Título: Señales de humo
Banda: Tiparrakers
Publicación: 29 de Diciembre de 2016
Discográfica: Tiparrekords
Si
ellos han hecho un disco con 20 minutos, yo seré capaz de escribir esto en 500
palabras. Pero me propongo ir canción por canción, y son ocho, así que a ver
cómo se me da recortar y comprimir.
“No
comprendo” abre el disco y la canción la abren guitarras en primer plano a las
que siguen una batería insistente. Cantan el estribillo masticando las sílabas.
Es una canción con cambios bruscos, más de uno. Tiene un riff escondido que
sube y baja: es desconcertante pero cuando desconcertante es apetitoso. “Quien
es quien”, por las referencias nativas, se entendería como el single del disco
si esta fuera una banda de singles, que no lo es. Las guitarras empiezan puestas
de peyote para no parar ni cuando se reposan como si fueran un motor al ralentí.
Apabullante línea de bajo a la mitad en una canción que contiene una pregunta
más complicada de lo que parece: al cantar el estribillo en primera persona
invita a leerlo como algo más que una reivindicación de lo nativo. Aún hoy hay
destinos manifiestos y los mitos que crearon el Oeste Americano y, por ende,
una nación sustentada en los mismos, se perpetúan en lugares tan lejanos como nuestro
propio barrio, repitiendo las mismas injusticias. “Qué aguante” dura un minuto.
El fraseo y la guitarra me recuerdan a Motorhead. El ritmo binario, primario de
la batería te muele a baquetazos. “Triángulo, cuadrado, rombo”, con un ritmo
que engancha y un fondo inquietante, obra de una línea de bajo encubierta, es
una de esas canciones que puede dar un vuelco a la carrera de un grupo, sin portazos.
Contiene fresco el secreto de esta banda: la voz irrebatible, la guitarra llena
de detalles, el bajo sibilino y la batería que pasa de los parches a los platillos
con soltura. Todo esto bien combinado con una letra enigmática pero comprensible,
diciendo las cosas directamente con imágenes poderosas: nos definen desde
infantes (las figuras geométricas con las que juegan los niños y te enseñan a
encajarlas, ¡encaja!), con esa referencia al amor como ardid (flores) y a la
molicie más consumista (moldes de pasteles) para terminar reivindicando el
riesgo y la derrota como apuesta de vida: mola la avalancha. Una joya. “Marcha
y muere” es una canción más plana pero mantiene
esa manera tan insurrecta de hacer los puentes como en descenso. “8 días” es
otra que sigue un patrón más clásico, incluso en las letras. “Cebo vivo” tiene
un riff que se clava en el espinazo y un anti-estribillo marca de la casa. Finalmente,
“Ciudad higienizada” queda hasta larga (2:52): la batería reposa, la guitarra
se inflama con aire eléctrico. Quizás la letra supera a la música.
Agoté
las palabras, así que pongo un telegrama y ya insistiré luego: los discos
buenos son los que se escuchan fácil pero, en cada ocasión, descubres algo que
se te pasó antes. Eso pasa aquí, y, aún así, me queda la sensación de que es el
prolegómeno de algo mejor.
Número de palabras: 500 (aún no me explico cómo).
Escrito milagrosamente, en un bar de carretera, mientras me espera una tarde insoportable y la gripe cruje los cimientos de mi casa. Así que, es lo que hay.
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