La gula y la gaupasa (de los dioses)



El concierto de The Northagirres tuvo lugar el Domingo 4 de Septiembre, a eso de la una y pico del mediodía, en el Satélite T de Bilbao. 
Ahora mismo son las 23:25 del Jueves 8 de Septiembre. 
Es decir, más o menos, han pasado algo más de 100 horas desde que terminó el concierto. Cuatro días, joder. Y ésta es la mierda que tenía escrita hasta ahora:

Cuando Klaus Kinski era Lope de Aguirre, le movía la ira, la ira de los dioses. A mí, personalmente, cuando me fui el domingo a ver a los Northagirres, me movía la gula, no sé si la de los dioses, pero era hambre y voraz lo que tenía y me movía: glotonería musical, voracidad libadora y avidez gastronómica. De todas, afortunadamente, me quedé saciado. Me atiborré, si te digo la verdad. Tanto que, al día siguiente, entendí lo que decía un viejo amigo mío cuando analizaba amargamente sus resacas: que hay de dos tipos. Las que se curan con Alka-Seltzer o bicarbonato y las que solo se curan con el tiempo porque más que el malestar que producen las sustancias congéneres del alcohol, lo que de verdad te reconcome es la colección de chorradas que pudiste decir. Y la conciencia duele más que la cefalea.
Había pasado mucho tiempo desde el último concierto, el de Diablo Cuney. Había pasado un verano en el que la cerveza fue siempre cervecita, de las que te tomas antes de ir a comer, incluso con un plato de aceitunas al lado. Había pasado en ayunas todo el mes de agosto, sin más música en directo que aquel día en Santanyi cuando escuché durante cinco minutos a un músico callejero. Mucho tiempo. Así que, el domingo pasado, en el Satélite T, me supo a néctar la primera y la última. Hablo de las cañas. Pero también la música, toda: desde que Txarly pinchó el "Keep the Goal" de Giuda hasta que los Northagirres cerraron su concierto con el "Viva Las Vegas" de Elvis Presley. Por supuesto, no todo lo que se escuchó sonó a gloria porque yo tuviera mono, así que mejor dejo de hablar de mí y paso directamente del lamento al talento para hablar de otros, de unos que, probablemente, en el futuro, no sean capaces de inventarse un hit como el "Gernikako Arbola" de su vecino José María Iparragirre pero ni falta que les va a hacer.
No les va a hacer falta ningún hit para currarse un disco equilibrado y macizo (Down the Highway, 2015) o dar conciertos excitantes y estimulantes (Satélite T, Bilbao, 28 de Agosto y 4 de Septiembre). Eso es, no les va a hacer falta porque ya lo han hecho. Yo el primero de los dos conciertos consecutivos que dieron en Bilbao, me lo perdí, y llegué al segundo sin tener todo el disco escuchado, no como Manu el Gallego, que apareció por allí cuando los Northagirres abrían su concierto con "38 Latigazos" y se tarareó la canción con tanto ímpetu y buena memoria que uno que estaba a mi lado le dijo a su colega: "Esta me suena, ¿no es de ellos, verdad?" Pero sí que es, es la que abre Down the Highway y la que muchos esgrimiríamos para apostarlo todo al castellano, aunque ellos harán bien en pasarse por el forro cualquier opinión que tengamos nosotros. Sí hicieron versiones, que conste. Además del estándar festivo, ya mencionado, con el que cerraron, y que sirvió para hacer la conga, también versionearon, y bien, a Tom Petty y a los Jayhawks, si no me equivoco, además de algún otro que se me escapó porque no soy tan listo ni tengo tan buen oído...

Y ya... 
Y ya no puedo seguir escribiendo mucho más, de verdad. Ya no tiene sentido. No después de cuatro días escribiendo igual que iba escarbando el agujero Andy Dufresne detrás del póster de Raquel Welch. Llevo toda la semana tarareándome en silencio el estribillo de "Gaupasa" de Pleonakis Plektos: "Ya no aguanto una gaupasa..." Pero en lugar de gaupasa, cambiaba la palabra por otra que rimase: semana, entrada... 
Los Northagirres no tienen culpa ninguna. Los de Urretxu no llegaron ayer a esto del rock and roll y lo mejor es que mañana tiene toda la pinta de que seguirán estando igual que hoy. Los adverbios de tiempo no afectan a la energía y competencia de su música. Y no es solo porque sumen más guitarras, porque sumen más matices. Es porque siguen restándole artificio al rock and roll y sumándole nervio y urgencia. Lo dejó por escrito al día siguiente del concierto (cuando hay que hacerlo, no cuatro días después) uno que sabe de esto y con quien tuve la suerte de charlar un buen rato aquel día en compañía también de un tercero que tampoco andaba corto de conocimiento musical: que si fueran australianos nos dejaríamos los cuartos para verlos en directo. Pues sí, sin duda.
Pero no, no estoy bloqueado porque el concierto no me cautivara o inspirara. Más bien, lo contrario. Lo que me ha sitiado es el mismo enemigo que sufrimos todos y no nos quejamos tanto, ¿verdad? Todos subimos al andamio, bajamos a la mina o nos escondemos detrás de una barra, lo que pasa es que luego yo me vengo aquí y me creo que porque me gusta y me veo guapo en el reflejo voy a ser capaz de ponerme a escribir sobre música siempre que me apetezca. Pues, no. 
Me he pasado toda la semana buscándole una hora más a las veinticuatro que tenía el día y cuando venía aquí empezaba: Northagirres, Northagirres... Y yo solo me acordaba de Klaus Kinski con morrión, del cabrón de Joe Aguirre en Brokeback Mountain, de Mark Aguirre o de Iparragirre 46, en Bilbao, porque ahí está la Asociación de Diabéticos de Bizkaia, y hubo una temporada en la que solía quedar con un amigo allí mismo y luego nos íbamos de copas y aquel amigo fue el primero que me habló de los Hot Dogs! y yo recuerdo que le contesté: "Pues me está entrando hambre..." Y ya está. Eso es todo lo que se me ocurre a las 23:35 del Jueves 8 de Septiembre para terminar la entrada. 
Ah, por cierto, sí, este amigo era el mismo que hacía filosofía con sus resacas y, siempre, siempre, aparecía el lunes con una sonrisa cantando eso de "... destrozado llego a casa, yo soy un tonto del culo..." Eso, lo otro y rock and roll. 

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