Fiasco Review!: Transilvania de Josele Santiago



Oye, yo cuando tenía muchos menos años, ya tenía problemas de crecimiento (y no físicos) y mucha propensión a la tragedia. Jugueteaba con el nihilismo más patético y pasaba los domingos con resaca y sintiéndome solo y estúpido. Solía montarme en el tren de cercanías, con mi walkman en la chamarra, sin paraguas si llovía, y me acercaba a la Plaza Nueva para comprar libros de segunda mano y cassettes grabadas. Recuerdo un día de primavera que por lo que fuera estaba solo y llegué de madrugada a casa. Me duché sin dormir. Desayuné pan duro con york mohoso y me bajé a la estación. Recuerdo comprarme el Rayuela de Julio Cortazar, una cinta de Silvio Rodríguez, un paquete de cigarrillos y dos latas de cerveza. Recuerdo volverme a montar en el tren odiando a las multitudes y a la raza humana en general, bajarme en Zorroza, caminar hasta el matadero y sentarme en la dársena con los pies colgando sobre la ría turbia. Meter la cinta en el walkman, abrir el libro, encender un cigarrillo, darle un buche a la lata y, por un segundo, creer que desde aquel preciso momento yo era especial, que iba a ser capaz de convertirme en alguien, quién fuera. Ahora suena todo a cliché barato y predecible, pero lo arreglo diciéndote, por supuesto, que seguí siendo, por mucho tiempo, el mismo adolescente del montón que con dos dedos de frente fue capaz de crecer sin hacer ruido ni hacerse daño. Me leí Rayuela, aunque no lo entendiera y acabara por gustarme más "El perseguidor", que tampoco entendería del todo; no volví a escuchar a Silvio Rodríguez, aunque me aprendí de memoria su canción "Compañera", y la cerveza y el tabaco aún me acompañan. Puedes reírte si quieres, pero la primera vez que escuché los acordes que abren "Ángel", de Josele Santiago (Transilvania, 2017), me acordé de todo eso. Y los que me conocen sabrán que el título esconde una coincidencia que puede darle más verosimilitud a todo esto. 

Pero, en cualquier caso, digresiones y exabruptos aparte, Transilvania de Josele Santiago tiene eso como argumento definitivo para recomendar su escucha: la capacidad de evocar y trasladarte, incluso si lo que trasiegas es solo la música. Trasladarte a muchos sitios, algunos desconocidos y exóticos. Porque seguirle el ritmo a su mundo de ficción personal es complicado y exigente. Es como fumarte la yerba de la que escribía Walt Whitman y ponerte con él, o con su holograma, mano a mano, a improvisar spoken word. Sinceramente, yo creo que su confesión definitiva es "Ovni viejo". Yo, al menos, he escuchado esa canción como si lo que estuviera explicando Josele Santiago fuera precisamente eso, sus canciones, qué cuenta, cómo escribe, qué canta, cómo lo cuenta, cómo lo escribe, cómo canta. Pues ahí lo tienes: "en mi ovni no hay jaleo / ni sonidos estridentes / ni siquiera hay gente / solamente miento yo / miento muy sofisticadamente / con fundamento e imaginación". Con fundamento e imaginación. Hay orden y significación en un álbum donde te encuentras con guardias civiles, extraterrestres, ángeles, mesías, gente corriente y, sobre todo, el lenguaje inconexo pero mágico de la música entendida en toda su potencia flexible y semiótica. Escucho "Como reír" y me pongo a desfilar como un títere melodramático pero feliz, ausente y ajeno, por todos los momentos patéticos que he protagonizado en mi vida. Y no puedo dejar de reírme y bailar.

¿Qué quiero decir? Que Josele Santiago escribe canciones que solo se entienden en su plenitud: voz, palabras, instrumentación; ritmo, melodía, armonía; entonación, fraseo; ironía y letanía; cuerdas, percusión, arreglos; arriba, abajo; lógica y ensoñación. No hay que acercarse con la intención de entender, si no con la vocación de trascender. Algunos llegan, otros nos quedamos a medio camino, pero eso a Josele Santiago se la trae al pairo. Y a sus canciones también: seguirán ahí. Vuelve e inténtalo otra vez. Porque, y ese es uno de los aciertos mayúsculos de este disco, cada miembro del mismo es como un misterio insondable, que necesita más de una escucha para que los sondees, y los sondees bien: con cada una, un nuevo detalle, un atajo distinto, una nueva iluminación. Sin concesiones, con aspereza pero belleza, con la brillantez instantánea de la música que, a cada paso, trasluce un detalle, un deleite fugaz. 

Oye, yo cuando tenga muchos más años, y tenga problemas de memoria, me voy a pasar por aquí, y ya veremos lo que sucede. Igual hasta lo cuento.

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