Pomeray



Bueno, me he puesto el disco de fondo a ver si me acuerdo. Hay que escribir esto y el verbo que abre esta frase no ayuda a hacerlo. Pero lo haremos. Porque aunque no recuerde los detalles, sí que recuerdo la sensación general de satisfacción y alegría cuando colgaron las guitarras y entró el sol y la realidad por la puerta abierta de el Tubo. Precisamente, allí, fuera, al sol, unos días más tarde, que ya lo contaremos, di por finalizado el FestiBar en alegre conversación de despedida con uno de los culpables de todo esto, el de la mano lisiada, que también acabaremos por contarlo. Y en esa conversación que usamos de colofón de esta semana fantástica, no pudimos evitar los dos que los Pomeray salieran en el recuento. "Y además son buena gente, gente maja". Dijo uno de los dos, y el otro asintió con contundencia. Pues sí, lo son, y aunque eso no debería importar, dicen, para escribir sobre un concierto, en este blog seguimos unas normas muy estrictas para pasárnoslas estrictamente por el forro, así que, en esta ocasión, sí importa. Son buenos músicos, buena gente y, curiosamente, hacen buenas canciones. Esas que, por ejemplo, estoy escuchando ahora de fondo y que vamos a vanagloriar luego, así que si eres de los que piensan que debería repartir más estopa y menos confitura, corre ahora que puedes. 

Algunas, o todas, que no lo supe en su momento ni ahora lo recuerdo, las tocaron el viernes pasado en esa reserva de la biosfera que han convertido en bar. El clima y la fauna de El Tubo, creo, le sienta bien a la música de Pomeray. Y al Tubo le vienen que ni de himno unas canciones intensas y oscuras, llenas de luz, sin embargo, que alumbran la resonancia de la cueva. Tocaron "Inercia", sí, y Lagartija Nick podría venir a colación aquí, pero dará igual que ahora volvamos a proponer más nombres para explicaros qué hacen estos. Es mejor dejarlo ahí, en barbecho, e intentar que germine en la umbría de mis explicaciones. Porque a mí me suenan, sobre todo, a Pomeray. A dos guitarras embastadas en la columna de una base rítmica rotunda que, en conjunto, levantan canciones de estructuras sólidas y raíces hundidas pero repletas de sorpresas luminosas. Toma ya, esa frase algún día me la copiarán en OT. El ritmo es como conducir de costa a costa entre 1947 y 1950, que muchos lo entenderán, y vivir y descubrir en sitios como Dalhart, Texas, Terre Haute, Indiana o Newton, Iowa. Yo estuvo una vez muy cerca de esta última. Lo vi señalado en un mapa, mientras repostaba en una gasolinera, y me acordé de la novela. Le dije al tío que venía conmigo: "¿Nos acercamos?" Pero se montó en el coche y me dijo: "Ahí no hay nada". Pues sí que va a haber mucho en Sioux City, pensé, pero no dije nada porque él añadió: "Bueno, Sara Haines nació ahí, creo". "Déjalo", y colgué la manguera del surtidor, "No, no quiero tu mierda de Dr Pepper, ¿no hay cerveza aquí o qué?"  

Volvamos a lo que estamos. Precisamente lo que decía antes de perder el hilo, se ve en "Forastero", donde el bajo se luce y los redobles finales pespuntan las guitarras. La tocaron y yo apunté eso, en mi cabeza, te lo creas o no. Uno de los que las toca, las guitarras, digo, estaba siempre de pie sobre el escenario, dándole carne al verso, y hay que hacerlo, porque algo que destaca en estos tíos es que también escriben bien, con rimas inspiradas, imágenes nada manidas y canciones reflexivas que no pierden el norte. Si Kerouac lo escribió en monólogo interior, estos lo sacan fuera. Tiene voz de estremecer y maduran así las canciones. El otro guitarista estaba perdido en el océano del suelo. Es inquieto el tío y le dibuja la vainica al traje de las canciones. Recuerda a Joseba Irazoki por los hombros, y los gestos, y el empeño por sacarle todo a la guitarra, hasta lo que no sabes que se podía sacar. Tenía justo detrás al bajista, que por mucho que se esconda se le ve, igual que a un batería que parece la sombra de todo lo que acontece. Escucha "Perro", por ejemplo, que también cantaron y bordaron, y verás como los parches parecen lo que queda detrás de las guitarras, esa negrura que nos da realidad, cuando les da el sol de frente.

Terminaron de rodillas, con dos canciones anteriores, "Bilbao XXIII" y "Big Bang" que cerraron con un final en plan jam eléctrica. Una cumbre a la que fueron escalando con paso firme y sin prisa, que es como se hacen las cosas bien hechas, dicen, y por lo que asoman los Pomeray es así. Vuelvo a la conversación que mantenía el domingo por la mañana con el que sabe de esto: Pomeray son grandes, y bandas como ellas son las que mantienen intacta la esperanza. Estos tíos no la petan porque no quieren, me pregunto, porque lo tienen todo: accesibilidad y oscuridad, buenas canciones, letras con contenido, pericia, y buen fondo. Quizás les falte eso, vender esa parte del alma que te lleva a la radiofórmula y/o el confetti en televisión. Pero yo de eso no entiendo nada, y de lo otro poco. Así que me quedo con la rareza que mola. Si es así, lo digo de tirabuzón final, yo también quiero ser raro.

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