Trabajo de Pablo Gallo para el ep Brussels.dream de David Murders |
Espera, ¿cuándo entró España en la Unión Europea? Hace
como treinta años, ¿no? Yo tendría diez, o así. Por entonces, en mi barrio, que
era una calle muy larga con mucho tráfico, si conocíamos Bruselas, no era por
la política sino por las coles. Quién cojones vivía en aquella ciudad, joder.
¿A quién se les ocurrió plantar eso y cocinarlo después? Armas letales para
madres dispuestas a vengarse de niños traviesos.
De sueños, sabíamos muy poco.
Hace unos años visitamos la ciudad. Recuerdo el mercado
de Les Marolles. Mi amiga se compró una cuña de queso e iba comiéndosela por el
camino. Fuimos por una calle llena de restaurantes asturianos. En un mercadillo,
alguien vendía postales pornográficas decimonónicas. O pretendidamente
decimonónicas. Entramos en un bar que daba a la plaza y, desde la ventana,
veíamos a los belgas vivir mientras nos bebíamos su cerveza. Las patatas fritas
no eran para tanto.
De sueños, entonces, ya sabíamos algo más.
Supongo que, en el futuro, a toda esa retahíla de vagas
asociaciones personales con la capital de la Unión Europea, deberé añadirle el
primer EP de David Murders, Brussels.dream
(de ahí lo de los sueños, también). Cinco canciones reunidas en torno a un
título que evoca lo mismo el tormento gastronómico de aquellas verduras
hervidas, la asimetría de la Grand-Place, el exhibicionismo inocente del
Manneken Pis o la historia política, cultural y social de la vieja y jodida
prostituta, como cantaba La Polla Records. Tiene el disco ese aire cosmopolita
de la Europa moderna de mercados libres, leyes Bosman, flujos migratorios y
reciclaje de bicicletas, pero con la mirada particular y expansiva de un David
Murders que lleva tiempo contando cosas interesantes aunque, a veces, cueste
entenderle si lo que pretendes es que te lo den trillado y masticado.
Este bilbaíno al que no se le puede categorizar solo como
músico ya había pasado por aquellos Newhell Citizens que salían en el Viernes Evasión o, más recientemente, en
Horses of Disaster. A los últimos, los vimos en directo en el Edaska y nuestro
protagonista de hoy era, en aquella ocasión, bajista, aunque él ande por los
190 centímetros de altura (un dato irrelevante que no debería estar en esta
entrada pero no sabía cómo cerrar la frase de manera ingeniosa y ahora voy y lo
explico, así que queda peor. Bien, sigamos). De los primeros, aún recuerdo
aquel reportaje en el ya mencionado suplemento de El Correo que pasó a mejor vida hace mucho tiempo: alguien me pidió
prestada la maqueta y ya no la he vuelto a ver.
Murders, en cualquier caso, es, además, polifacético y
versátil, siempre y cuando hablemos de letras, acordes y discordias: poesía,
narrativa, canciones, ironías y demás reflexiones. Ahora, ha vuelto a la música
y enreda en las redes, pero antes fue el papel y la pluma. Publicó Dedo d, un poemario de tapas rojas que
contenía una ideología más subversiva y tentadora que la que aleccionaba aquel
otro libro rojo tan famoso. Después vino Terrorizer,
que se editó en formato single y contenía pringue del bueno, narrativa en
algarada y atronadora. Aún hoy en día, si hay tormenta y mi hija se desvela, en
lugar de cantarle una nana le recito el “Homenaje a Dave Lombardo”. Su poesía
siempre me ha parecido una búsqueda sincera y apasionada en pos de la musicalidad
del lenguaje: ejercicios de prosodia con buzo de currela. Probablemente sea uno
de los poetas actuales que más ha acercado música y poesía sin que la balanza venza
para uno u otro lado.
Y, ahora, sin avisar, coge y regresa a la música para
mirar hacia delante más que hacia atrás. Brussels.dream
es, como decía, su primer EP en solitario. Aunque ha tenido ayuda, claro: el
disco contiene las guitarras de Sergio Llanos en tres cortes y del propio
Murders en todas; percusiones al natural de Víctor Mardaras y programadas por
el titulante; sintetizadores; y Murders, de nuevo, al bajo y las voces. Las
letras son suyas.
Le ha salido una obra de cantautor que, en realidad, no
lo es: inspiración belga para unas letras más universales y evocadoras. A mí,
salvando las distancias, vayamos al grano, me recuerda a Rafael Berrio, Nacho
Vegas, Corcobado con el Inquilino Comunista haciéndole de banda; Gene Clark
puesto de ácido, mientras lee flipado una novela de Philip J. Dick; T-Bone
Burnett, después de una noche de gaupasa, tatuándose el careto de Baudelaire en
el pecho mientras, de fondo, se escucha a Ministry versioneando a Roxy Music. Así
ma’dejao.
“Black Beauties in Belgium” tiene un contrachapado funk,
con guitarras nítidas y un embozo oscuro e inquietante para cerrar cada
estrofa. Sobre una estructura linear, pero con un aire ascendente, la canción
es hipnótica y reverberante, gracias a una voz subterránea con un eco sugerente.
Una canción perfecta para discotecas afterhour en noches que parezcan una
novela de iniciación con protagonista cuarentón. “Brussels.dream” se mantiene
sobre una batería pregrabada, donde las guitarras juegan al hinque. Me recuerda
al Nacho Vegas más agónico y violento, el de “Baby Cat Face”, pero tiene un
aire ochentero que entierra esa oscuridad visceral. La voz de Murders parece
temblar, vulnerable, confiándose a la esperanza que infunde un preciso y
precioso riff de guitarra. “El Jordán” es un largo acústico con aire desértico
y penetrante, como manteniendo un inquietante misterio, una historia narrada a
base de notas de una fuerza acuciante. “Prostituta Callejera” tiene el mismo
aire hipnótico con guitarras tersas y una voz que se arrastra y fascina, se
balancea sobre unas cuerdas hondas y reveladoras. “No faith in me, no
possibility of something neat, you’re beautiful but you’re so down”, canta y suena
a frase lapidaria que, si la escuchas a los dieciséis, te sientes identificado,
capaz de superar la mierda adolescente que te consume para verte más guapo y
listo que los estúpidos que te lanzan chanzas. A edad más madura, también
funciona, pero con un aire a concordia melancólica que resulta más verídico y
realista aún. Y, finalmente, “The Crying Girl” me recuerda a una balada del indie
de los 90, con una batería rotunda, con mucha reverberación. Y entra esa voz en
castellano rollo postpunk desconsolado de local de ensayo. Suena a los discos
de Dead Moon mal grabados: el riff pegado al estribillo recuerda aún más a los
de Portland pero como pinchados a menos revoluciones. Punk vertebrado, con aire
indie de los noventa, como en el pasaje instrumental del final que suena a unos
Pixies compungidos y de resaca.
Lo próximo, digo yo, será el directo, donde creo que
Murders se dejará acompañar por Melena Simone (Los Plomos, Villapellejos) a los
teclados. Esperamos ser testigo de ello y describirlo sin abusar tanto de los
adjetivos, que me he puesto a contar los que he escrito en este texto, y si
fueran parné, ya era rico. Por cierto, que también al volver a leerlo me he
dado cuenta de que no me entiendo: sé lo que quiero decir, pero… Como la vida
misma; aquí, en Bruselas y en la Conchinchina.
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