Cree Recuerda Baila



Bendita inocencia. Te dicen cuatro personas que escribes muy bien, y ya te ves en la portada del Rockdelux o algo así. Alfred Nobel resucita solo para obligar a sus colegas de Estocolmo: quiere una nueva categoría, mejor escritor de blog musical, y vas y lo ganas tú. Bendita inocencia. Pero esta coña enroña, de verdad. Luego cualquiera piensa cuerdo. 

Así que he hecho esto: he cogido mis notas, que las tenía, y las he perdido a propio intento. He borrado de mi cabeza lo que quería decir, la idea original que encontré para abrir y cerrar mi crónica del concierto de Chris Robinson Brotherhood. 

Lo que se espera que cuente: me olvidé las entradas en casa, sí. Aparcamos en el Mercado, bajamos hasta Jardines de Albia, y cuando estábamos cruzándolos: tate, las entradas. Acción, reacción, vuelta atrás a toda hostia. Casi atropellé a Jerry Corral cuando volvía a cruzar la villa con prisa. Me estaban esperando fuera. El concierto había empezado, pero aún seguían tocando la primera. Ni tan mal. Pero el dolor de piernas y la sensación de excepcionalidad ya no me la quité en toda la noche.

El local estaba petado. El primer acto lo seguimos en el anfiteatro, buscando rendijas, grietas, los huecos que dejan las cabezas cuando se mueven. Creo que "Rosalee" la escuché entera a través del objetivo del tío que la grababa delante de mí, metáfora postmodernista donde las haya; 2.0, si me apuras, porque estaba retransmitiendo en directo. Por lo menos, ser segunda fila de pie te permitía estirar las piernas, respirar, fijarte en el puente de luces e imaginarte el argumento para un thriller de Hollywood. Sin embargo, para el segundo acto, bajamos por las escaleras y nos atrincheramos en la platea. Se hizo hueco, hasta pude mover los pies, y creo que la localización ayudó a disfrutar mejor de un segundo acto que superó en eficacia e impacto al primero, más vaporoso, esquivo y reposado. 

Hablemos del otro lado, primero. Tuve la sensación, y creo que es la primera vez que la tengo, de que el público estaba más entusiasmado que la banda. Quizás porque el escenario estaba enmoquetado, o porque no les dio por la interacción, pero daba la impresión de que ellos estaban ensayando en el sótano de Chris Robinson, pasándoselo bien, a su rollo, relajados y sin aspavientos. Neal Casal debió meter la gamba una vez, porque el batería se reía y Chris Robinson hacía algo parecido. En ese plan, con cuajo y jovialidad. Mientras, unos peldaños más abajo, y aunque pocos movieran algo más que el cuello, había gente teniendo epifanías, algún grito atávico, y un aparente convencimiento general de estar presenciando algo que merecía la pena. Vaya lucha por hacerse con un setlist, por sacarle luego fotografías, cuando hacía días, si no me confundo, que la lista estaba colgada en las redes. 

Hablemos brevemente de esa lista: contenía versiones, de Grateful Dead, de Bob Dylan, otros clásicos que han grabado gente distinta, le dices hola a LA y adiós a Birmingham, ya me entiendes. Con ese precisamente cerraron el primer set y Patxeko lo tenía claro: "Esto va a ser lo más cañero que toquen." Lo que más sorprende, aunque los expertos lo sabían, es que solo repitieron una, "Behold the Seer", de su último disco, de las que tocaron un día antes en Barcelona. Con esa cerraron, seguida de "Shore Power", del que para mí es su mejor álbum, Phosphorescent Harvest, firmado a medias por Robinson y Casal, y precedida por el "I Ain't Hiding" de The Black Crowes. Fue un final en línea ascendente, climático y eléctrico que dejó contento al personal. Quizás para compensar, cuando volvieron a salir, solo regalaron una y lo hicieron volviendo al medio tiempo y tocando el "They Love Each Other" de Grateful Dead. En mi humilde opinión, el clímax había llegado antes, cuando engarzaron el "Tough Mama" de Bob Dylan con el "If You Had a Heart to Break" de su último disco, que pégame si quieres, pero a mí me recuerda al Rod Stewart más cándido y candoroso hasta que aparecen los requiebros que pueblan todas las canciones de esta banda. 

No hablemos más, digámoslo: entre el intenso olor a incienso, los muchos punteos, los solos de armónica, la repetición de argumentos, la bonanza en la rítmica, los teclados añejos y algún arrebato jamaicano, yo me perdí. Camisetas tintadas, guiños al Freak Power, pelo largo años 60, ¿retromanía o intemporalidad? No lo sé, difícil que me ubicara. Les miraba y me preguntaba: ¿seguirán leyendo a Ken Kesey?, ¿se ha detenido el tiempo en algún espacio?, ¿será verdad que Jerry Garcia sigue vivo? Nada, sin embargo, puede evitar que se reconozca la pericia y exaltación de un Neal Casal que le ganó la partida a Chris Robinson, siempre mirando de reojo a su compañero, sereno y sonrosado, sonriente y concentrado en convertir el mástil de sus dos guitarras en un universo irisado e inspirador.  

He leído a todos los buenos que han escrito sobre esto y este día, te los recomiendo, pero lo único que puedo concretar es que estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho Yahvé M. de la Cavada. Ah, y algo más: no he mencionado ningún punto cardinal de la geografía americana ni su utilidad para definir música en esta entrada, y me siento orgulloso. Solo de eso; del resto, corramos un tupido velo. Bendita inocencia. 


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