Primera idea: hacer una entrada general el último día de fiestas. Razón: creo que este año no voy a ser capaz de terminar el maratón. Prueba inculpatoria: Putakaska, Southern Lights, The Stators... todos los conciertos que ya nos hemos perdido.
Al final, como siempre, hago lo contrario de lo que había decidido. ¿Una entrada general y al final? No, una por cada grupo (con sus nombres de cabecera) cada día cada vez tengo menos criterio.
La Doggy Party fueron los primeros de la bacanal de conciertos en directo de estas fiestas. Lo ha dicho en algún sitio el rey de las baquetas empapadas: otras fiestas serán mejores, pero no tendrán tanto rock como éstas. Y qué razón tiene, quien de esto entiende, y además sostiene con sus ganas, las ansias de los demás. El caso es que yo ya me perdí mucho rock y mucho punk, y además del bueno, pero, al menos, llegué a tiempo (llegué antes que ellos) de estrenarme con La Doggy Party.
Pon Doggy Party en el buscador de imágenes de google. Qué felicidad, ¿verdad? Sin embargo, este trío de Gasteiz, donde además de hacerse la ley se hacen rotondas a punta pala y ironmans que impiden a las bandas llegar a tiempo, son a veces más oscuros que las fotos de mascotas coloridas que aparecen en el google si tecleas su nombre. Góticos por fascículos, punkies sin perder el norte, metálicos en la resonancia, sonaron retumbantes en un Tubo que, a falta de más gente, seguía siendo un caldero de oro también en el horario de vermú. Empezaron con una intro a trote y terminaron con un homenaje a la margen, acelerado y demencial. Se aprecia el detalle. Con una batería muy alta que a veces sonaba como una gota china de placer, el bajo de cuerdas coloridas llevaba la voz cantante con un ritmo elástico y nada acomodado. Sé que cantan en castellano, pero, la verdad, poco pude entender de lo que cantó una guitarrista que calzaba botas amarillas y sabía rasgarle, con elegancia y rabia, las notas al mástil de su guitarra. Frescos, breves y concentrados, pasaron de los estribillos para jugar al equilibrio entre el ruido y la armonía, con una energía nivelada que se agradeció en un domingo soleado donde el olor a marmitaco pegaba con los nudillos en la puerta.
Mejor esto que ir a misa, que las camisas blancas en los tendidos de sombra y que la trapisonda de las gaupasas en las discotecas de moda. O eso creo yo. Me quedo con la fiesta perruna y también me quedo con ganas de más. La semana irá quedando aquí escrita, intentando ser breve para no aburrir al personal, que tiene más ganas de charanga que de cháchara. Y yo... más de leer que de escribir, la verdad.
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