Mercredi á le Tube



Los King Kong Blues estaban fuera de El Tubo, hablando de lo suyo, que como lo hacían en francés, no sé muy bien lo que era. Yo también salí a la calle, al fresco, charlando con este, con el otro, y diciéndome a mí mismo que esa primera cerveza fresca no la iba a superar ninguna de las que me tomaría luego.
Me tomé pocas, pero suficientes; la última acompañada de disculpa: así cambiaba dinero y me compraba el disco.
Un cisco montaron estos, y, aunque era miércoles, nos juntamos unos pocos. 
En la primera canción, el cantante y guitarrista ya se había lanzado de la tarima, como para probar el agua, y aún no estaba tibia, así que se volvió a subir. Lo que no perdió fue el empeño, subido o no a la peana, y siguió cantándole al micrófono como yo pido socorro si me dejas solo en el probador del Zara. 
Tienen por identidad una fuerza y energía que, en mi opinión, no trasladan del todo en el disco. 
En el Tubo sonaron más sucios, más a la yugular, con un rock and roll puro y duro que, en ocasiones, sonaba a punk de tugurio, buena mezcla. Si no me confundo, cantaron esa de "King of the Clowns", que no es una versión de Neil Sedaka, pero a Mikel Tuca Raca y a un servidor nos recordó casi que hasta a los Toy Dolls. 
Hicieron homenaje a Chuck Berry, se dirigieron en castellano a los presentes, les obligaron a un par de bises, y, por el medio, dejaron lo que ya he dicho, rock and roll salvaje ("Le Train", por ejemplo), más cercano al punk que al blues casi, y, a veces, incluso cierta inflexión (en la forma de vocalizar o de rapear las melodías) que recordaba a los primeros proyectos de Fermín Muguruza ("Je Suis Athée", por ejemplo).
Se había dicho que iban de Robert Johnson a Jon Spencer Blues Explosion, pero, la verdad, yo creo que, aunque mencionaron a Willie Dixon, y en algunas canciones recordaban al blues más pulido y entreverado de la actualidad (digamos que Black Keys, Jack White, The Delta Saints y cosas así), quizás por el contexto y el contorno, yo los disfruté más alejados que cercanos a todo esto. 
Pero los disfruté, déjame que lo diga a pelo, porque técnicamente son buenos (dos guitarras y un batería y no echas de menos al bajista), no dejaron hueco para el aburrimiento (ibas de una guitarra a la otra sin saber qué punteo se sobreponía) y porque, además, aunque no les entiendas cuando hablan en francés, la letra te entra como si el código morse fuera un lenguaje hecho a base de descargas directas de adrenalina. 
Yo, que estaba muy cerca de la primera fila, no me moví mucho, pero es que yo soy así. Moví el cuello y los tobillos en varias ocasiones, y, si la cosa dura un par de cervezas más, igual hasta muevo la cintura y todo. 
No sé por qué se llaman King Kong Blues. No sé si es por el libro de aquel autor de ciencia ficción sueco o por esa bonita historia sobre la canción que cantaba su compatriota Marianne Oswald hace más de sesenta años. Decían que la letra era de Langston Hughes, que era un poema que el de Harlem escribió en una ocasión en una servilleta de un club en St. Germain y que hacía referencia a un fuerte cóctel de color azul porque llevaba curaçao. El poema nunca se publicó, no se puede leer en los libros de Hughes y solo queda la grabación de Oswald. Yo nunca seré capaz de escribir algo tan sencillamente conmovedor como lo que escribía Hughes, que consiguió describir el blues y el jazz en su poesía con la misma facilidad con la que yo encuentro disculpas para pedir otra cerveza. Pero, algún día, voy a hacer el experimento. Voy a dejar escrita una de estas entradas (si entra, no te jode, jaja, qué chispa) en una servilleta en El Tubo, a ver si aparece un grupo, se la encuentra, y canta con ella una nana trash-metal con mucho perreo. 
Los de Bordeaux siguen de gira, una gira a la que han llamado "A tumba abierta". Cuelgo el cartel para que queden ahí las fechas. Ves que, si quieres, aún puedes cogerles de vuelta y verlos en Elorrio y Durango. Tú mismo... avec votre organisme.
 

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