Una mañana soleada y desolada. Ni los ritmos del día ni la polifonía de las charangas podía con la quietud del eco: la noche había dejado cóncavo el espacio. El sol seguía tozudo, pero los pocos que andaban por el Tubo arrastraban el peso del epílogo. Fuera, en la puerta, los Guttercats almorzaban ajenos a todo. Una vez dentro, se subieron al escenario y ya no se bajaron. Solo el bajista, casi al final, poseído por su propio ritmo y unas caderas llenas de funk, se lanzó al mar y braceó con soltura. El batería tocaba con gafas de sol, como protegiéndose de las tinieblas del bar. El guitarrista eléctrico se pasaba el tiempo pegándole a la palanca, lijando el mástil con el slide, yendo de traste en traste por la parte de arriba de la arboladura. Se les vio sudorosos, bebieron poco, no bajaron el ritmo en todo el concierto. Se repasaron su discografía, acercándose más al último de sus discos, con canciones como "Sweet Little Sister" o "I Wonder", canción en la que destacó el aroma western que le regala el bajista y la densidad de toda la apuesta. Las canciones de estos tíos tienen capas, estratificadas una encima de la otra, sin huecos para respirar. Son largas e intensas, exigentes y apelmazadas. En una ocasión, hasta pensé que Patxi se había dejado la música puesta, pero el murmullo que oía de fondo era la batería, cuyo ritmo parecía fulgor al final de la fronda, retorno en la radio de rescate sepultada bajo la avalancha.
Era un lujo, por qué no admitirlo, tener en sesión vermú, en El Tubo, a una banda parisina con más de diez años de carrera, gira por la península, una colección de discos y repertorio para lucirse en escenarios de distinto tamaño. Yo esperaba más gente por allí, pero, como decíamos al principio, la noche arrasó y solo llegamos unos pocos supervivientes. Siempre se menciona a los Jacobites o a The Only Ones cuando se habla de Guttercats, a The Gun Club y cosas así. Sí, estuvieron por allí. Y Nikki Sudden, Mink DeVille. En ocasiones, como en "Last Chance Loser", a mí casi me recordaban a The Drones y el Gareth Liddiard más desencajado. A cuando estaban inspirados los The Brian Jonestown Massacre. Tocaron "When the Blues Come", de su disco Black Sorrow, con cejilla en la guitarra acústica de un vocalista que se encerraba en sí mismo para cantar las canciones con arranque y sentimiento. También golpeó la pandereta contra sus venas hasta que se la pasó a alguien del público que fue capaz de seguir el compás con buen pulso. El bajo abrió "Down in the Hole" con misterio y brío y del Beautiful Curse recuperaron una "Whitout You I'm Nothing" que encontró apoyo en el público para repetir el estribillo y agigantar la canción. Cerraron con los siete minutos y pico de la canción que da título a su último disco, una "Follow Your Instict" que sirvió de ratificación: eso es lo que tienen, canciones palpitantes, que buscan las entrañas y la emoción, pero rebosan por el borde, llenas de intensidad, capas, acordes, punteos, redobles por todas partes. Suenan a bloque y sin intervalos. La fragilidad la pone el que escucha: si el ritmo y la vorágine te atrapan es difícil que salgas del remolino. Si no, disfruta de lo que puedas, tienes donde elegir.
Yo, y alguno más, vimos, por momentos, el concierto como en la fotografía retocada que ilustra esta entrada. Fuimos pocos, pero los que fuimos, resistimos. Al acabar el concierto, el sol seguía luciendo fuera. El ruido era murmullo. El tiempo seguía detenido, en suspenso. Aún y con esas circunstancias, los Guttercats hicieron lo suyo y lo hicieron bien. No era el cierre del FestiBar, aunque lo fuera para nosotros, y, sobre todo, sí que fue la promesa de que lo vivido en esta semana nunca nos quitará, suficientemente, el hambre. Ni la sed.
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