Voy a empezar por citar a James Baldwin y así ya voy enseñando mis vergüenzas. Pero es así. Creo que fue él quien dijo aquello de que escribía por la misma razón por la que el pez respira agua, porque lo necesitaba para vivir. Cuando ves a estos cinco sobre el escenario, te da la sensación de que están subidos ahí arriba tan cómodos como un íbice ibérico en un risco, o más bien, como un jabalí debajo de un chaparro repleto de bellotas. Es su hábitat.
Digamos que lo de ibérico viene a colación porque estábamos en Madrid, y por más cosas. Entre ellas que, a la mañana siguiente, mientras la gente corría 42 kilómetros por el centro de Madrid y nosotros arrastrábamos la maleta camino de la Avenida América, nos metimos primero en el bar Iberia y nos desayunamos con alegría castiza: café con leche, porras y vetustos camareros cabreados desde primera hora de la mañana mientras veían la vuelta de calentamiento en el circuito de Jerez. También porque, para hacerlo más bonito, le pusimos un círculo de masa de trigo y aceite a la experiencia, y, el día antes, antes de ver a Porco Bravo en directo desde la meseta central, nos merendamos unos churros con chocolate en un local de alcurnia y postín del centro de Madrid donde un camarero bien etiquetado celebró el gol de la victoria del Real Madrid sin perder la compostura del todo. Y habían ganado en el Teresa Rivero.
Y Manuel Pulleiro salió al escenario de la Sala Live de Carabanchel con la bandera en ristre y con la camiseta del Rayo Vallecano tapándole las heridas de Murcia, para luego celebrar que, en primera fila, se viera a gente llevando los colores del Barakaldo.
¿Lo ves? A veces, tiene lógica cómo escribo: digo porra, y tiro de ella hasta que se estira tanto que tiene sentido que haya dicho porra al principio. La mayoría de las veces me sale de churro y otras veces me sale porque yo también sé escribir entradas como otros escriben canciones, redondas como una rosca, con solidez, sin grietas, con branquias que me ayudan a utilizar el gas disuelto en el agua, igual que a James Baldwin le salían las palabras así de natural.
Puta madre, lo he encajado todo perfectamente, e incluso he escrito ya el nombre de la banda y de la sala, aunque aún, como siempre, no haya dicho nada sobre música.
Por razones laborales me vi el viernes por la tarde noche en medio de Callao, con miedo a la turba consumista y a la lluvia repentina, buscando la calle San Bernardo como quien busca el Santo Grial, para dejar atrás el centro y volver a las callejas estrechas y oscuras donde hay tascas con nombres como Valladares, hermanos Cabrera o El Asturiano donde templar el tiempo con una caña corta y su correspondiente tapita de salchipapas que te alegran la distancia con tu casa y la ausencia de conciertos. Porque intenté ir a la sala Sol y ver en directo a Cápsula, pero se me quitaron las ganas porque el reloj iba despacio, la lluvia se espesaba y la gente crecía en número y volumen. Así que decidí guardarme las fuerzas para el sábado, cuando bajaban refuerzos como ya dije en otra entrada, y teníamos marcado en rojo presentarnos en Eugenia de Montijo para seguir la pared de la cárcel hasta Santa Fátima y comprar entradas para ver a los Porco Bravo en directo.
Salieron los primeros, después de emular a Russell Westbrook y Charlie Villanueva en una esquina del escenario y motivarse físicamente antes de subir los peldaños. Abrieron con un "Mírame" que, permíteme, queda larga, y siguieron mezclando canciones de su último disco, La Piara, con otras como "El Cazador", "Se quema" o, por supuesto, "Eléctrica Actitud" (categoría de himno, ya) que siguen teniendo más rodaje y empaque, aunque las nuevas vayan abriéndose camino en el repertorio y santoral de la banda que no es de Rontegi porque no quieren. El sonido pudo ser mejor, pero, desde la primera fila, se veía a la gente abrir la boca y a los más jóvenes aliviarse las penas juveniles con un pogo bien constante. Hubo fuegos de artificio, grapas en las barbas sarracenas del frontman (la estética de Manu empieza a parecerse a un quién es quién de las culturas aborigenes del mundo mundial), surf de bajos techos, dedicatorias sentidas, ironía vocal, guitarrazos bien expuestos y saltos al vacío por una sala que, y no quiero ser irrespetuoso, no parecía el lugar más adecuado para el cumpleaños de Ignotus y sí del de Don Omar. El respetable sí pegaba y se pegó, como decía, con armonía y fraternidad, intentando darle al pogo y sosteniendo, no con mucho talento, la verdad, a un Manuel que terminó un par de veces, de vuelta de su via crucis por encima de las cabezas de la peña, haciendo la croqueta sobre el escenario.
