Fiasco Review!!: Edición límite de Putakaska



Son diez canciones nuevas, grabadas en los estudios Malamuerte, empaquetadas en digipack, con membrete en rojo en la portada sobre foto en blanco y negro, como veis arriba. El título va en ese membrete: Edición Límite. Los autores acaparan la fotografía: Putakaska. Han ido cambiando de protagonistas hasta asentarse con esta formación, pero llevan más de treinta años haciendo canciones. El Vivo Vacilando lo publicaron en 1992, año fatídico en la península si no llega a ser por cosas como ésta. Así que... ¿Qué más se puede decir? Pues sí, se puede decir más, confía en mí, que acabaré diciendo demasiado. Para empezar, en resumen, lo que ya hemos dicho: diez canciones con el músculo que da llevar tantos años haciendo ejercicio en el gimnasio del local de ensayo y los conciertos en directo. Están en forma estos tíos, que no rebajan el ritmo en ninguna de esas diez canciones. Siempre a piñón fijo, siempre a toda ostia, campando a sus anchas por el fértil territorio que han ido abonando con los años. Pero, y luego vamos a intentar demostrarlo, al mismo tiempo, aquí hay algo nuevo, detalles, matices, deslices, lo que quieras, pero todo no suena como si estuvieran produciendo canciones en cadena, con una prensa y un buen troquelista. Luego lo explicamos. Lo que hay que dejar claro aquí, al principio, es algo que, en realidad, es de mala educación: insistir con el tiempo que ha pasado. Que treinta años no son nada, ya lo sé, y a ti te encontré en la calle. Pero voy a decir más, ¿cómo puede ser que treinta años más tarde esta banda esté más fresca y en forma que otras que empiezan nuevas y con toda la ilusión por delante? Podrían vivir de los réditos, de lo que ya han hecho, pero, muy al contrario, se dedican, mejor, a escribir canciones nuevas, algunas mejores que otras, pero, en general, todas frescas y eficientes, dignas sucesoras de lo que hicieron antes pero sin tener que envidiarle nada a las anteriores.

Yo escucho los primeros treinta segundos del disco, los que abren la canción "Bienestar social" y me quedo como desnortado: "¿y esto? Pero si suena casi a Uncle Tupelo". Sí, de verdad, parece un instrumental de una banda de esas que en la América del Norte de los años noventa intentaban mezclar el punk con el country más auténtico. De verdad, a mí me suena a eso. Pero luego, te despiertas de golpe: guitarra sin freno, la batería sosteniendo un ritmo inaudito, el bajo que aparece de repente, y, por supuesto, las palabras escupidas con bilis, puntiagudas e hirientes como un arma blanca con el filo bien bruñido. Ah, bueno, sí, ahora sí: ahí está el norte. Pero aún y así, los treinta primeros segundos molaban, prometían; el contraste funciona, anuncia algo. Esos son los guiños, los detalles, matices, deslices, lo que quieras, de los que hablaba antes.

Antes de seguir, voy a explicar que, esta vez, después de escuchar el disco como una docena de veces, llegué a una conclusión y para demostrarla, se me ocurrió inventarme un juego, ya que los experimentos, que son como se demuestran las cosas, yo los dejé cuando abandoné el quimicefa. Cojamos los primeros segundos de cada canción, no vayamos más lejos. Pillemos el comienzo de cada una y comparémoslas. Si lo haces, te salen tres categorías, tres grupos para clasificarlas. El primero, incluiría aquellas canciones que se inician a saco, sin medias tintas, casi siempre, enarbolando la guitarra, como llevaban por delante el estandarte los cuartos de Flandes: "Tu rock'n'roll es una mierda", "Hijos del Lindane" y "Desolación pirenaica" arrancan así, sin darte tiempo a respirar, agarrándote del cuello. Podríamos incluir aquí, también, "Caballo de Troya", aunque esta tiene un rollo distinto, un inicio más reposado que luego estalla y explota en menos de un minuto. Discharge significa descarga en inglés: pues eso. También entraría aquí "Bienestar social", una vez te recuperas de esos treinta segundos de los que ya hemos hablado. Un segundo grupo sería el de esas canciones al estilo Cockney Rejects, con el bajo por delante, imponiendo un ritmo muy concreto desde el principio. En esta categoría, entrarían "Die Putaken" y "Red Ciudadana". Por último, la última categoría, el último grupo, sería el de aquellas canciones en las que es la batería la que se encarga de arrancarlas. En "Psicotical Center" y "Mirando la luna", aunque esta empieza a gritos, ocurre eso. También, aquí, incluiría a "Mil demonios", aunque la batería, en esta, arranque acompañada del pálpito travieso de las cuerdas.

