Aquel sábado de marzo: primera parte



Escribo en presente que es más urgente y voy a degüello que así abrieron ellos. Salen al escenario y encadenan seguidas "Prefiero estar en el suelo", "En llamas" e "Incontrolable". Si esa no es la contraseña para entrar en los billares del más allá y vivir eternamente purgando pecados y vicios en las catacumbas del infierno, yo no lo entiendo. Empiezan, también es cierto, como anclados al suelo, con la voz un tanto hundida y encogidos, pero dura poco. Gonzalo Ibáñez se quita pronto la ropa que le sobra y, de paso, un peso que le daba humanidad: recuerda a Olarius en un bonito gesto y empieza el desacato a la tristeza y la mediocridad, arrebatándose con esa energía que desprende bilis y determinación a partes iguales. Así llega "Sabes demasiado" y ya se presume que van de menos a más. Las guitarras retumban y el cantante se tumba, se tropieza, le quita el gorro de lana a un colega, que luego usará como pasamontañas para lanzarse al público de espaldas y a ciegas. Con "Tú y yo podemos comprenderlo" se lanza la veda del pogo y lo que hasta entonces solo habían sido brazos en alto se convierten en todo tipo de miembros elásticos que atizan por todos lados. Desde arriba, mientras Arturo Ibáñez puntéa con atinada melodía, el baile de la platea parece como el relieve del genoma, el secreto de la música modulado en la oscilación de los cuerpos. "La huida" viene luego y empieza una nueva apoteosis. "Un clásico", me susurra Mikel, y suena a eso: espontáneo y directo, pero con el atavío de lo memorable. El bajo toma la primera línea y aparece "Un nido de víboras", ejemplo de la complejidad de esta banda, versátiles para ir de Möterhead a los Dead Boys sin perder el pie y complicando las melodías mientras guardan fuerzas para un final rotundo. No hay descanso porque vuelven a atacar con "Soy un aberrante", más cañera y directa, y parecen divertirse tanto o más que el público cuando tocan "Noise!!Noise!!", más ligera pero igual de eficaz. Les sigue "Mezclando los problemas con alcohol", donde lo que mezclan con soltura es letra y música. No sabes si llegó el clímax o aún está por llegar, cuando, sin avisar, aunque se le esperaba, el que llega es dios. "Aquí llega Dios" atrapa con un riff al cuello y Gonzalo cae de plano sobre el respetable para encadenar "Detrás de tu mirada" y se desata la locura en la primera fila. "Odio la velocidad" vendrá luego, como una clase magistral del abecé del rock and roll: abre bajo, redoble, las guitarras a piñón superpuestas sobre los platillos. Cuando terminan, se te queda cara de sorpresa, la sensación de que acababan de empezar y seguirías siempre escribiendo en presente de indicativo aunque sepas desde ya que volverás atrás, para rememorarlo. Quizás no fue su mejor concierto pero tampoco hizo falta que lo fuera.

En resumen, Nuevo Catecismo Católico están condenados a ser eternamente reivindicados. Tiene canciones como para hacer una antología, y por eso acaban de hacerla y de paso han celebrado veinticinco años, pero lo que tienen, sobre todo, es poso, fondo y brío como para mirar para adelante más que para atrás. Costará que algún día se celebre con la debida rotundidad lo que esta banda ha aportado a la música de estos lares y a la de más allá de la muga: porque de mugas han entendido un rato, sobre todo para pasárselas por el forro y alumbrar, así, una carrera repleta y contundente, donde la erudición no ha ido reñida con la originalidad. 

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