Tiene coña la cosa. Escucho ahora mismo "I Fought the Angels" de The Delgados. Pienso, algo que hago muy de vez en cuando, y pienso que es una canción que, desde siempre, me ha hipnotizado. Hay otras: "Soul on Fire" de Spiritualized, "54-46 Was My Number" de Toots & The Maytals, "Fear of the Dark" de Iron Maiden, "Años ochenta" de Los Piratas, "Greetings in Braille" de The Elected o "Something Better Change" de The Stranglers. Esas solo son unas pocas y están elegidas de manera caprichosa. Algunas no tienen nada que ver conmigo, no he escuchado un disco entero de esos grupos en mi vida, no sabría decirte otra canción; otros sí son de mi palo pero tampoco les he prestado la atención que merecían. Sin embargo, es escuchar esas canciones y se me enciende la dinamo.
Es curioso, porque "Something Better Change" sonaba ayer cuando entré al Tubo y me puse en la barra para pedir una birra. James Room andaba que no sabía dónde colocar el abrigo y Patxi le ponía capuchón a una mahou mientras tarareaba el estribillo sin darse cuenta.
No me jodas. Después de una jodida semana de trabajo exasperante que me produjo hasta un tic en un ojo, entrar en un sitio donde el camarero silba a los The Stranglers y la cerveza te la sirven en tamaño maxi es como si por tu cumpleaños te despertaran, a eso de mediodía, el trino de los pájaros y alguien te sirviera el desayuno en la cama; y/o a James Woltz nada le mancha de rojo sus sábanas de raso y su caballo aún tiene la cabeza sobre el cuello.
Es más curioso aún porque, aunque no tengan mucho que ver, James Room y sus compañeros de Weird Antiqua, en algún momento, me recordaron a la primera vez que escuché "Greetings in Braille". Y voy a sonar fariseo que te cagas, un poco flipao y ombliguista como tertuliano de voz profunda y perfil bueno, pero fue así: media tarde de sábado soleada y tenía el coche aparcado al borde de un camino de tierra. Delante, la 59 en dirección a Denison. A la izquierda, a lo lejos, las últimas casas de Schleswig. El cementerio baptista relucía a pocos metros y el resto era una amplia pradera interminable que parecía una eterna lámina dorada. Yo estaba montado sobre el capó y fumaba un cigarrillo. No pensaba en nada porque solo en las películas se tienen pensamientos profundos en estos momentos y tampoco estaba huyendo de la policía o esperando a algún compinche. Solo estaba fumando a escondidas. La radio puesta. Sonó "Greetings in Braille" y se quedó, para siempre, en mi cabeza, bruñida por aquel sol, atomizada por las moléculas de aquella tierra seca y ondulada.
Y tiene coña la cosa porque yo intento escribir con el ritmo de Toots, tener el brío de los Maiden, edulcorarme como en los años ochenta, inspirarme como Jason Pierce y enfrentarme a todos los ángeles con una espada que se dobla como redoblan todas estas palabras que siempre uso para digresión, digresión, que gritaba el propio Holden Caulfield en su libro. Pero es así y así será.
Me recordaron al primer día en que escuché a The Elected porque James Room & Weird Antiqua comenzaron su concierto acercándose al Jairo Zavala que se va de acampada a Tucson y el polvo parecía sacudirse de sus instrumentos musicales. De ahí, se fueron a Pomona, regresaron a Casitas Springs, se pasearon por la frontera, se tomaron una birra en el Tootsie's Orchid Lounge e, incluso, ahí al fondo, parecían sonar los ecos de Donington Park. Que se hable de Tom Waits cuando se habla de James Room debe ser más recurrente que cuando Henry David tiene que soportar que siempre se hable de Ralph Waldo. De todas formas, versionearon al californiano. Room, que tiene tanto espacio como en su apellido para llenarse unos pulmones límpidos y sacarse voces que armoniza con tonos muy distintos, a veces cercano a Guy Clark, otras se acerca al Kelly Jones más estratégicamente ronco, siempre recuerda, aunque no lo quiera, a un Tom Waits que ha hecho gárgaras antes de salir al escenario. Tiene estilo y presencia, y muchas tablas. A Mr. Room sus canciones parecen sentarle como a mí me sienta el omeprazol antes de la cena de nochevieja, bien, vamos. Sabe compartir estribillo, alargar las notas, algarabiar (que no existe) a una audencia atenta y exigente, y sacarse un megáfono para amplificar el blues por todo el bar. Si, además, se acompaña por una cuadrilla a la que me da hasta vergüenza presentar, ya está todo hecho. Una cuadrilla que incluye a guitarristas premiados en concursos, baterías que también cantan y tocan la guitarra y un bajista que lo mismo te toca a Mozart, que a James Brown que a Johnny Cash. Con ese currículo se hace ahora cola en la puerta de una eteté, pero antes, te contrataban directamente en Sun Records.
Así que en el Tubo, donde la música se consume más que se escucha, se somatiza más que se baila, estos tíos sonaron con un sonido extremadamente limpio: el contrabajo se apreciaba más que el grifo de la caña, los repiqueteos de baqueta sonaban cerca como un chasquido de tus nudillos y los solos de guitarra no estaban solos, la voz de Room tomaba toda la habitación e iba más lejos, porque, al menos, en mi caso, el tío me llevó hasta western Iowa y tiene coña la cosa.
¿Sabes qué tiene más coña aún? Los chistes malos de Txelu. Que también anoche hubo uno. Y los masajes de Nuri Draka. Y la habilidad fotográfica de Patxi (observad, observad aquí). Y los Tiparrakers en Gernika. Y yo diciendo adiós ahora mismo porque estoy cansado de escribirme a mí mismo. Termino como terminan los buenos toreros, en el paro y sin vuelta al ruedo: si podéis ver a JR & WA no os arrepentiréis. Creo yo. Y tiene coña la cosa. Que no sé por qué lo digo. Me piro. De verdad, por el foro. Mutis.
Fum.
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