Fue una noche rara de cojones, pero eso no te lo voy a contar. Me lo pasé bien, no me entiendas mal, aunque no te importe lo que te estoy contando, pero, si no me llegan a parar, igual hasta acabo vendiendo mi coche, y parte de la culpa la tuvieron ellos, cabrones, que no suelo insultar yo por aquí, ni aunque pretenda ser con sarcasmo cariñoso, pero parecía que no había forma de decir esto sin hacerlo. Espera, recupero el aliento y empiezo, pero ya que he escrito este párrafo auxiliar, usémoslo para algo práctico. Vamos a hablar de Northagirres en directo para el FestiBar; encá Limo, en el Mendigo.
Algo le pasó con la guitarra y no estuvo cómodo en ningún momento, pero hace falta mucho más para tumbar a Iñigo Agirrebalzategi, que ya me he aprendido el apellido y lo escribo sin mirar las teclas. Resignado, dijo: "Lidearemos con lo que hay" y se tiró a tocar, con los ojos cerrados, en ocasiones, y el tembleque en la rodilla. Otras veces se daba la vuelta y nos regalaba espalda, mientras encaraba a una teclista que adorna bien brillantes las canciones, y, además, me echó un cable con esta crónica cerciorándose de que robé el setlist adecuado. Pero daba igual que yo copiara bien los títulos ahora, tanto como da igual que falle lo mecánico o lo humano, si tú pones los versos en línea, que sigan a las acordes por el camino del ritmo, y van todos en fila india, haciendo curvas, pero dejando rastro. Y eso es lo que hacen ellos: contar historias, más y menos trascendentales, con los signos y símbolos de una buena canción, las notas ordenadas y las palabras ceñidas. No hay pérdida, si aciertas bien, saldrás del bosque, aunque des, a cambio, con el desierto. Algo huele a eso, a polvo y combustión.
No hace falta nacer en Memphis, ya lo dicen ellos que son de Urretxu. Así empezaron, con "Lo pactado". Luego les salió un recopilatorio de viejos éxitos y presentes, en inglés y en castellano, todo acompañado de las versiones que dominan con pulso firme: Radio Birdman, Tom Petty, Iggy Pop y, para cerrar, el "Sister Anne" de MC5. Ya lo he dicho, canciones de antes y de ahora, en inglés y en román paladino: "The Water & The Stone", "No quiero", "Toys in a Desert Land" (o "dessert", que es lo que viene escrito en el setlist y suena más sabroso y apetitoso, que aún no he comido), "Me, My Girl and Her Pretty Face", "38 latigazos", "Lo siento chaval", "You Shouldn't Understand", "Anoche vendí mi coche", "La vez" o "La boca rota". Con la mandíbula en los tobillos. Esos son los forajidos que forman esta banda. No hay orilla del Río Grande o del Urola donde no campen a sus anchas si se presentan en el salón con semejante arsenal.
Más aún, cuando ellos no entienden de fronteras. Ni de las del Lejano Oeste, la de la AP-8 o la que separaba al público del escenario. Les importó una mierda que la gente desertara y se fuera a conquistar otros territorios. Ellos siguieron dando un concierto mayúsculo, con la misma implicación, un bis al que volvieron con ganas, e insistiendo a la peña para que se acercara. El batería quería que hasta treparan. Yo me acerqué, por la esquina, como con miedo, que no es lo mío, y me hizo feliz ver que al fondo se veía el hueco pero que los primeros seguíamos encendidos y obnuvilados, atrapados por la música, unos bailando, otros diciendo que sí con la cabeza, alguno, hasta aplaudiendo antes de que terminaran. Y eso que por allí había peña que venera a Eskorbuto, se sabe todas las letras de Distorsión y/o que, probablemente, no haya oído nunca a Richmond Fontaine, y, sin embargo, la música podía con el género. La cerveza también ayuda, por supuesto, pero insistiré: la música en directo es un lenguaje que supera las estrechuras de los idiomas. El hueco que quedó cuando se fueron, yo lo puedo seguir llenando aquí de alabanzas, pero se me va la pinza y creo que ya vale.
El resto de la noche tuvo su cosa. No lo voy a contar, sin embargo. Ya lo cuentan los instrumentos al principio de "Anoche vendi mi coche". No hacen falta ni las palabras: eso pasa, pero que le jodan, qué bien se va en la nube, mucho mejor.
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