Ser o no ser punk...



Esa es la cuestión... y no esta. Te voy a contar un secreto aunque igual no proceda: después de casi una decena de años currando en el mismo sitio, hace unos pocos, me puse a dejar constancia de que aquí, curro yo. Un día entré al despacho de un compañero y vi que había colgado un poster de Jon Spencer Blues Explosion. Entonces, me dije: "pon tu algo, joder." Y lo hice. Escondida detrás de la impresora, que solo lo veo yo, tengo fotos de la familia, de la gente que quiero. Y cuando veo que no llego, que me va a dar un pampurrio, les miro. Pero a la vista de todo el mundo, empecé a colgar cosas que, de alguna manera, identifican que, aunque sea de prestado, esa habitación es mía porque las horas que me dejo dentro de ella son parte de mi vida. 
Tengo un poster de un concierto de The Delta Saints porque me gusta y porque el concierto lo organizó un amigo. Tengo otro póster de un concierto de The Delines porque no estuve allí pero sí el amigo que me lo regaló, y subido al escenario. Tengo tres folios doblados, medio rotos, pegados en un esquina del armario con celofán. En uno está la letra del "Highway 69" de Bruce Springsteen mecanografiada y unas notas a boli en cada verso. Los tíos que las escribieron la cantaron en acústico y en directo y aquella experiencia fue muy importante para mí. Las otras dos hojas son setlists, del concierto de Los Plomos en El Cuervo, Barakaldo, durante las fiestas del pueblo y del que dieron The Ribbons en el Panorama Pub en Septiembre de 2016. También hay un poster en blanco y negro que yo mismo hice para anunciar el primer concierto de Toni Monserrat en la ciudad y justo encima de ese hay un puñado de pegatinas y un collage de un artista con montajes coloridos que hablan de Berlín con cierta ironía y arte. La compramos cuando I y yo visitamos Berlín y apareció Tacheles y nos quedamos tan impresionados que, entre esas pegatinas de las que hablaba, hay una que dice "I support Tacheles" aunque, creo, ya no tenga mucho sentido. Está justo encima de una entrada de un concierto de Atom Rhumba. A la izquierda, hay una foto en blanco y negro de Jualma y Josu Eskorbuto saludando a la cámara y, justo encima, una pegatina muy reciente de El Tubo, con la fachada de otro bar histórico, el CBGB de fondo. Y, junto a esta, otras dos pegatinas: una de Porco Bravo y otra de Tiparrakers. Las dos en amarillo y negro. Los colores del pueblo. 
El otro día me di la vuelta y miré todo esto. 
"A dónde vas tú, pringao," murmuré. Como estaba solo, solo me escuché yo, y no supe qué contestar. Pero sí que intenté pensar (y mejor no lo hubiera hecho porque suelo tener muy mala ostia conmigo mismo cuando pienso): "vas de punk, y tú tienes de punk lo que yo tengo de mod." Esto de hablar con uno mismo y discernir dos egos es peligroso, pero bueno, razón no le faltaba a uno de mis yos: yo de punk quizás tenga poco, y de mod menos, pero el punk, como ya dije una vez, son cuatro letras que abarcan mucho y definen muy poco. No sé si soy punk, pero crecí en un pueblo donde una de las formas de madurar y aprender que te encontrabas por la calle venía encarnada por lo que parecía significar eso, fuera lo que fuera. Y aunque yo siempre haya sido de esos que parecen no encajar del todo en ningún sitio, me dejé querer. Aún hoy en día, de vez en cuando, sucede que me encuentro viviendo otro capítulo de mi historia personal, por lo demás, muy parecida a la de cualquiera de vosotros, y resulta que vuelven a la punta de la lengua esas cuatro letras que puestas en fila pinchan, aunque solo sea por el filo afilado de esa k.

Este sábado, en Portugalete, ocurrió eso. Y he empezado a contarlo con todo esta larga y desaguisada perorata personal porque, la verdad, no sabía muy bien como contarlo y tiraba para delante sin saber si iba a algún lado. Pero hemos llegado, aunque haya sido de bruces. 
El sábado llegué al Arana por error, lo confienso, y me encontré con medio pueblo y me topé con que había concierto. Fue un concierto donde la música demostró que tiene una materialidad que supera lo armónico, lo rítmico, lo polifónico. La música también es carne, ejecución, masa y alma. Un momento que pasa, y pasa rápido. Espontaneidad, teatro, drama, comedia, apariencia. Una emoción que se convierte en un diálogo físico y afectivo con el público: la expresividad del que canta, la yugular hinchada, los baquetazos sobre el parche, la progresión de acordes, pero también los silencios, el pogo, el pisotón en la pedalera, las vigas de madera del local, la cerveza que se derrama, las conversaciones que vienen después. Todo eso es punk también. Y música. Así que si un batería se enfada con su cantante porque se sube al bombo y después triunfa el amor... que le den, qué ostias te voy a contar yo sobre las canciones cuando lo que hubo ayer fue eso a lo que realmente llamamos música: todo. Las canciones y el resto: lo que se toca, lo que se suda, lo que se palpa, lo que se siente en la entrepierna y en el fondo del pecho. Todo: antes, durante y después. 
Los Chulería, por ejemplo, salieron los primeros. Son cinco. Cantan a dúo dos que pasan del alarido a la copla porque la vida es conversación y a veces ni así nos entendemos. Sus canciones vienen a decirnos eso, que aunque pongamos la otra mejilla, siempre vamos a acabar devolviendo el golpe. A golpe de un ritmo sólido escriben ellos sus canciones. La base rítmica es como el primer escalón de una escalera, sin él, no vale de nada el resto. Tiene peso en la escalera una baterista que se sabe el fundamento de los ritmos primitivos y además golpea con eficacia. Haciéndole de escolta, un bajista preciso y un guitarrista sin arabescos, de los que suman. Al final de la escalera, los dos vocalistas, que la bajan con el mismo arte dramático que el carrito del Acorazado Potemkin, pero como si el bebé fuera armado y devolviendo las balas. Petaron así el bar, superando los problemas técnicos y demostrando que van ganando empaque poco a poco, con un estilo que si algún día pudiera existir algo así sería como la prehistoria del rapcore de la margen izquierda. Seguidos, de postre, y con menos público en el garito, aparecieron unos Tiparrakers desatados que desde el primer tema fueron al grano y a la yugular, a estamparse contra el público como si fuera una demostración de punkour, punk y parkour (y explicar chistes malos es lo peor que me podía pasar hoy). Los Tipa son de otro mundo y no porque vengan de la ciudad higienizada o conduzcan un DeLorean DMC-12, si no porque, sinceramente, creo que son una de esas bandas que te enseñan lo que le sobra a la música para quedarse exactamente en lo más puro y auténtico. El sábado estuvieron por encima de ellos mismos para demostrar lo que hemos dicho antes: que todo es víscera como es música y que esta es vida... como la vida misma. 
Quizás por ello tengo una pegatina de ellos en una esquina del armario. No sé yo si eso me hace ser punk pero, por ellos, y por mi otro yo, me hacía mod. Como hoy le he leído a uno que sabe de esto y se le echa de menos en los conciertos: "eso es lo que pasa con un concierto de punk-rock, que sabes cómo empieza pero no como termina". Pero si termina triunfando el amor, mejor. 

Posdata: foto robada del facebook de los Tiparrakers. No sé de quién es, le pido perdón por el robo a mano armada. Y voy a robar esta y no otras porque... esto lo leen niños. O adultos que son como niños.

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