Cuando eres
joven todo te parece pequeño. Todo se te queda estrecho. Quieres más. Con el tiempo, desde luego, creces y la
perspectiva cambia. Hasta el barrio se convierte en un lugar inmenso, donde
puedes encajar el mundo sin necesidad de hacer reformas. Por eso, nosotros, por
ejemplo, conocido ya el extranjero y lo exótico (no todo, claro, que es muy
grande), aún con preguntas e ilusiones (eso siempre), elegimos las fiestas de
Rontegi antes, incluso, de otras cosas (conciertos) que nos apetecían más. Queríamos
disfrutar de esto: de la gente con la que compartimos los siete días de la
semana, de las calles donde nos cuesta aparcar en día laboral (recuperadas para
los peatones), de nuestros vecinos con mendigozale, del trabajo que la comisión hace
con esfuerzo durante el resto del año… y, en general, queríamos disfrutar de la fiesta, que es de
lo que se trataba ayer. Y por eso nos presentamos bajo la lluvia en la plaza,
sin miedo a mojarnos, dispuestos a escuchar música en directo,
rodeados de amigos, sin más ánimo que disfrutar y contribuir mínimamente a que
las humildes fiestas de nuestro barrio repitieran el éxito de siempre: pasarlo
bien sin más aspiración que esa, pasarlo bien.
Antes, porque no
teníamos nada mejor que hacer y porque había ganas de volver a casa, nos
presentamos en El Tubo para ver a The
Mentes Kamikazes. Entre conversaciones con nuestro hermano Kalbo, buches a
la cerveza, pereza para levantarse de la silla, y cosquillas que me hacía la
barbilla sin apurar, nos divertimos viendo en directo a tres tíos y una tía que
mezclaron el punk y el rockabilly como pudieron, le dieron al blues, repitieron
repertorio para alargarlo y se lo pasaron tocando, aparentemente, mejor que nosotros
escuchándoles. De allí salimos a la lluvia, que permanecía agazapada para
atacar luego, y subimos al barrio justo cuando el toro de fuego aparecía por la
plaza. Nos marchamos a tomar un zurito, huyendo de las chispas.
Gris Perla es un color y los colores, como dice el refranero, están
hechos para gustos. Por lo que se veía y sentía por allí, el grupo vizcaíno fue
del gusto de mucha peña que, como yo, frisaba la juventud por los años finales
del siglo pasado. La gente aún se acordaba de las canciones y las coreaban sin
reparo. Yo mismo, por qué no confesarlo, recordaba muchas, y, de hecho,
aproveché que tenía a Bustinza al lado, siempre dispuesto a prestar su oreja,
para contarle que aún me acordaba de la última vez que les vi en directo; otra
vida, otro Holden, también con lluvia, fiestas de julio en una villa pesquera
de la margen izquierda, y nadie bailaba delante del escenario excepto el que
esto escribe y sus colegas, que llevaban todo el día celebrando por lo alto el
día grande de las fiestas que fueran y agradecíamos la lluvia para rebajar los
grados que llevábamos acumulados en la sangre. Patiné y me esmorré, que aunque me lo subraye en rojo el autocorrector, es un verbo y es un verbo que duele cuando va en primera persona, sea del indicativo o no. Por lo demás, el concierto dio de
sí lo que se podía esperar, tappings a espuertas, punteos cada dos por tres,
guitarristas y bajista en fila india compartiendo la agonía de los acordes,
estribillos dulces y ese juego melódico en la frontera entre el heavy, el pop y
el rock más accesible. Platicaron, hicieron chistes, buenos y malos, protozoos
y protozoas, tocaron los clásicos, cerraron con “Siempre gris”, abusaron de las
rimas, y a mí me hizo torcer una sonrisa que “Corazón de metal”, aunque fuera
escrita hace tantos años, aún se pueda escuchar como algo actual y, al mismo
tiempo, parezca cosa de otra época.
Salieron después
los Manifa, que habían aparecido
antes por El Tubo, lo que habla bien de ellos, y desde el principio dejaron
claro que habían venido a darlo todo y que sabían cómo hacerlo. Sin aspavientos,
sin tenerle miedo al viento y la lluvia, sin medias tintas, presentaron una buena colección de
canciones que tienen lo que siempre se le ha pedido al punk por estos lares: sencillez pero
contundencia, letras bien trenzadas y con fondo. La que yo tenía al lado, que
es alguien en quien confío para esto de la música y para todo lo que no tiene
nada que ver con ella, no dejaba de repetir su entusiasmo y sorpresa. Y suele
ser difícil convencerla. Manifa la convencieron, creo yo, porque saben hacer muy bien lo que
hacen, sin pretensiones de ser lo que no quieren ser, y además tienen mordiente
y determinación para usar el humor y llenar los versos de argumentos que, al
menos, te hacen pensar. “Cristales rotos”, “El gran circo del rock and roll”,
la del viñarock, como decían por allí, y las que no son del viñarock... No hubo bajón. Hablaron
y cantaron de la rutina, la vida, lo divino y lo profano, todo bien practicado
y con un vocalista que tiene tablas, un garrote que da miedo, buenos
movimientos, y esa voz perfecta para el punk que entona las opiniones como si
fueran eslóganes en las paredes. Sonó mucho el bombo y poco el guitarrista principal,
que es uno de los grandes secretos de esta banda, pero aún y así, sonaron bien
y siguen sonando hoy, que nos hemos despertado repitiendo de memoria a silbos
algunos de los riffs. Fueron los triunfadores de una noche que nos recordó que
el barrio y lo que hace la gente de barrio es tan trascendente e importante
como cualquier lección que puedas aprender en la universidad o en los libros de
autoayuda que no sirven para una mierda. Resumen: no persigas sueños como te dicen en los vídeos de motivación virales, dedícate a conseguir que la realidad sea mejor y más justa.
La música te ayudará, créeme.
Por supuesto,
voy a terminar aplaudiendo hasta con las orejas a los culpables de que exista el
Rock’n’tegi. Ya van unos cuantos
años y cada uno de ellos los hemos disfrutando. Y seguiremos haciéndolo. Les voy
a poner nombre para ver si así Mikel se acuerda de darme la pegatina que me
prometió y Jabito me consigue una camiseta. Todo sea por el barrio, que merece
la pena. Visitar las montañas más altas, descubrir los lugares más inhóspitos,
conocer a gente nueva, aprender otros idiomas, tener muchas experiencias es
algo cojonudo, pero empieza por casa, porque mirarse el ombligo es una puta
chorrada, pero el ombligo existe y, al fin y al cabo, hay que cuidarlo, que por
ahí empezamos comiendo todos, hasta Harry Dean Stanton (descanse en paz).
Posdata: Diez minutos, tú, llevo aquí, mirándole la nuca a la barrita en blanco donde tengo que escribirle el título a esto. No se me ocurre ni una sola cosa. Tútecrees. Paso, no valgo para esto. Hoy, no, no tengo paciencia. Voy a poner el título más sinsorgo que se me ocurre, el único que se me ha ocurrido y ya está, a hundir reputación, que eso sí que se me da bien.
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