Con mucho retraso y sin ganas, para qué nos vamos a engañar, nos pasamos por aquí para hablar de Sudor y su concierto en el Tubo de Barakaldo el pasado sábado.
El retraso ha sido inevitable y las ganas se perdieron porque con el tiempo que pasa también se marcha la inmediatez, la urgencia y el ímpetu, y creo que para hablar de esto había que haberlo hecho así: en caliente, sin ambages, con las marcas aún en la piel.
Y no pudo ser.
Sin embargo, me parecía casi peor dejar pasar la oportunidad de registralo que hacerlo sin que fuera como me hubiera gustado hacerlo. Así que por eso lo he hecho: lo del galimatías que acabo de escribir y lo de escribir en general.
El fin de semana pasado en el Tubo tembló hasta el rotulado del poster de los Spermbirds. Hubo doble sesión dos días seguidos y el éxito fue rotundo en ambos. De las cuatro bandas, yo solo pude ver a una. El viernes no pude ni acercarme, y, el sábado, Rizoma ya había acabado para cuando conseguí entrar dentro. Dentro era dentro. En lo más profundo del río Congo. Aquello parecía el interior del aleph: el mundo apiñado en pocos metros cuadrados. La respiración se coagulaba. Las distancias no existían. Me pegué a Patxi Harper y su cuadrilla porque presentía que iba a estar recogido.
Y así fue.
Porque fue empezar el concierto y aquello parecía una enorme litosfera con las placas tectónicas de juerga. Yo solo veía cuerpos. Los cuerpos, las siluetas, los brazos, las piernas, las cabezas y los puños parecían ir en cámara lenta, se veían en blanco y negro, ocurrían a otra velocidad, en otro tiempo. Un tío con visera se dejaba apabullar en el pogo, como si los envites fueran compresiones de una reanimación cardiopulmonar. Otro se subía encima de los hombros de una chica y esgrimía al aire sus muletas. Unos minutos antes, me había dicho fuera: "yo ya tengo 58 años, tío". Y ahora parecía haberlos perdido. Un crío con la cabeza rapada relajaba su cuello y nos enseñaba su garganta. A mi lado, alguien cerraba los ojos y movía la cabeza de izquierda a derecha. Otro los abría más de lo que podía mientras gritaba. El de la capucha se abandonaba al movimiento. Gente enardecida, individual, atrapados en una masa que se movía como si la fricción generara vida, o más bien, la sensación de estar vivo.
Y yo en el medio apretaba la chamarra a mi entrepierna y bajaba la mirada al suelo antes de pensar: "tengo que llevar el coche al taller de una puta vez". No, miento. Lo dijo el cantante antes de empezar a cantar: éramos una convención de perdedores unidos por la ilusión de magnificar nuestra visión del mundo. Una que parece ir a contracorriente de la vertiente más popular. Se habló de las redes sociales, de los mercados internacionales, de los éxitos comerciales. Y de todo ello se habló en mandobles de dos minutos que corrían por encima de las cabezas del público como cargas eléctricas encabritadas. Y yo me dejé llevar, feliz y atónito.
El sábado pasado no fue un buen día para venir ahora y examinar la música de Sudor desde el punto de vista analítico e ilustrado que se podría esperar aquí. Fue todo ejecución y comunión, ceremonia y celebración, cuerpo y más cuerpos. Canciones que parecían machetazos desbrozando la espesura de la jungla. Aparecían de la nada, terminaban de repente. Siempre al mismo nivel de velocidad extenuante e ímpetu enérgico, soltando palabras como quien te pega ostias hasta que despiertas. Sin bajar un ápice el compromiso y la contundencia, presentando cada canción con prólogo del contenido, enseñando la vena cada vez que se atirantaba el cuello.
Ahora puedo venir yo y lucirme con la historia de Sudor, decir que son de Toledo, que llevan un carro de álbumes, que grababan en cassette, que giraron por fuera, que llevan tiempo representando esos caminos auténticos y agresivos que agarró el punk como testimonio de nuestra resistencia. Discharge, Muletrain, Anti Cimex. D-Beat y di más. Eso es fácil.
Si escribir eso es fácil, hasta escribir canciones puede serlo. Pero plantar tu micro en medio de la marabunta y que lo que cantes altere, estimule, excite, sugestione y mesmerice a la gente de esa manera, eso no es fácil. Ni escribiendo ópera, ni pasadobles, ni pop comercial ni canciones de hardcore punk de dos minutos. Llenar un bar con gente de diferentes generaciones y convertirlos en una masa de ocasiones individuales que se regenera y se fascina en conjunto y por separado, eso solo lo consiguen los buenos grupos, los que hagan la música que hagan, digan lo que digan, toquen lo que toquen, consiguen que las canciones trasciendan su valor e impacto como canciones.
Sudor lo hicieron.
O eso creo yo, que cogí mi chamarra, me la puse, me despedí, y salí de allí con la sensación de que más que un concierto había asistido a un tipo de ritual que debería estudiar la antropología moderna. Fuera llovía, miré hacia el cielo y murmuré: "tengo que llevar el coche al taller de una puta vez".
Posdata: fue un concierto grandioso para disfrutarlo en foto. Yo le robo una a Javi Rubio.
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