Andaban por allí, bien abrigados. El cantante se subía la braga hasta la nariz. De los cuatro, la mitad, dos, y me llevo una, vestían sudaderas de los NOFX, lo que daba pistas. Vamos, que tenían frío los sardos. Se quedaban cerca de la puerta pero ni dentro se quitaban el chambergo. Y eso que venían de Trespaderne que no es precisamente Trengandín en un agosto caluroso. Eso sí, acabaron quitándose todas las capas, a pecho descubierto, enseñando piel tatuada y dejando claro que iban a sudarse el bolo.
Vaya pie de micro: una declaración de intenciones, una metáfora de lo que hacen: cantar sin medias tintas, sin aditivos, sin preocuparse de las apariencias y aprovecho para reconocer que sintácticamente no se deben poner dos puntos y seguido seguidos en la misma frase. Creo. Pero lo he hecho. Y lo hecho hecho está: dos gibsons para amasar las melodías, una de ellas tocada subiendo y bajando escalones, por un tío que le daba fuste al directo. Los dos guitarristas a machete, como manda el género, velocidad con descansos súbitos que solo sirven para coger impulso. Quintas bien fruncidas y lubricadas, que se deslizaban por el desmonte que abría un batería de bombo enérgico y un bajista de cuerdas férreas; sonaba el tío a pedernal, bien. Y, en el medio, serio pero cercano, el cantante que se retiró la braga para dejar bien claro que sabe recitar los estribillos de ese punk rock melódico, en la onda de lo que llevaban rotulado en las sudaderas, y siguiendo una tradición con mucho alcance por estos lares. Además, se explicó, no se dejó cohibir por las traducciones y mantuvo el piñón fijo hasta llegar a meta con esprint final incluido.
Y es que hasta eso hicieron bien, porque cerraron con un colofón triple donde enardecieron al público encadenando "Kualkier día" de Piperrak, "Zu atrapatu arte" de Kortatu y "Ellos dicen mierda" de La Polla Records. Todas cantadas con un acento de entre Lodosa y Pradejón, del mismísimo Mosku, que les hubiera dado para sobresaliente de ser aquello la prueba oral de un examen de idiomas. Pero, sobre todo, las cantaron con fogosidad, bien prensadas. Tener ese tacto es de aplauso. En este mundo de fronteras estúpidas, triunfos de la ignorancia, y ciegos que dirigen el tráfico, se agradece que cuatro chavales que vienen de una isla lejana tengan el horizonte bien amplio y empático. Ya no quedaba tanta gente como al principio para disfrutarlo y agradecerlo, y yo ya había huído de la primera fila para acurrucarme al fondo, en el mismísimo rincón de pensar al final de la barra, pero nada de eso entorpeció el fuelle y la pericia con las que los Inarrestabili se curraron un concierto nivelado y con un sonido limpio y retrechero.
En la puerta estaban, otra vez con sus abrigos, cuando nos fuimos y saludaron educadamente. Tres minutos quedaban de partido cuando llegamos al Eguzki para cerrar la noche de domingo. Que si Joseph Conrad es austriaco que si es polaco que si su madre no le daba cereales con el biberón. Me pasé el resto de la noche intentado recordar un nombre. ¡Katz!, joder, ¡Katz! Y lo recordé a las seis y media de la mañana, cuando ha sonado el despertador de golpe y me he arrepentido instantáneamente de no haber pasado el domingo por la noche en el sofá de casa viendo Master Chef o lo que sea que den a esas horas en la caja tonta. Pero, lo hecho hecho está y voy a poner el punto final.
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