Lo novedoso, quizás, fue que el concierto era al aire libre. Esto tiene su cosa. Se empezó con el cielo lucido, la luz vibrante y mucha gente alrededor. Se terminó justo cuando empezaba a llover y no hubo bises ni tiempo para sacar el paraguas. Entre la calma y la tormenta, los Southern Lights se dedicaron a hacer lo que saben: música, claro.
Con canciones ajenas y mucho virtuosismo, lo más llamativo es que hagan lo que hacen sin entrenamiento ni instrucción. Lo dijo Gonzalo Portugal en algún momento, que aquello era casi un ensayo. Tanto el batería Aritza Castro, protagonista del día incluso para sus compañeros, como el ya mencionado guitarrista y cantante, tienen otros proyectos. De hecho, luego nos chivaron que Last Fair Deal está a punto de sacar nuevo material y empezamos a segregar saliva y jugo gástrico. Además, el Rúa, bajista que faltaba por mencionar, tiene este próximo sábado la tarea de revivir a los Tupanca Corral, en un concierto que, probablemente, nos perderemos pero con dolor. Con tanto en la agenda, supongo que queda a cuenta del talento innato que sean capaces de ponerse ahí y no dejar en mal lugar a los músicos que versionearon, repasando blues, rock and roll y demás estándares de la música como si se tratara de una enciclopedia en tres d.
De hecho, y se me va a perdonar la expresión fuera de lugar, casi que dan asco de la facilidad con lo que lo hacen todo. Se les ve tan cómodos haciendo redobles y rasgando las cuerdas, que solo les falta ponerse las alpargatas y echar una cabezada. Creo que hubo pocos de los muchos que se reunieron junto a las escaleras del Eguzki (mira que no habrán visto cosas esos peldaños) que no compartieran, para la ocasión, una opinión positiva. Quizás faltó el desconcierto (tío, que palabra más mal traída), la salida de tono, el renglón torcido. Pero empiezo a pensar que yo tengo un problema espiritual con las cosas bien hechas; debería explorar mis memorias infantiles porque algún tipo de trauma debí adquirir con las manualidades en el colegio o algo así.
A parte de eso, un concierto al aire libre en una calle transitada tiene su aquel. La charanga que se para y toca jazz y, por un momento, Barakaldo se acerca lo más que puede al French Quarter. Aquel señor, con pintas de ser un emigrante de los de primera generación, que se puso a bailar y ya no paró. Un olé para él. Niñas adolescentes de pantalones mínimos que pasaban tapándose los oídos. Padres de familia que detenían a sus hijos aunque estos no estuvieran por la labor. Gente cansada que venía de trabajar y no tenían el cuerpo para carantoñas. Todos pasando por delante del power trío barakaldés como si estos fueran una televisión encendida en el fondo de un bar a la hora del vermú. Es la constatación de la multiplicidad y complejidad de la rutina urbana y de los ritmos modernos: no hay nada que detenga la fuerza de la realidad. Ni tan siquiera hay forma de quitarme de las manos el ordenador y que deje de escribir estas frases chorras que no dicen nada. Mejor me dedico al anecdotario, porque si hablamos de frases, de música, y de cómo participa la luz en un concierto al aire libre, dejadme que acabe con la frase del día, llena de música y de luz. Contexto: llega E tarde porque viene de currar y en esto que le pregunto y ella me contesta con tanta naturalidad que hasta los Southern Lights parecen parar al compás:
- ¿Has vendido muchas lámparas?
- Calla, estoy hasta el moño de iluminar vidas.
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