Aquel sábado de marzo: segunda parte


Vaya por delante la advertencia: va a ser una entrada excesiva, como siempre, y, además, esta va a ser trilingüe y sin traducciones.

Hace varios meses estaba yo en la cafetería del curro intentando que el café fuera la respuesta a todas mis preguntas, cuando fui testigo de esta conversación:

- Eta suediarrak?
- Nortzuk?
- Ez dut gogoratzen izena. Ez dakit zer ta show...
- Baboon Show?
- Hori da, ze kaña, hori bai zen rockanrola.
- Baina ez ziren suediarrak, ezta? Barakaldokoak edo holako zerbait.
- ¡Venga ya! Ta ni Kongokoa.

El café no consiguió aliviarme el sopor, pero la charla que tenían aquellos dos chavales, sí. Me recordó a otra que usó un articulista en una revista especializada para resumir las modas y la falta de información, cuando contaba que por entonces todas las bandas eran de Omaha si te creías lo que se oía alrededor. Yo había vivido en Omaha, e incluso me encontré un día en una librería de segunda mano a Conor Oberst, así que sabía de qué estaba hablando. Pues lo mismo aquí, pero tenía su aquel. 

Por eso, el sábado pasado, déjame que te lo cuente ya, yo fui a ver a The Baboon Show con cierta motivación sociológica, como quien hace investigación de campo, intentando que el directo y no lo que me contaban o me habían contado me ofreciera finalmente una explicación.

Y es que, a pesar de perderme todas las oportunidades anteriores de verles, nadie al que le guste la música y se mueva más o menos por el ambiente local de mi pueblo podía haber pasado ajeno o ignorante al nombre de esta banda. Se repetía en todas las bulerías, hasta reverberaba en las cañerías: Baboon Show por aquí, Baboon Show por allá. Gente con criterio o de cuyo criterio me fío porque se parece al mío también me habían mentado el nombre. Había llegado el momento de averiguar por qué una banda mixta que provenía de la fría Suecia había conseguido tanta presencia en mi ciudad. Que ahora nos conozcan por Ikea en lugar de por los Altos Hornos no debía ser la razón principal.

Así que me presenté en el Antzoki así: virgen, inocente y curioso. Sin haber escuchado una sola canción. Sin haber visto un solo vídeo. Olvidando todo lo que me dijeron. Tan bien lo hice que me compré hace varios meses su último disco y aún no he ido a recogerlo. Fui a pelo, sin prejuicios, sin expectativas, aspirando a averiguar qué le pasaba a la gente del pueblo con estos suecos. Y salimos, porque fui acompañado, con los pelos de punta, el juicio ganado, las expectativas imaginarias completamente superadas y convencido de saber por qué deberían poner puente aéreo entre Estocolmo y Barakaldo ya. 

Lo que hicieron los suecos el sábado en el Antzoki fue, sencillamente, música, buena música. They simply played music, good music. Lo que nos gusta de la música en directo: víscera, conexión y franqueza. The stuff we like live: music with guts, connecting with the audience, no faking. En algo más de hora y media de júbilo continuo, se repasaron su último disco, Radio Rebelde, y recuperaron algunas otras canciones de su producción anterior. A pleno pulmón pasaron sin descanso del "You Get What You Want" a "Radio Rebelde" y después a "Hurray" y "Again" y "Hit the Floor" y "No Afterglow" o "Same Old Story", todas accesibles en su último plástico y tocadas en directo con otro orden. Todas igual de incandescentes y arrebatadoras. No crowning moment, no kicking back. Tampoco cuando miraron hacia atrás, se relajaron. Todo siguió igual: la misma intensidad y vehemencia con "You Got a Problem without Knowing It", "Dig On", "It's a Sin", "Tonight", "Jugando con fuego", "Punk Rock Harbour" y "Heidi Heidi Ho Ho." Todas formaron parte de una misma celebración emocional. He buscado sus títulos un día después, porque tenía que resolver el jeroglífico, seguir el mapa, quería entenderlo bien. Hasta la música que sonaba de fondo tenía su función. No es gratuito que salieran al escenario arropados por los acordes del "There's Gonna Be Some Rockin" de AC/DC ni que se despidieran con una significativa "People Have the Power" de Patti Smith. Todo estaba calculado al milímetro aunque pareciera espontáneo, o al revés: solo un concierto de música, pero de los que se sienten en la piel y en las caderas y en la conciencia y en la memoria; de los que te ofrecen respuestas a las preguntas que empiezan con por qué. The kind of gig that you feel on the skin, in the hips, deep in your mind, that remains in the memory; the kind that provides answers to why-questions.

Desde el principio se sentía esa expectación latente. Abrieron con "No Afterglow" y el público se apoderó de la canción, se incrustó en la letra, ululando desde el fondo de sus gargantas. Cecilia Boström bajó los primeros peldaños y les ofreció su micrófono. Ya se había roto la gruesa línea invisible que separa el escenario de la platea. Después, volaría sobre las cabezas con "Dig On" y volvería con el mismo transporte hasta su lugar en el escenario. Los cuatro componentes se pusieron en línea sobre esa fina frontera cuando cantaron "Same Old Story", canción a la que presentaron para ayudar a disfrutarla con mayor magnitud: una canción protesta sueca de los años setenta, a cargo del grupo Knutna Nävar, que ellos mismos han traducido al inglés y adaptado a su formato. La cantante explicó que habla de la gente que tiene mucho y aún así roba a los que tienen poco. Con "Again", ella desapareció. Dejó a sus tres compañeros demostrando que la fuerza y personalidad de la frontwoman sueca no es el único argumento de esta banda. Con "Me, Myself and I" quizás sí hubo cúspide. El pogo incontrolable del respetable se revolvió aún más. Quizás es porque aquí cantan eso de que le den por culo al sistema, de que podré estar jodida pero nadie me va a quitar las ganas de celebrar. En mi pueblo somos mucho de celebrar, eso lo sabe todo el mundo. Quizás por ahí llegó la unión. O por algo más profundo. Porque todos nos reconocemos en esa definición arrebatada. Nosotros, como ellos, también creemos que musika bidea da, la música nos enseña el camino, music is the electrical soil in which the spirit lives, que dijo aquel, aunque él hablara de otra cosa. 

Aquel sábado de marzo, The Baboon Show demostraron a aquellos que aún no lo sabían, entre los que me incluyo, que son una banda de riñones, sin pliegos, con convicción. Empoderada por una cantante en primer plano que le imprime humanidad y embate a todo lo que canta, los suecos son una banda de estribillos finos y armazón estilizada: rock escandinavo que mezclado con algunas dosis de rock bailable, metal filtrado y actitud punk consigue trasmitir una filosofía empática y colectiva que no acaba en pastiche populista. Suenan auténticos, directos, sinceros y arrolladores, como la música sencilla pero efectiva que siempre nos ha despertado de la inercia más complaciente: it's our duty to resist... and believe in music. El estudio sociológico me quedó más bien poético, ¿verdad?

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