El 17 de Julio de 2015 tocaron Yakuzas en el Tubo de Barakaldo.
Y yo estuve allí, arrinconado, pero casi en primera fila, sudando tanto como Patxi Paniks en el Cuervo un día antes.
Fui testigo de una posesión y de un terremoto.
De lo devotos que nos hacemos cuando se produce lo que Simon Frith llama "reacciones viscerales".
Se refiere Frith al poder de la música para provocar placeres y descubrimientos que van más allá de lo estético, de lo ascético y de lo romántico. Cuando el cantante de los de Chamberí alzaba el brazo hacia el ventilador del techo y anunciaba una cópula diabólica con el ritmo de Satán, ya llegaba tarde. La gente alrededor llevaba cuarenta minutos implorándole al poder lascivo de un dios con voz ronca y la pelvis vibrante.
Yakuzas vienen de Chamberí y te lo dejan claro, igual que el Tubo pertenece a Barakaldo, y esa asociación con los lugares es algo que une igual que une la distorsión y los ritmos de cuatro tiempos. Vienen de allí e igual hasta se teletransportaron porque parecen tener poderes mágicos y un frontman habituado a la prestidigitación. Le sale acento de tierra húmeda y no se enfada si el público le jode los chistes y hasta le roba el micro. Acabó por encima de las cabezas y jaleado. Nadie jaleó, creo, a un batería que si tendrían sentido los premios, debería llevárselos todos. Golpea más rápido y fuerte que nadie y, a veces, parece arrollar a sus compañeros de banda con finales implacables.
No son nuevos aunque aún sean jóvenes estos tíos de los que han escrito en El País, ganaron el Villa de Madrid (o fueron finalistas, no lo sé, me dan igual los premios y los concursos), les dedicó un programa Diego RJ y creo que les ganan el pulso a sus vecinos de The Parrots por nombrar a otro de esos grupos de la capital que han llegado hasta aquí por sorpresa. Ayer se ganaron al Tubo con su power rock o rock garaje, con el engranaje de las líneas de montaje de Detroit y los gélidos parajes escandinavos, con una actitud desafiante pero cercana, sin guardarse nada en la chistera ni en los bolsillos.
La imagen que podía resumirlo todo bien podría haber sido la de los chorretones de sudor que marcaban surcos enigmáticos sobre la piel de las guitarras.
Me dijo el jefe que no me los perdiera y a fé que tenía razón el melenas. Por eso brindamos luego con Baskizol y la reacción empezó a afectar a otras vísceras.
Se va acabando esto y debo reconocer que estoy fundido de estrujarme la cabeza para escribir algo que siempre parece que suena a lo que dije antes. Pero ya haremos recuento. Por ahora, bastante tengo con el cuento pornográfico que me dejaron tatuado en el cerebro los folclóricos de Chamberí.
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