Las conclusiones que sacamos fueron dispares. Ella, que sabe más que yo de música, dijo que le habían sorprendido cómo sonaban las nuevas en directo. Yo dije lo contrario. Pero lo que significa algo es que ahora puedes terminar un concierto de Porco Bravo y decir aquello tan manido de "no han tocado la que a mí más me gusta". Es decir, que pueden elegir. Y pueden tocar al ralentí porque su ralentí es como una orgía de las que se montaban los New York Dolls en el Mercer Arts Center. (Es que me estoy leyendo la biografía de Richard Hell y tenía ganas de decirlo porque soy así de gilipollas). Por lo demás, Isa se preocupaba porque no aparecía la pareja que nos cruzamos en el metro y no bajó en Montijo, y yo me obnuvilaba con la cara de concentración que pone Oskar en la batería, que parece que va contando baquetazos como Guy Pearce contaba segundos en Memento. Tocaron la lenta y una "La Piara" que va haciendo acólitos por toda la península y disfrutamos con las zarzas de riffs que se enredan entre Asier y Pulpo, con el esfuerzo vocal que hizo Manu, guardando los pesares físicos en el fondo de su garganta, y con un Txelu que a su ritmo sostiene la parta derecha del cerebro de este grupo, que, según los expertos, es precisamente el hemisferio de la música y el arte. Arte tienen estos cinco, del obrero, físico, espontáneo y eléctrico. Y funciona lo mismo en Carabanchel, que en Murcia, que en Bagaza, que, como sigan haciendo canciones con estribillos de oooooee, hasta en el FIB de Benicassim, que sería ya la repanocha.
Había más gente de Baraka y alrededores que aparecieron por la Sala Live y departimos con ellos antes de volver a subir arriba y ver en directo el cumpleaños de unos Ignotus que fueron de menos a más. Tuvieron invitados, hicieron una versión de Barrikada (curioso que la última vez que vi a los navarros en directo estaba yo en Alcorcón precisamente y celebraban la feria), la gente fue calentándose y demostraron que ese punk-rock que a nosotros nos sonaba tan de barrio y de infancia, tan de Barakaldo y de recuerdos beodos y trasnochados, también forma parte de la cultura obrera y de extrarradio de otros lugares tan lejanos a nuestra querida ciudad fabril. A mí me recordaron a un concierto de Boikot en Alonsotegi, a Karretera Agropekuaria, al Ipotx, a fiestas de Baraka, a locales de ensayo, a las letras de Parabellum y a cuando le hacías un agujero al kulo del katxi para hacerte el kamikaze delante de tus kolegas. A la kelfo, ke kantan los Porko Bravo en una canción dedicada al Kilmister que se bailó kon korazón en la sala Live.
El Baraka ganó en Lasesarre y el Castilla pinchó en La Florida y ya éramos líderes cuando los Porco subieron al escenario de Carabanchel. Manu cantó aquello de "domingo de resaca a ver al Barakaldo" apuntándome directamente, con lo que casi que se me erizaron hasta los vellos del sobaco. Un buen fin de semana de excursión con ALSA, regresando con esa sensación de que la música es el mejor DNI para identificarte, y si estos tíos son de Barakaldo, yo me siento orgulloso de decir que soy su vecino.
Voy a cerrar citando a Alec Baldwin... No, mejor, no.
Comentarios