Fiasco Review!: Kinki Girl de The Ribbons



Las botas rojas llevan acompañándome, en el asiento del copiloto, desde hace dos meses. Ya era hora de que glosáramos aquí el primer disco de The Ribbons. Voy a patentar, por cierto, esta forma de escribir un blog: tengo hora y poco de volante para llegar al curro, perfecto para escuchar un disco entero y, cuando aparcas, ponerte a pensar en él, aprovechar la resonancia de los setenta kilómetros para dejar macerar las ideas en la cabeza. Con el Kinki Girl, además, dado su minutaje, me daba tiempo hasta para volver a empezar antes de llegar a la capital. Un par de meses, eso sí, calcula, significan muchas escuchas y, de la primera a la última, poco ha cambiado: porque este disco no te cambiará la vida, pocos lo hacen, pero, al menos, la hará más estimulante, aunque solo sea durante unos minutos. 

Son nueve canciones y un reprise que no dejan lugar a dudas. Ocho de esas canciones están cantadas en inglés; la otra, que, curiosamente, da nombre al disco y en el título no hay cambio lingüístico, la escribieron en castellano. Sigue la línea de su ep "Jelly Movement", del que, por cierto, solo se ha caído una. Las letras, en general, son carnosas, revoltosas y licenciosas, casi voluptuosas, es decir, sin diccionarios de sinónimos: hablan de bailar, de pintalabios, irse de fiesta, de cosas que se tocan, se beben, se acarician, se sufren y se disfrutan... Se aprende con la resaca. Pero también te encuentras, si miras bien, historias más profundas, con más gravedad o con un humor expresivo: asuntos de familia, viejos amigos, los oscuros sentimientos que aparecen debajo de una bragueta o al final de una barra de bar. Por lo general, de todas formas, lo importante en este disco es el contraste entre la música y la letra o, entre la misma música y la catálisis eléctrica que te provoca.

Porque, y vamos a ello, les ha salido un disco impetuoso, enérgico y visceral, donde la parte instrumental y la vocal se alinean con simetría para dibujar sin que les tiemble el pulso el retrato de su propio directo, igual de orgánico y aguerrido. Me están saliendo los adjetivos igual que a ellos les salen los riffs de guitarra, lo sé, como si, en lugar de respirar, necesitásemos solo eso para sobrevivir y nutrirnos bien. Y precisamente riffs hay tantos que no hay canción que no venga alicatada hasta arriba de ellos. Los usan de apertura, de columna vertebral y de coda. Van por la canción como leucocitos por la médula ósea. 

A mí, The Ribbons me suenan a los 90 pero sin nostalgia, a power pop vitamínico y atarantado, con una voz que desciende hasta las vísceras para cantar, a veces, abandonando la dicción y abrazando el arrebato melódico. Suenan a réplica contagiosa y hedonista, a la música entendida como alegría de vivir porque bailar, muchas veces, es la respuesta más sensata a la estupidez más genérica y a nuestras vilezas más automatizadas. Por eso, quizás, no me gustan los descansos que se pillan en el medio, en un par de canciones, para pasar al apóstrofe o algo así. Me corta el rollo, pero bueno, tampoco es para tanto.

Además, hay algo más de bocabuena, que decía mi abuela. Lo que se encuentra luego, si buscas. Porque, desde el primer corte, el disco parece una colección de canciones directas e instantáneas, de estribillos pegadizos y guitarrazos enardecidos, de garaje quinqui y díscolo, pero hay que llegar al final para encontrarle la guinda al pastel. "Creature", por ejemplo, es más sutil, tiene una contundencia más simple, pero el sosiego de la voz y la descomposición del riff que abre la canción (no me preguntes por qué pero me recuerda al de "Molly Chambers" de Kings of Leon), abren nuevos niveles de complejidad, una fuerza no tan directa pero quizás más sugerente. Algo parecido podría decir de "Test Tube Boy", que cierra el disco, pero bastante he dicho ya. 

The Ribbons salieron de Malamuerte Estudios consiguiendo algo que no sé si buscarían o no, pero que han logrado con creces. Todo el brío y el vigor que demuestran en directo también está bien empaquetado aquí dentro. No parecía cosa fácil, teniendo que hacer equilibrios entre los coros, las frases instrumentales, una base rítmica con mucho protagonismo y la personalidad de la voz principal. Pero ahí está, niquelado en nueve cortes que podrían, perfectamente, ser las líneas criptográficas del chip de su documento de identidad electrónico(-musical). 

Comentarios