El resto de las vísceras de mi cuerpo le están sacando cantares al hígado. Le han puesto un mote: Higadonov, le llaman, porque dicen que trabaja más que Aleksei Stajanov, ya sabes, el primer estajanovista de la historia. Esta mañana me he asomado a la ventana y casi no me entraba la cabeza por el marco del clavo que me salía por la sien izquierda. En el horizonte, más allá de las laderas del parque de Urkullu, veía cómo amenazaba resaca, nubes gordas como grajeas gigantescas de ibuprofeno, que es lo que he desayunado por prescripción facultativa.
Llámame weak si quieres que me voy a echar un leak. Creo que aún me duran los efectos del bocata beiconqueso.
He salido de casa con las manos en los bolsillos y aún no las he sacado de ahí. ¿Cómo tecleo entonces? Uso la técnica de Uri Geller y voy doblando teclas. Tengo más chorradas listas y preparadas para hacer eterna esta entrada y confesar mi trastorno, pero mejor me paro, no divago más y voy al grano que me está costando tanto como a ellos les costó llegar desde Madrid:
Sí, pero llegaron. Llegaron, enchufaron, el cantante se cagó en la providencia y a tocar. Cincuenta minutos sin descanso, sin probar sonido, sin tiempo de estirar las piernas ni echar un pis. Empezaron sonando desastrosos, a local de ensayo insonorizado con hueveras del Eroski y acabaron haciéndolo como habrían sonado, seguro, si hubieran llegado con tiempo de situarse y calentar: bien ajustados, rotundos y precisos. Lástima que se terminara pero hay que reconocer que Eterno Trastorno hicieron ayer música en directo con el mismo riesgo que Phillippe Petit tomó para cruzar el vacío de las Torres Gemelas. Es de ponerse a aplaudir y quedarse solo haciéndolo cuando ves a unos tíos que llegan con la lengua fuera, sueltan el cable y se arrancan sin preliminares para ir pillando tanto tiento que al final demostraron que no es el afinamiento lo que demuestra la entereza de una banda, es más bien esa inercia que te permite ir cogiéndole rumbo al asunto para acabar yendo por la dirección correcta. Así consiguieron alegrar al personal con canciones que aquí, como ya he dicho antes, creo, nos suenan al himno del país del que somos ciudadanos por voluntad propia y por nacimiento: punk que admite etiquetas que lo compliquen, sin ostias rebuscadas y postizas. Así se repasaron su último disco, Entropía, más alguna más antigua y se despidieron casi como se presentaron, para luego quedarse por allí a platicar, brindar y recuperar el resuello.
Yo me ataba una manta al cuello, me lanzaba desde un quinto y creo que volaba y todo. Hoy vuelo, seguro. Si no, explícame cómo puedo tener el cerebro tan esponjoso que parezco el trasero de SpongeBob SquarePants. Y después de mencionar a una estrella de Nickelodeon, creo que puedo retirarme a mi propia tragedia e intentar contar enzimas que metabolizan.
Posdata: La fotografía la he tomado de su propio facebook y pido perdón por ello. Si quieren que la retire, lo hago encantado, pero me pareció que ilustraba bien la entrada. Y ya que he escrito posdata aquí, aprovecho y sin que sirva de precedente voy a ser oscuro pero contundente para lanzarles un abrazo enorme y un beso muy gordo a N y D, D y N, porque se lo merecen y porque me apetece un montón.
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