Brutus me dice kraut-jazz, yo pienso techno-punk-avant-garde. O avant-Gardel. O avant-Jardiel. Jardiel Poncela. Hay un momento del concierto en el que, no sé si por la cerveza o por el ambiente en general, pienso que la mejor definición de El Palomar sería la que hablaría de unos Delorean esquizofrénicamente imaginarios, siendo analfabetos tecnológicos y adictos al crack. Jardiel Poncela en Artxanda, aparcando el Delorean en un lugar oscuro para montárselo con Tracy Lords. La banda sonora de REC 14: "esta vez la niña Medeiros se refugia en un palomar. Sangre y plumas por el aire."
Me hace gracia que menciones a Delorean porque, en ocasiones, veo muertos, y en otras, me parece que el saxofonista-guitarrista-teclados-spokenwordista de El Palomar, sobre todo cuando se arroja al micro y sube los hombros, se parece al tímido George McFly en la primera de la saga Regreso al Futuro, antes de conquistar a Lorraine Baines.
Stop.
Me pregunta Brutus al final si se oía la guitarra. Le digo que no, que lo que mejor se oía era la base rítmica. Y me contesta que mejor. Mejor, sí, porque El Palomar es un grupo donde bajo y batería no solo ponen el asfalto si no que también ponen el tráfico.
Stop.
Con parrafadas que condenarían al paraíso más inmaculado a Poppy Z. Brite, las palomas delirantes han descrito un credo musical que lo mismo les ha llevado al asesinato ficticio con voz a lo Sandra Cisneros premenstrual como a la cacofonía más vanguardista. Si Picasso les hubiera escuchado en París, seguro que les habría contratado para la fiesta de cumpleaños de Gertrude. Se han acercado hasta el folclore de las antípodas, porque no sé si no cómo explicar el eco que salía del uso de instrumentos variopinto-pintorescos, una resonancia como un didgeridoo que parecía evocar el sol poniéndose sobre la alambrada para conejos que antes dividía Australia en dos.
Stop.
Han terminado su concierto con el bis más obsolescente de la historia. Delirante e inexistente. Pura rebeldía estructural. "Esto es el Anti-climax", aunque creo que pocos le ha escuchado a Fernando Ulzión decirlo.
Stop.
Hablo con Brutus del Sentinel, pero, una fuerza arrolladora se apodera de él. Es la música. Corta nuestra conversación en dos y se marcha hacia la barra mientras le espeta a Patxi puño en alto: "Politician de Cream!" Y "Politician" de Cream es lo que está sonando.
Stop.
En resumen, anoche vi en directo a El Palomar. Bajista, batería, saxofonista etecé y Brutus a la guitarra. No sé si hacen kraut-jazz o tang en polvo, pero hacen una música difícilmente clasificable que podría ser el himno de las vanguardias más sucias y subterráneas. Crean extrañas atmósferas que después se encargan de derrumbar con un pititaco. Se encargan de hacer con la música lo que los cocineros modernos han hecho con los condimentos, no tanto convertir los acordes en un mojón de sirope que decora el plato, pero sí pensar cómo se construye una canción y pervertir la receta. Y funciona. Funciona porque bajo y batería son aplastantemente ordenados en medio del caos y porque Ulzión, encajado entre su teclado, su portátil, su saxofón y su guitarra (puede tocar ambas a la vez, y luego dicen qué), con pose tímida y concentración, le da el equilibrio perfecto a esa imperfección calculada que entre él y Brutus convierten en la pócima mágica para un viaje furtivo a la mente de Timothy Leary o a la tuya mismamente porque, en ocasiones, son capaces de ensimismarte.
Stop, por favor, stop.
Después, te cuento por si acaso, he ido a saludar a Javi Barcina y me he encontrado con la cabina hueca y un montón de gente viendo en directo a Impfis, si es que lo he escrito bien, quienes versioneaban a todo lo que pillaban por banda y desde la mía, yo solo podía ver al batería.
Stop.
El saxofón aún perfora mi cabeza horas después de haber salido de allí. Ulzión. Si Zion era el reino de dios sobre la tierra, Ulzión debe ser el del saxofón sobre el escenario.
Stop.
La primera vez que vi a Álvaro Brutus en directo aún se llamaba Karpenters, aunque creo que ya le había quitado las vocales. Estamos hablando del Billy Pool de Deusto y el día se refería más a la poesía que a la música. Por allí andaba David González. Pero también gente como Patxi Irurzun, Silvia D. Chica, Vicente Muñoz Álvarez... Era la fiesta de los Tripulantes. Los versos del inclasificable poeta barakaldés Goiko, el bardo que es capaz de convertir el ruido de la forja en estrofas, fueron tan surrealistas como la oferta musical que estaba por venir, en parte, definida por la pericia deconstructiva de Brutus y la imprudencia baterística de Bárbara. La segunda vez que me topé con Brutus, tenía otro proyecto, hacía frío, y tuve que cruzar la ría en bote para ir al Sentinel Rock Club (del que tengo preparada una entrada que se ha visto relegada por culpa de ésta). En realidad, yo fui a ver a mi colega David Mardaras recitar poesía mientras su hermano y otro colega resaltaban los relieves de los versos con todo tipo de sonidos. Era un proyecto que ellos llamaron Hipocondríacos del Amor y que estuvo acompañado de Kontubernio Kriminal Kósmico, KKK. Entre esas Ks, estaba Brutus. Desde entonces, no le había vuelto a ver sobre un escenario, aunque su fama le precede, y él mismo me insistió en que no me perdiera la ocasión de ver en directo a El Palomar cuando estábamos viendo a Los Plomos en el mismo caluroso antro cuyo nombre voy a repetir porque lo vengo sudando desde anoche: El Tubo. Brutus es un tipo activo que lo mismo se autofinanciaba fanzines que se montaba exposiciones fotográficas que se curraba un recopilatorio abrasivo que le veías en primera fila de todos los conciertos a los que ibas. Hay que reconocerle su fidelidad para con la música, en general, y para con la música local, en concreto.
Stop.
Nuri pregunta: ¿Por qué el Palomar?
Mi mente funciona rápido, e intento pensar algo instantáneo, el diálogo va por dentro: "algo gracioso, tío, di algo gracioso... No se me ocurre, ¡joder!, no se me ocurre, ¡algo que rime!, el palomar, el palomar... Está pasando el tiempo, ¡tío!, ¡di algo! ¡di algo ya!"
Nuri me sonríe cuándo le contesto: "Es una de esas preguntas que no necesitan respuesta."
Y sigue sonriendo aunque se le nota la sorpresa por mi estúpida respuesta: "¿Si? Pues yo quiero saber."
Ahora sonrío yo, y mientras le doy un trago a la cerveza para disimular, pienso: "... que no necesitan respuestas, gilipollas, más tonto no puedes ser, chaval."
Pero, gracias a Thor, Nuri no puede escuchar mi mente y además se la sopla.
Se pasa a la primera fila y le grita a Brutus: "¡Obsolecencia nenaaaaaa!"
Y yo me olvido de mi gilipollez.
Stop.
Se acaba la entrada. Así estaba programado. Obsolescencia programada.
Stop.
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