Creo que en jueves santo los católicos celebran aquello de tomando en sus manos el pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo. Creo, porque no lo sé, me suena. Nosotros estábamos fuera, echando un cigarro y apareció la procesión de encapuchados que arribaban a la parroquia de San Vicente, adosada a un Kafe Antzokia que parecía territorio extranjero al otro lado del río. Al salir del metro, ya habíamos oído los tambores en la lejanía, pero nos creíamos a salvo. Ahora, los turistas disparaban flash y se iluminaban los claroscuros de aquel choque de intereses. Vivimos todos en el mismo sitio y, a veces, parece que lo hiciéramos en mundos opuestos. Volvimos dentro, por supuesto, al cobijo del rock and roll, que nunca lo he entendido como una religión, pero si tuviera que marcar una x en mi declaración de hacienda, iría para ésta que no lo es. De todas formas, también dentro se notaba un ambiente distinto: bastante público, para ser jueves, por muy santo que fuera, atendiendo la misa pagana del Basque Fest Rock City (BFRC) que había empezado el día antes; y, sobre todo, mucha gente que miraba para arriba, hacia los lados, descubriendo el local, como si fuera la primera vez que entraban. Una chica a mi vera murmuró: “está chulo”.
Había triple función y los primeros en pisar palestra fueron Kaskezur, que, según ellos mismos explicaron, llegaban desde el Baztán, desde la capital del valle concretamente, Elizondo. A mi oreja, le sonaron a Willis Drummond, más o menos; y, a la de mi compañera, generalmente más acertada, a Placebo, pero, en ocasiones, tenían ese lustre del indie americano, como si a Robert Pollard le hubiera dado por hacer un disco cañero con los Guided by Voices y luego lo versionearan los de Lou Topet. Podía haber mencionado mejor a Sonic Youth o Dinosaur Jr y me dejaba de chorradas, pero qué le vamos a hacer, así seguiré. Se desataron un poco con "Beti berdin" y, de (mal) paso, aprovecharon un tropezón para convertirlo en un arrebato del cantante, en una canción donde el bajo embaldosa la atmósfera con buen nervio. Cantaban, por cierto, los dos guitarristas: uno de puntillas y más eufórico, el otro tapizando sus melodías con riffs insistentes y acertados. Van por su cuarto disco, si no me confundo, pero, y el que escribe tiene el valor de confesarlo, yo hasta ahora no había oído hablar de ellos y he de terminar diciendo que la primera impresión fue buena: buen sonido, buenas canciones, buen concierto. Y me quedo a gusto recurriendo al adjetivo calificativo más simple, ya sea apocopado o no.
Detrás de Kaskezur salieron al escenario los Mocker's, un power trío vizcaíno de blues contemporáneo y resultón que, a pesar de su aparente juventud, conocen todos los tempos, guiños, trucos y guisas del rock en directo. Contaron que han grabado su segundo disco con Martín de Cápsula y le dedicaron una canción. Estuvieron intensos, lo que yo les vi, pero no puedo ir más lejos porque me ausenté y porque no se me ocurre nada original que añadir o de lo que tirar, a no ser que me ponga a jugar a lo de sacarles parecidos o que mencione el solo de batería a lo Whiplash, que no es algo que se suela dar ya, al menos, en los conciertos a los que yo asisto.
Y, finalmente, llegó el postre: The Northagirres. Parecía que tenían ganas de salir cuando aparecieron con prisas por una esquina y sonaba Wilco de fondo mientras afinaban y se preparaban. Debían de tener tantas ganas que empezaron a saco con “Lo pactado”, de su recién estrenado álbum. Tres minutos perfectos para que te enteres de lo que te van a ofrecer: raíces americanas, riffs en estéreo, estribillos bien ensamblados, una base rítmica de categoría, teclados para ribetear las canciones y punteos con aire fronterizo. Por supuesto, no se ciñeron solo a su último disco y también cayeron canciones como "68 latigazos" o "Lo siento chaval", ambas de su anterior trabajo, Down the Highway. Siguieron con la mezcla de idiomas, aunque el castellano parece haber ganado la partida definitivamente. Así, triunfó "Cuéntales", rozando la ranchera. Pero, sobre todo, se lucieron en la parte final del concierto, mezclando repertorio viejo y nuevo. Pasaron de tocar "La boca rota" a "Anoche vendí mi coche", ambas del último. La segunda resultó ser la más efectiva en directo. El batería, que vestía camiseta de The Dictators y golpea los parches como si estuviera partiendo leña enfadado, pedía más caña y compromiso por parte del público. Tiene mucho Roland esta canción, incluido un punteo, digámoslo así, y, además, Iñigo Agirrebalzategi se soltó una patada al aire, dando sálida a una canción de riff machacón que se ganó al público. Después, se atenúan las luces para pasar a "You Shouldn't Understand", de su segundo cedé. Así cierran, pero no se hacen de rogar para volver a salir. En el bis, cantan "La vez", la que abre su último disco, con el bajo clavando los coros. Para despedirse, se apuntan una versión en inglés. Con "The Undefeated" de Iggy Pop se pulen un concierto al grano, sin altibajos ni pompa innecesaria. Los Northagirres son una banda con mucho currículo que parecen decididos a perpetuar este proyecto que va de los Rolling Stones a los Burning, pasando por Gram Parsons, Neil Young o Los DelTonos. Se han decidido por el castellano, y, aunque solo sea mi opinión, creo que han acertado, porque tienen talento para juntar palabras, algo que, con el estilo que practican, donde las melodías se distinguen y atesoran las canciones, es importante. Aparecieron con un guitarrista menos, pero no se les vio restringidos por ello. Aún les quedan otros dos, uno que lleva la guitarra hueca y que tiembla casi más que Bruce Springsteen cuando se enerva, y otro que no borra la sonrisa y parece tocar a cámara lenta, pero vaya bendición de velocidad. En directo, se mantienen tan finos como apunta el corte de su último disco. Hay ganas de hincarle el diente a un disco donde parece que serán fieles al desarrollo que llevan ofreciendo en los últimos años. Grabado, además, en esa milagrosa casa de piedra en Muriedas. Dejándose guiar por alguien que sabe de esto, Hendrik Röver, tiene pinta de que lo grabado funcionará tan bien como funcionó el jueves en directo.
En resumen, buena noche de música en directo, mientras fuera retumbaban otro tipo de percusiones más marciales y porfiadas. Disfrutamos del menú y de la lección de geografía: tres de los siete territorios históricos nos ofrecieron una función de folclore local que, no podía ser de otra manera, demostró que la música no entiende, precisamente, de fronteras. Los techos altos del Antzoki ejercieron de bóveda de crucería en un templo sin consagrar que acogió una celebración más terrenal pero igualmente elevadora e inspirada. Al menos, a mí, fíjate qué cuajo me ha dado para escribir este evangelio apócrifo que cerraré con una cita bíblica para compensar: “El hombre malo es atrapado en la transgresión, pero el justo canta y se regocija” (Proverbios 29:6). Y si ya haces todo a la vez, la bendición.
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