pero logran mostrarse cercanos y reales, ayudando a que la energía que desprenden se transmita libremente. Se van quedando sin ropa. El pecho del bajista parece estar barnizado. Siguen repasando sus canciones más recientes y la gente baila o se altera al son de “Dreaming” y/o “Bedtime Stories”. “Raquel” va a otro ritmo, suena inglesa y no sé muy bien cómo explicártelo: es una inflexión a la hora de cantar, un humor a la hora de contar. En algún momento, cantan “Bring Back Rock’n’Roll from the Dead” y alguno hasta la tareraea. Con la medianoche, llega el bis y, preparado o no, tienen hasta una función teatral. A lo John Osborne con problemas de adicción, guitarrista y bajista hacen mutis por el foro, casi aparentemente cabreados, y el batera sigue allí, sentado, mientras Thorn se pasea, reposa, goza del paisaje y se sienta, se tumba en el suelo como Liv Tyler sobre las praderas de la Toscana en Belleza Robada y pide más, más esfuerzo para obligar a sus compañeros a que salgan y salen, como si en lugar de tocar en un bar de Barakaldo estuvieran amenizando una barbacoa en un patio trasero del este de Londres pero ya no quedan cervezas ni chupitos ni chirloras y la cosa está desmadrada, las hamburguesas vuelan sobre la tapia, las ascuas son llamas y “Vive Le Rock” o la que sea termina en bacanal agresiva, con el guitarrista cargándose los platillos del batería, abriendo grijo a su distorsión, abandonando la guitarra y el escenario como se abandona una bronca con estudiantes de un máster en Administración de Empresas, sin ganas, decepcionado, pero muy cabreado, ahí deja al bajista, que repta de espaldas por el suelo y le sigue al confesionario. Thorn se hace el remolón, pero ya se ha acabado todo. Tiene que acabar. Aunque sea así. Y sí, vuelvo a decirlo, nada parece exagerado y sobreactuado aunque probablemente lo sea.
Luego vino lo de fuera. Me quedé sin tabaco. La noche seguía siendo joven y bla bla bla. Más allá de todo lo expuesto, en el fondo, que a menudo se nos olvida lo que importa, todo lo que pasó el sábado en El Mendigo se podría resumir así y vale: un concierto de rock and roll cojonudo. Y añado una advertencia gratuita para bordar un final horroroso: si vas a salir y tienes alergia al reguetón, el flamenquito y los premios MTV y, para más vergüenza, fumas, compra tabaco de sobra que después te quedas sin nada y las jiñao.
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