Sé que lo que acabo de hacer no es lo más habitual cuando haces una reseña de un disco de punk. ¿Categorías, grupos y clasificaciones? ¿De qué coño me estás hablando? Pero creo que con ello queda demostrado algo que es un valor en sí mismo y que este disco lo tiene: es diverso, complicado, rico y dinámico. No está todo cortado por el mismo patrón, no troquelan las canciones, como hemos dicho antes. Ese rollo plural va más allá de los treinta primeros segundos, se nota, por ejemplo, en la forma de cantar de Oli, quien, en este disco, demuestra más aristas, más flexibilidad, pasando, sin problemas, del alarido furibundo a las melodías más redondas. El punk, a veces, por simple en la construcción también peca de repetitivo. Pero no tiene que ser así. Menos es más, es mucho más. Se agradecen discos como éste que lo demuestran: puedes quedarte con lo evidente, la fuerza, la inmediatez, los alegatos estribillados, pero no es solo eso lo que reluce. Hay más, ahí dentro, tienes que mirarlo. El punk solo tiene cuatro letras pero abarca la ostia, y esto creo que lo dijo alguien una vez pero ni él recordará haberlo dicho ni yo recuerdo a quién se lo oí. 

En lo que no admiten matices ni variaciones es en la rabia, el ímpetu, la forma que tienen de escribir canciones y después tocarlas, con las entrañas, los puños prietos hasta para tocar los acordes. Todas las canciones están construidas sobre el mismo fundamento, una forma de entender la música que enraíza con la manera en la que miran a la vida y la viven. Esos estribillos sin verbos, a caballo de un ritmo imperativo, para dibujar una distopia más real de lo que pueda parecer, al menos en espíritu, en "Bienestar social"; ese es un buen ejemplo. Letras comprometidas, aunque suene a cliché, sin medias tintas, ácidas, críticas, sinceras y belicosas. "Tu rock'n'roll es una mierda" sería candidata a single si les fueran esas cosas: los coros de fondo, como si fueran la conciencia. Seguro que funciona en directo. Esa ráfaga donde cantan "que te jodan, que te jodan bien", no puedes escucharlo sin imaginarte a la peña en primera línea, levantándose en el pogo para alzar el puño al techo y gritarlo a pulmón, encabritándose delante de la banda. Igual que es imposible no imaginarse a la peña desquiciada y arrebatada en los 59 segundos de "Caballo de Troya", una canción en la que el lenguaje y el contenido podrían utilizarse como resumen histórico de la música que se ha hecho en nuestra ciudad y la actitud política y social que siempre la ha acompañado. Eso hacen en "Hijos del Lindane", mirar a los pies, a la tierra, hacia atrás, e intentar atravesar los paños calientes con los que, a veces, nos disfrazamos; pero lo innovador es que miran más allá, unen el lindane con la Europa podrida de la generación más preparada de la historia. Bien. Tienen tendencia a la narrativa también, a construir historias, como en "Psicotical Center" o "Mirando la luna", pero en otras solo denotan, lo sueltan, riman su juicio personal sobre el estado de cosas tan importantes como la música y su negocio, la sociedad y su negligencia, la tierra como planeta o lo que sea, no se van a morder la lengua nunca. Hay más canciones, pero paro aquí porque me pierdo.

En "Die Putaken", miran hacia atrás, algo que ya hicieron en su anterior disco con "Verano'86". Miran atrás porque pueden. Porque tienen recorrido y legado, porque Putakaska ha sido un nombre vociferado desde los años 90, lo que queda de una época, junto a otros pocos. Sin embargo, al mismo tiempo, queda claro que no se han quedado hundidos en lo que fue. Este último suena a disco de banda lozana, que decía mi abuela. Están inspirados, joder. No es fácil tocar con ese nivel de empuje y brío. Me río si alguien cree que eso es sencillo, pero es que, además, hay. Ahí hay. Las guitarras suenan distintas en cada canción, rápidas y aceradas en todas, pero diferentes, surtidas, peculiares y todos los sinónimos que me ofrezca el diccionario online. La batería no repite ritmo, no se empeña con los parches, mezcla bombos y platillos, lleva ritmos distintos, gamas diferentes hasta en una misma canción. El bajo va y viene, a veces aparece de frente, otras sigue alicatando por detrás, pero se le siente. Y han conseguido más riqueza en las melodías, estribillos que suenan clásicos y otras inflexiones que no parecían tan claras antes. Lo repito: están inspirados, joder.

¿Pero qué me estás contando? ¿Inflexiones, gamas, surtido? Esto es punk, julai, no el último recopilatorio de Eric Clapton. Bueno, me la sopla. No hay nada más punk que ser sincero y fiel a ti mismo y yo os estoy contando cómo he escuchado este disco que demuestra, a mi parecer, dos cosas: que el punk no es fácil si lo haces bien y consigues que parezca sencillo, y, dos, que el punk no ha muerto ni morirá en la puta vida mientras bandas como Putakaska sigan resistiendo y demostrando que ni baúles ni recuerdos ni pollas, esto está pasando ahora y así. 

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