Fiasco Review!: The Daltonics de The Daltonics



Me llegaron noticias de estos tíos hace tiempo ya, pero, últimamente, siempre pasa lo mismo: llegan, pero yo no. Voy a ser sincero, que es algo de lo que peco a menudo y a más de uno le cansa: cuando me llegaron aquellas primeras noticias, jugué a las primeras impresiones y las expectativas fáciles. No sé por qué, no me obligues a psicoanalizarme, pero The Daltonics, el nombre de la banda, me hizo pensar en algo serio, un ejercicio de estilo, el enésimo cruce entre los Sonics y lo que fuera. Nunca pillo los chistes a la primera, se ve. En cualquier caso, la realidad ha demostrado, una vez más, que juzgar a la ligera siempre lleva a error. 

Si sigo por ahí, por lo del nombre de la banda, la imaginación, que aún la tengo en garantía, me llevaría a relacionar la terminación de la palabra con esa bebida mágica que mezcla ginebra y tónica. Y es que la música de esta banda tiene esa alegría del ácido carbónico y la quinina que te cosquillea en el tabique si el buche se te va por otro lado. No es así, pero bien que podrían haber escrito una canción sobre una cena de empresa en la que se te va la mano con los combinados y acabas haciendo cosas de las que te arrepentirás a la mañana siguiente, cuando te hierva el clavo en la sien. Bien, vamos a dejarlo ya y empezar. Si os parece, caminemos juntos, con paso sereno, el codo en la rodilla y el pulgar en la nariz, por la línea recta del rock and roll más sinuoso.

Por una vez, voy a intentar no ponerme a desgranar canción por canción. Principalmente, porque creo que el disco es macizo y compacto y se escucha mejor en bucle. Es una de las sensaciones generales que me han quedado y aunque suene exagerado, lo dejo por escrito: es imposible no escuchar el disco una y otra vez y de seguido. Si te va la cosa, claro. Creo que a ello ayuda la producción y el sonido, y me imagino que algo habrá tenido que ver, o mucho, Martín Guevara. En líneas generales, hacen honor a lo que anuncian: lo de la irreverencia y el rock and roll fogoso. Si quieres que te lo explique en jerga: garaje descarado y díscolo, con letras impúdicas, con chispa. Trece canciones en total, que sacaron al mercado en enero, si no me confundo. En el lote, solo incluyen una versión. Precisamente, de los Sonics. "Estricnina", con la letra adaptada, les ha quedado resultona y eficaz. Es, creo, el mejor ejemplo de lo que hay detrás: suenan hasta las templaderas de la batería, se disfruta la piel, el verismo y la proximidad. Se ve igual en “Todos a gordo”, con un prolegómeno de inicio que incita a rebobinar y volver a empezar. En "Calcetines", parecen viajar al sur polvoroso, riman gerundios con participios y las guitarras aprovechan sus turnos mientras la batería juega al suspense con soltura. Garage más punkarra y apremiante, con guitarra punzante y una voz histriónica que enuncia bien la historia narrada, en una "Deporte escolar" que ejercería de buen ejemplo de su mundo creativo, la tonalidad de sus letras y la actitud sin artificios ni dobleces. El bajo en "No me cambiarás" o las guitarras a lo Bo Diddley en “Tiempo para el rock” dejan claro el espíritu de esta banda: "tres acordes y puntear / es este ritmo loco / el que me hace vibrar." "Vintage", rollo lírico a lo Novedades Carminha sin la retranca gallega, con un humor más vasco, al tajo, con trazos gruesos es una canción con duende, que se prende. Hay más, pero vamos a parar aquí, porque dijimos que no íbamos a hacerlo y llevamos camino de volver a mentir. 

En resumen y al grano, un disco que parece espontáneo y fácil de deglutir, donde es difícil no esbozar una sonrisa o poner cara de sorpresa, tan difícil como evitar las ganas de ponerte a bailar o a hacer el gilipollas. Pero, como hemos dicho o sugerido antes, sería un error quedarse solo con el humor y lo más superficial porque el disco brilla por su sonido, por estar repleto de canciones robustas y efectivas, por buenas aportaciones instrumentales e influencias bien digeridas. Además, el humor, cuando no es gratuito, ayuda tanto a la reflexión como la gravedad. Sí, si queréis la lista, pues sí, Dr Feelgood, Sonics, Fuzztones, Ronaldos o Los DelTonos, y, por supuesto, Siniestro Total. Aunque se podrían añadir más nombres de por aquí, como Los Rotos, Los Padrinos, Sumisión City Blues…



Nota a pie de entrada:


Tengo que terminar esta entrada haciendo algo que no hago nunca, básicamente, porque no procede. Generalmente, no leo a otra gente que ha escrito antes de lo que yo voy a escribir entonces, porque sé que, de hacerlo, estaría tentado de copiar, plagiar, parafrasear o digamos inspirarme sin riendas. Por (de)formación profesional, sé citar y referenciar, incluso utilizando el MLA, pero aquí, me da pereza. Sin embargo, esta vez, lo hice: leí. No sé muy bien por qué, pero ocurrió. Y, por supuesto, tras hacerlo, estuve a punto de no escribir nada porque sabía que iba a repetirme y sería difícil hacerlo mejor. Escribí, finalmente, porque creo que tengo otro público que ellos no tienen y me apetecía animarles a que se acercaran a The Daltonics. Pero no puedo terminar sin mencionar el trabajo de Txema Mañeru en Orpheo Cultura Popular, Rafa Robledo en Gravelroad76 y Óscar Cubillo en su blog Bilbao en vivo, porque lo que ellos dijeron antes de The Daltonics, yo lo leí cuando fui a escribir esto y seguro que veis coincidencias o cercanías. La culpa es mía, y el juicio, me lo hacéis a mí.



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